La conveniencia de algunos líderes no debe justificar ninguna dictadura
“Estoy convencido de que es un proceso normal y tranquilo”, dijo el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, respecto a las fraudulentas elecciones realizadas por la dictadura venezolana encabezada por Nicolás Maduro. Es cierto que Lula tiene mucha presión interna; su partido, el PT (Partido de los Trabajadores), reconoció el triunfo del dictador venezolano, pero aun así no se justifica su pobre pronunciamiento.
No solo fue una declaración penosa, también es contradictoria respecto a un hecho reciente que lo tuvo como protagonista. El 8 de enero pasado, miles de personas tomaron de manera violenta y saquearon los edificios del Congreso brasileño, el Palacio de Planalto y y el Supremo Tribunal de Justicia en Brasilia. Esto se produjo una semana después de la asunción de Lula a la presidencia del país. Los manifestantes rechazaron los resultados de la elección presidencial y demandaron la intervención de las fuerzas militares. Todos ellos eran bolsonaristas y la justicia abrió una investigación contra el expresidente y un grupo de personas por intento de romper el orden institucional. Ese día se detuvieron a 1200 partidarios de Jair Bolsonaro. Horas después, Lula dijo “Quien hizo esto será encontrado y castigado”, mientras recibía el apoyo de varios líderes regionales que se encolumnaron en favor de la democracia. El asunto es que Lula vio un intento de golpe fascista, y con mucha razón, condenó los acontecimientos que lo tuvieron como víctima, pero ante lo sucedido en Venezuela, da vueltas alrededor de la aparición de las actas. A esta altura ya parece un chiste esperarlas, mostrándose ingenuo ante el obsceno fraude electoral perpetrado por el dictador Maduro.
Podríamos decir, también, que nuestro presidente, Javier Milei, condenó rápidamente lo sucedido en Venezuela, lo hizo con seguridad y vehemencia, como hay que actuar en esos momentos. No obstante, no podemos olvidar que hizo un preocupante silencio cuando, ya siendo presidente argentino, acaecieron los intentos de desestabilización en Brasil mencionados, y aún más, tampoco condenó jamás los actos violentos y desestabilizadores realizados por partidarios de Donald Trump en los Estados Unidos. Como consecuencia de esa violencia, un comité del Congreso de EE.UU. acusó formalmente a Trump de planificar un “intento de golpe” de Estado el 6 de enero de 2021, cuando sus partidarios entraron por la fuerza al Capitolio de Washington para detener la certificación de Joe Biden como presidente. En los últimos meses, Milei viajó a Estados Unidos y al Brasil a respaldar a Trump y a Bolsonaro, llamándolos “presidentes”, como una manera clara de mostrar su alineamiento y desafiando a quienes democráticamente presiden esos países. ¿Olvidó Milei el poco transparente papel que tuvieron Trump y Bolsonaro cuando perdieron las elecciones? Porque sus actitudes se asemejaron a lo que hoy se condena en Venezuela: sencillamente desconocieron la voluntad popular.
Por otra parte, de quien grita “Viva la libertad, carajo”, como un llamado a defenderla, se esperaba al menos una condena verbal y pública para los seis diputados de su espacio que visitaron a represores militares en la cárcel. Fueron los legisladores Beltrán Benedit, Lourdes Arrieta, Guillermo Montenegro, Rocío Bonacci, Alida Ferreyra y María Fernanda Araujo los que se trasladaron al penal federal de Ezeiza para encontrarse con Astiz, Ricardo Cavallo y Raúl Guglielminetti, entre otros condenados por delitos de lesa humanidad. Algunos, luego de la reunión, hasta dejaron trascender que los represores fueron “condenados sin pruebas”. El gobierno solo atinó a decir que lo hicieron a título personal y que en su espacio todos son libres de pensar como quieran. Raro, no midieron con la misma vara a varios de los 50 funcionarios desplazados del gobierno por “pensar y decir algo incómodo”. Claro, no tan grave como reivindicar con su visita institucional a un grupo de genocidas.
Quien siempre estuvo a la altura de los acontecimientos fue el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien, al igual que Lula, lidera una coalición compuesta por partidos de izquierda y centroizquierda. Sin embargo, pese a la presión interna sufrida, no dudó en condenar el fraude perpetrado por Maduro y a calificarlo como “dictador”. Tanto Boric como el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou (podríamos ubicarlos ideológicamente en las antípodas) demostraron estar un paso por encima de los presidentes de los dos países grandes del cono sur. Sobre todo, porque demostraron creer sin condicionamientos en las reglas de juego democráticas, sin importar la ideología o características de determinado gobierno o de quien intentó beneficiarse haciendo uso de la violencia institucional.
En la Argentina pasan cosas que nos hacen dudar sobre las verdaderas convicciones democráticas de algunos dirigentes. Está el caso de Cristina Kirchner, la expresidenta mantiene un silencio injustificable ante lo sucedido en Venezuela, mientras que muchos de sus partidarios se manifestaron a favor de Maduro, como Andrés Larroque y Pablo Moyano. Dicen cerca de Cristina que hablará del tema el sábado en México, en una Clase Magistral sobre “Realidad político y electoral de América Latina”. Pudo elegir antes expresarse al menos con un posteo en las redes sociales o un comunicado, y no esperar una semana. La expresidenta o cree que su palabra es tan importante que los planetas políticos no se alinearán antes de escuchar su voz o su compromiso con la dictadura chavista es tan grande que abarca espacios que van más allá de las coincidencias políticas. Otros, en el kirchnerismo, miran para otro lado y tampoco se pronuncian, como Axel Kicillof, que no encuentra aún una hendija donde asomarse como el verdadero líder opositor a Milei. Para los que militan por “la patria grande”, si el fraude hubiese sido cometido por un dictador llamado “de derecha”, estarían desgarrándose las vestiduras, denunciando el atropello a las instituciones. Hay organismos de Derechos Humanos funcionales al kirchnerismo, incluso como Madres de Plaza de Mayo, que nacieron a la sombra de las peores aberraciones cometidas por la dictadura militar argentina, que pagaron con su propia piel y la de sus familias, la persecución, la muerte, la tortura, las desapariciones, del mismo modo que millones de venezolanos pagan con sus vidas desde hace dos décadas ante la dictadura chavista, sin embargo, para ellos hay contextualización y justificación, simplemente porque en Venezuela matan y violan todos los derechos humanos y cívicos en nombre del pueblo contra el capitalismo.
Un buen ejemplo, para mostrar su equivocada apreciación, aunque cueste creer que no sea interesada, es reconocer que quien expuso formalmente ante el mundo las atrocidades del régimen chavista fue el informe realizado por el Alto Comisionado de DDHH de la ONU, dirigido por Michelle Bachelet, expresidenta de Chile, pero también socialista.
Todas las dictaduras actúan en nombre de sus pueblos, utilizan las ideologías para justificar su razón de ser, algunas diciendo que lo hacen para frenar la instalación de modelos socialistas, otras para desterrar al capitalismo opresor y otras para perpetuar una dinastía de sangre o imponer una religión, pero todas lo hacen de la misma manera: esparciendo el terror y la violencia física e institucional, acompañadas de un alto grado de corrupción.
Pero, si aún hoy, después del fatídico siglo XX por la dualidad ideológica que dominó el mundo y dio lugar a los regímenes más sangrientos, en América Latina hay lugar para dictaduras como las de Venezuela, Nicaragua y Cuba; gobiernos autoritarios como los de El Salvador; y también para convivir con actitudes enfrentadas con las democracias republicanas como las que propició Bolsonaro en Brasil, es por la falta de convicciones y actitudes de los líderes políticos para defender ese sistema pluralista de libertad y elección, más allá de las simpatías y afinidades ideológicas que puedan tener con aquellos que actúan fuera de las reglas democráticas.
Porque como lo anticipó Albert Camus: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas.”