La corrupción daña la confianza social
Si algo nos faltaba para percibir la corrupción como una amenaza universal, el escándalo de la FIFA bastó para cubrir esta presunta omisión. Si alguien suponía que pertenece a algún país ajeno, la "virtud" que exhibió el escándalo de la FIFA fue hacernos notar que padecemos una vulnerabilidad de la que nadie, en principio, queda exento. No todos somos corruptos, pero todos somos corruptibles. No todos hemos pecado siempre, pero todos hemos pecado alguna vez.
Pudimos presumir que la corrupción no nos rozaba, pero bastó concentrar los peligros que ella entraña para que lográramos percibir, como con la ayuda de una lupa, su verdadero alcance. Por eso Joseph Blatter se convirtió en instantes en un cabal representante de la fragilidad moral de la condición humana, sea cual haya sido su verdadero papel en este espinoso asunto.
Esta comprobación nos servirá, por lo pronto, para moderar algunos alcances de la soberbia, cual es la excesiva confianza en nosotros mismos. Como viene de demostrarlo el caso Blatter, cuando alguien se eleva demasiado, automáticamente aumentan cerca de él las tentaciones y las sospechas. En ciertas condiciones, hasta pensamos mal unos de otros, aunque no lo confesemos. Parece inevitable.
La maledicencia también forma parte, al fin y al cabo, de la naturaleza humana. La prudencia aconseja a veces no tenerla en cuenta. ¿Qué es mejor en cualquier caso? ¿Pensar mal, para prevenir errores, o confiar en los demás, aprovechando su potencial? ¿Apostar o no apostar al otro?
En realidad, nuestra confianza aumenta con los que tenemos cerca. El desconfiado quizás evita males por desconfiar, aunque también aumentan sus posibilidades cuando confía en los demás. Pero esta apuesta al otro rinde solamente, por otra parte, cuando está sólidamente fundada.
En nuestra percepción, al confiar en el otro también estamos confiando en nosotros mismos, en nuestra aptitud para juzgar al otro. Habría que extender esta aptitud para convertirla al fin en una actitud general hacia los demás en medio de las "sociedades de confianza", cuya apuesta es la presunción de que el otro no me va a engañar. ¿Cuánto vale la generalización de una apuesta como ésta en una determinada sociedad?
Hay dos actitudes básicas contrapuestas en el seno de toda sociedad. La confianza en el otro, ¿es mejor que la desconfianza? ¿O la verdad es inversa?
¿Qué papel jugarán las experiencias del pasado en torno a este dilema? ¿Existen en verdad las "sociedades ganadoras" acostumbradas a ganar, y las "sociedades perdedoras", aparentemente condenadas a perder? ¿Hay un "pálpito" favorable o desfavorable en lo profundo de nuestra capacidad de acción?
¿Cuál es, en definitiva, nuestro pálpito? Los argentinos, ¿somos ganadores o perdedores? En general, ¿"palpitamos" la victoria o la derrota? La sensación que tenemos acerca de la vida, ¿qué nos anticipa? En general, ¿qué presentimos como nación?
Habría que prescindir, por lo pronto, de los vaticinios "facilistas". Puede ser que la Argentina no esté destinada a ser una nación guerrera. Pero no por ello no tiene que ser una nación destacada en otros rubros que no implican necesariamente el uso de las armas.
Quizá podríamos sintetizar nuestras impresiones diciendo que, en general, la Argentina y los argentinos no deberían pasar inadvertidos por la historia; que la historia aún espera que pasemos por ella.
Quizás estemos demasiado influenciados por las historias militares que aprendimos en el colegio; quizás aún media una distancia considerable entre lo que somos y lo que podemos ser. Esa distancia será nuestro destino. Cubrirla es, todavía, nuestra vocación.
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