La convicción del ajuste, prueba superada de Milei
Parte de la eficacia del Presidente no reside tanto en la naturaleza o la magnitud de la contracción presupuestaria como en su vocación para aplicarla
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Una de las pruebas más evidentes de que Milei está a punto de cerrar un año exitoso, algo corroborable en los fundamentals de una economía todavía frágil, consiste en constatar el discurso de los analistas que han estado siempre en sus antípodas ideológicas o directamente en la oposición. No falla. Prestarles atención alcanza para advertir no solo la sorpresa, sino algo de desconcierto: muchos de los objetores del Gobierno son capaces de aceptar el resultado positivo, pero no se explican todavía las razones del logro.
La realidad es que casi nadie lo imaginaba en tan poco tiempo. Ni siquiera quienes comparten el rumbo elegido, perplejos más que nada por el modo y el contexto en que Milei pudo ponerlo en práctica: una sociedad que le permitió hacer el ajuste más grande en al menos 65 años y, a diferencia de otros programas, con los ingresos cayendo. La novedad sacude al peronismo. Matías Kulfas, exministro de Economía de Alberto Fernández, valoró por ejemplo esta semana en una entrevista con Reynaldo Sietecase la ausencia de cortes de calles. Y terminó admitiendo que él sabía perfectamente que el modelo de subsidios a través de las organizaciones sociales no resuelve ni la pobreza ni la protesta callejera, pero que la interna ató a aquella administración de pies y manos. “Lamento que eso no lo hayamos ordenado nosotros, que haya venido de un gobierno de derecha”, agregó.
Parte de la eficacia de Milei no reside tanto en la naturaleza o la magnitud de la contracción presupuestaria, una necesidad obvia en un país que duplicó en 20 años su gasto público y se consumió todos los stocks, como en la vocación del Presidente para aplicarla. Y eso depende principalmente de un rasgo del ámbito de la psicología: su personalidad. Algo de eso insinuaba anteayer su ministro de Economía, Luis Caputo, cuando decía sentirse identificado con Milei. “Somos parecidos”, le dijo a Mariano Pérez, de la plataforma Break Point. No es que se parezcan: probablemente como nunca en la historia, presidente y ministro de Economía están consustanciados no solo en el objetivo, sino también en la receta.
En realidad, el prospecto de Milei estaba al alcance de todos. Pero parecía inviable o piantavotos en la Argentina. Gabriel Rubinstein, exviceministro de Economía de Massa, dijo días atrás algo parecido a lo de Kulfas: parte del plan de Milei es exactamente lo que él le venía proponiendo, sin éxito, al líder del Frente Renovador durante el paso de ambos por el Palacio de Hacienda. Anteayer Caputo agregó algo que nunca había contado: cuando estaba a punto de aceptar ser ministro, un candidato a presidente a quien no identificó lo llamó para recomendarle que no lo hiciera. “No hay ninguna chance de que esto no explote”, dice que le dijo, y agregó que sus dudas sobre regresar o no a la función pública habían sido compartidas hasta ese momento incluso en su propia familia. Apenas Milei le hizo el ofrecimiento a Caputo, tomó además la precaución de reforzar convenientemente la propuesta con una llamada a la mujer del ministro para que lo alentara a sumarse a las “fuerzas del cielo”.
El estilo Milei es todo eso. También el afán por confrontar. Rasgo controvertido y al mismo tiempo eficaz. Y lo primero que convenció al mercado. Que el Presidente no retrocediera, por ejemplo, cuando el ajuste requería vetar dos leyes sensibles como la de movilidad previsional y el financiamiento educativo. Ambas decisiones, cuestionadas y tomadas en medio de manifestaciones en contra, fueron justo las que provocaron las dos más abruptas caídas de riesgo país en el año.
Esa misma determinación le permitió abandonar la emisión monetaria, bajar la inflación y, por lo tanto, pese a tener todavía 10.000 millones de dólares de reservas netas negativas en el Banco Central, mantener intacta la confianza de sus votantes del balotaje. El reverso exacto de lo que le pasó a Lula, que entró en una encerrona con 300.000 millones de dólares de activos en esas arcas y que, aun así, no logra convencer. Un círculo vicioso: ante la devaluación del real, el gobierno sube la tasa de interés para tentar a los ahorristas de quedarse en esa moneda y eso repercute en la deuda de Brasil, que está en un 90% en reales, y por consiguiente, en una mayor desconfianza del mercado, que vuelve a apostar al dólar. Y así. El equilibrio fiscal, un flujo, resulta a veces más creíble que las reservas, un stock. Un hábito promete más que una conquista.
La segunda sorpresa que Milei le ha dado al establishment reside en el aspecto que este le suponía más flojo: la política. Haber obtenido una reducción tan rápida en la inflación le permitió al Gobierno reconfigurar su relación con otras fuerzas partidarias. No es lo mismo este Milei que aquel Milei. Una fortaleza sin la cual la segunda parte del programa, que prevé transformaciones estructurales, será imposible. El desafío es tanto o más difícil ahora: Milei pretende arrancar el año legislativo con proyectos que seguramente serán resistidos. El más importante, una reforma previsional que incluye puntos álgidos como la equiparación de la edad jubilatoria entre hombres y mujeres y hasta la posibilidad de instrumentar un esquema mixto que permita aportes privados voluntarios. También propondrá recuperar las cajas previsionales de las provincias que todavía las conservan, algo que deberá negociar con los gobernadores, y otras dos reformas: una tributaria, que apunta a reducir los impuestos a no más de 6 o 7, y una electoral, que elimina las primarias. Metas ambiciosas y por ahora lejanas para una administración que se juega una partida importante en las próximas tres semanas con el dólar, hasta que la demanda estacional afloje, y mientras el precio de la soja siga en mínimos históricos.
Sin esas herramientas, a las que podrían sumarse cambios en el régimen laboral, costará crecer. No tanto en 2025, para el que ya se prevé un mínimo del 3% después de la caída de este año, como más adelante. Pero el Gobierno cuenta al menos con ese impulso para el año electoral. Anteayer, ante los diputados radicales expulsados de la UCR, Milei proyectó un 4,5%. Una recuperación interesante que, si se concreta, desencadenaría otras decisiones que se proponen aliviar la carga del Estado sobre el sector privado. Ayer, golpeados por la caída en los valores de la soja, Los Grobo Agropecuaria y Agrofina anunciaron que incumplirían pagarés por 10 millones de dólares hasta el 31 de marzo. ¿Y las retenciones?, alcanzó a plantear en el encuentro con el líder libertario el cordobés Luis Picat. “En la medida en que haya crecimiento”, contestó el anfitrión.
Sin bajar impuestos la Argentina no será viable. Lo saben Milei y Caputo. También la Unión Industrial Argentina, ilusionada últimamente porque Daniel Funes de Rioja, su líder, le escuchó el argumento a Juan Carlos de Pablo, invitado frecuente a Olivos. Pero nada de eso se conseguirá sin acompañamiento legislativo. Por eso para el Gobierno son vitales las próximas elecciones. Necesita esperar a octubre o terminar de persuadir a la dirigencia política de las ventajas de no gastar. Una fantasía de todos los tiempos. En su libro Dolarización, Argentina en la aldea global, un ensayo que escribió en los 90, Gabriel Rubinstein recuerda una visita que, como director ejecutivo de la calificadora de riesgo DCR-Fitch Rating, le hizo en 1994 a Cavallo con ejecutivos norteamericanos e ingleses. A los consultores les preocupaba que, en lugar de crear un fondo anticrisis con el superávit fiscal y otros recursos, la Argentina hubiera decidido bajar impuestos. Y así se lo plantearon al ministro. Cavallo entendía la postura, pero les contestó que un eventual superávit llevaría a los diputados a gastárselo y que, por lo tanto, él prefería bajar impuestos. “Si bien la respuesta del ministro sonaba comprensible, la comitiva del DCR no quedó muy tranquila respecto del grado de conciencia institucional”, concluye Rubinstein en el libro. Casi tres décadas después vinieron Massa y el “plan platita”. El rumbo puede estar claro: lo difícil es convencer.