La Corte Suprema y el ejemplo del prócer olvidado
La reciente postulación de Manuel José García -Mansilla para ocupar un lugar en la Corte Suprema de Justicia de la Nación es, además de una excelente noticia por las credenciales personales y académicas del candidato, una gran oportunidad para recordar y recuperar para el presente a un personaje central del proceso constituyente patrio. Me refiero al santiagueño José Benjamín Gorostiaga, uno de los padres de nuestra Constitución de 1853, que también presidió la Corte Suprema entre 1877 y 1887, entre otros muchos cargos públicos que ocupó a lo largo de su vida.
La de Gorostiaga es una figura tan poco conocida como relevante en el diseño y la consolidación de nuestro orden constitucional, que las investigaciones de García-Mansilla han ayudado a recuperar para el siglo XXI. Entiendo que esta mirada al pasado puede ser provechosa para alumbrar el presente y orientar el futuro constitucional de nuestro país. Me voy a detener en dos aspectos puntuales que García-Mansilla ha destacado de la figura de Gorostiaga: la relevancia de la historia y el texto de nuestra Constitución para la interpretación constitucional del presente, y el estrecho (y desatendido) vínculo que existe entre las cualidades personales y el ejercicio de los cargos públicos.
En ocasión de un homenaje por los 170 años de la Constitución de 1853 y los 200 años del nacimiento de Gorostiaga, García-Mansilla afirmó “... no solo fue el principal redactor de la Constitución Nacional que todavía nos rige. Como expresara su sucesor en la Corte Suprema, el juez Benjamín Victorica, el día que despedían los restos del ilustre santiagueño fallecido en 1891, Gorostiaga era, nada más y nada menos que el comentario vivo de la letra de la Constitución Nacional, ese Código fundamental que garantiza todas las libertades y todos los derechos”.
En esa misma alocución, el flamante candidato para integrar la Corte Suprema recordó un discurso pronunciado por el ilustre santiagueño en 1862, en donde sostuvo que: “La Constitución […] es la forma de Gobierno delineada y escrita por la mano poderosa del pueblo argentino. La Constitución es cierta y fija; contiene la voluntad permanente del pueblo y es la ley suprema del país”.
Durante demasiado tiempo, nuestra Constitución se ha parecido a un instrumento dúctil y flexible en manos de jueces y académicos que, al alejarse de su historia y sentido original, y ser interpretada a la luz de sensibilidades o preferencias personales, necesidades políticas o lecturas paternalistas sobre lo que la sociedad necesita en un contexto determinado, ha generado (voluntaria o involuntariamente) que ella deje de ser un punto de encuentro cierto y fijo, un marco en el cual desarrollarse bajo instituciones, principios y reglas comunes de nuestra vida como argentinos. No puede sorprender, entonces, que una gran parte de la ciudadanía perciba que muchas decisiones judiciales se explican más por conveniencias políticas que por el razonamiento jurídico. Como si fueran decisiones de árbitros que, en vez de aplicar el reglamento, lo modifican mientras se juega el partido.
La figura de Gorostiaga nos sirve también para ilustrar el estrecho vínculo entre cualidades personales y el ejercicio de cargos públicos. Como bien recuerda García- Mansilla, “la actuación pública de Gorostiaga es un ejemplo a seguir, es un modelo de servicio por y para el país y es un paradigma de compromiso y de profunda vocación por la cosa pública. Gorostiaga fue un hombre inteligente, serio, honesto y trabajador. Fue un verdadero patriota, que entregó su vida a la causa de la organización y de la unión nacional”.
Esta reflexión de García- Mansilla sobre la figura de Gorostiaga nos recuerda que el patriotismo, el liberalismo, la república y la democracia pueden ser conceptos algo abstractos; pero que los patriotas, los liberales, los republicanos y los demócratas son personas. También que, para defender la vigencia de las libertades individuales y el respeto a las instituciones constitucionales, se requiere de una difícil mezcla de coraje y prudencia. Y que para ocupar un cargo en el más alto tribunal de nuestro país y hacer de nuestro orden constitucional algo claro y estable, la formación académica, pero sobre todo la integridad personal, la seriedad profesional y el apego a la historia y la letra de nuestra Constitución son decisivos.
Doctor en Derecho, investigador y docente universitario