El lawfare, teoría conspirativa que explica lo que se le antoja
La entrevista con Roberto Gargarella publicada en el número anterior de Ideas suscitó un artículo de Rafael Bielsa que se publicó en el sitio digital de La Nación; aquí, la réplica del sociólogo y constitucionalista
Rafael Bielsa ha dedicado un artículo entero, en la nacion, a contradecir algunos juicios presentados por mí en una entrevista que me realizara el mismo diario. En particular, Bielsa se muestra inquieto por las críticas que yo dirigiera contra la curiosa categoría de lawfare. En lo que sigue, quisiera concentrarme en responder a sus acotaciones sobre el tema. Por ello también, y en honor al afecto y respeto que siempre he tenido hacia él, dejaré en el olvido algunos innecesarios comentarios (agresivos o irónicos) que, inesperadamente, y para mi desilusión, él presentara en su texto.
Ante todo, Bielsa pide que "refute" la práctica del lawfare, en lugar de denostarla. Pero lo cierto es que, en casos como este, la carga de la prueba reposa sobre las espaldas de quien defiende el absurdo: antes de que podamos impugnar la categoría de lawfare, alguien debería ser capaz de demostrarnos su existencia. Es decir: quien alega que existen cosas tales como el lawfare, la luz mala o el lobizón tiene el deber de mostrarnos que está en lo cierto: no puede cargar sobre nosotros la tarea de perseguir los fantasmas. A los fines de debatir sobre la cuestión, en todo caso, me apoyaré en el examen que el autor propone sobre el concepto, para así señalar las salientes debilidades que dicho análisis muestra.
Lamentablemente, el tiempo que Bielsa perdió en ironías no lo recuperó en argumentos: el texto no ofrece una sola razón o apoyo empírico que dé respaldo al concepto, y solo nos deja -como diré- enfrentados a un repetido ejercicio de "teoría conspirativa". Como sabemos, en todo ejercicio de "teoría conspirativa" se amontonan una serie de hechos reconocibles por cualquiera, que la "teoría" conecta luego del modo en que se le antoja, para sentenciar por fin el resultado definido ya de antemano. Bielsa acumula en su escrito, esencialmente, y para el caso argentino, un "vértice poderoso" ("la política y los políticos"); el "caudaloso sistema de medios de comunicación? al servicio de la clase política"; los "servicios de inteligencia"; y jueces dictando prisiones preventivas. A todo ese rejunte lo denomina "lawfare en estado puro" (!). Pequeña falla del razonamiento: ahí están las piezas, pero no hay un solo argumento que dé cuenta de cómo es que tales piezas se articulan entre sí; que nos diga por qué el mecanismo funciona en un tiempo pero no en el siguiente; que explique qué mueve o motiva a los actores del caso; o que determine por qué es que resulta, del cruce de las acciones de aquellos, un cierto resultado, y no el resultado contrario.
Son este tipo de fallas las que me llevaron, en su momento, a equiparar al lawfare con la vieja idea de la "sinarquía", que hablaba de una "conspiración judía contra la Argentina". La estructura del absurdo es la misma para ambos casos. En el caso de la "sinarquía", las piezas que tomaba en cuenta aquella "teoría" antisemita, eran las siguientes: "existen empresas transnacionales"; "los intereses de muchas de tales empresas son contrarios a los intereses de parte del empresariado argentino"; "los dueños de muchas de aquellas transnacionales llevan apellido judío". Todo cierto. El problema es que, a partir de allí, la "teoría de la sinarquía" acomodaba las piezas a su antojo, para despachar luego la conclusión delirante que tenía ya preparada: "los judíos conspiran contra la Argentina". Una irracionalidad en zancos.
¿Quiere decir todo esto -y volviendo al lawfare- que en países como la Argentina no existen jueces corruptos y "dependientes" de la política; ni medios de comunicación poderosos; ni dueños de medios relacionados con el poder; ni políticos interesados en "dejar fuera de juego" a sus "enemigos"? No, en absoluto: todo eso es cierto. El problema es deducir de allí la conspiración mundial contra nuestros amigos, cuando lo que tenemos ante los ojos es algo tan viejo como el constitucionalismo: un sistema de poder concentrado, que deja a todo gobierno en excelentes condiciones para "hacerle la guerra" a sus enemigos.
La tosca explicación que yo podría ofrecer al respecto (con la trágica brevedad que exige una nota periodística) sería una como la siguiente. Desde los orígenes del constitucionalismo regional (1810-1850), el pacto "liberal-conservador" alumbró un sistema de "frenos y contrapesos" desbalanceado hacia el Ejecutivo. Ese marco de desigualdad constitucional (que es también económica), pasó a generar desde entonces una dinámica institucional tan esperable como inatractiva: el ansiado "equilibrio de poderes" ha ido ladeándose cada vez más en dirección favorable al Ejecutivo. Poco a poco, y a través de herramientas formales (el control de la violencia estatal; el ofrecimiento de cargos; la disposición de parte central del presupuesto), e informales (el manejo de organismos de inteligencia; la administración de fondos reservados), los sujetos a cargo del gobierno han ido "colonizando" o "desmantelando" a las restantes ramas del gobierno.
La sumarísima explicación que presento nos permite entender por qué cualquier gobierno (este, el anterior, el previo) queda en condiciones óptimas para tejer alianzas (internas y externas) y emprenderla luego contra sus "enemigos". La explicación anterior nos permite entender -sin misterios ni conspiraciones mediante- por qué es que muchos jueces (por miedo a veces; por ambición en otras) van a alinearse de manera pronta con el gobierno de turno; y por qué muchos empresarios, dueños de medios, etc., van a hacer lo propio.
En cambio, la extraviada explicación del lawfare solo puede dar cuenta de una parte del problema, al costo de quedarse calladita frente a la otra. Bielsa, por ejemplo, puede explicarnos por qué hubo "lawfare en estado puro" los últimos cuatro años; pero no puede decirnos por qué, desde la llegada del nuevo gobierno, el maldito lawfare no estaría funcionando. Mucho peor aún, el enfoque en cuestión sugiere algo verdaderamente asombroso: si el Poder Judicial procesa a kirchneristas y protege a funcionarios del gobierno anterior, estamos de manera indubitable frente a un caso lawfare, pero si dicho Poder hace exactamente lo opuesto (esto es decir, libera a kirchneristas y la emprende contra los contrarios), la cosa se va pareciendo más a la justicia verdadera: nada que ver con lo que antes se llamaba lawfare. Extraordinario, sin duda, y bien absurdo también, teniendo en cuenta que todo el elenco judicial es idéntico al de ayer y todo el aparato de medios sigue en las mismas manos de antes.
Ahí tenemos entonces al "lawfare en estado puro": una "teoría conspirativa" que explica lo que se le antoja explicar, del modo en que se le dan las ganas, aunque ello implique dejar en el camino toda conexión con la realidad. De allí que la "teoría del lawfare" ladre frente al ayer lo que maúlla frente al hoy: si van contra "los míos" es lawfare, pero si van contra la "oposición" es amor. Un cuento tan interesante y verosímil como el del lobizón o el de la luz mala.