La contrademocracia y el caso argentino
Pierre Rosanvallon (nacido en 1948) es un intelectual francés que estudió el contexto histórico en el que se desarrolló la democracia y, en paralelo, propuso una visión que amplía los límites conceptuales de la democracia electoral-representativa. En 2006 publicó La contrademocracia, el primero de tres libros consagrados a estudiar esa nueva visión, cuyo punto de partida se expresa en su subtítulo: “La política en la era de la desconfianza”. Rosanvallon se enfrentaba a una tendencia que hoy se ha profundizado: el desencanto de los ciudadanos frente a los pobres resultados de la democracia electoral-representativa. Partía de reconocer que la legitimidad electoral-representativa es insuficiente frente a las exigencias de la sociedad.
En consecuencia, Rosanvallon propone ampliar el campo de análisis de la democracia, “tomando en cuenta de manera dinámica las reacciones de la sociedad a las disfuncionalidades originales de los regímenes representativos”. Su intención es comprender de manera positiva las reacciones causadas por la desilusión con la democracia, con el fin de integrarlas en una teoría ampliada de la democracia. Agrupa esas reacciones bajo una definición precisa: la contrademocracia.
¿Qué es la contrademocracia? Para Rosanvallon, la contrademocracia es “la democracia de la desconfianza organizada frente a la democracia de la legitimidad electoral”. Sin embargo, no se trata de lo contrario de la democracia, sino más bien de una forma de democracia sin estructura institucional: “La democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social”, a través de las cuales los ciudadanos controlan e interpelan a la democracia electoral-representativa.
Entrando en materia, Rosanvallon caracteriza a la contrademocracia como la expresión de tres poderes: “Un conjunto de prácticas de control, de obstrucción y de enjuiciamiento a través de las cuales la sociedad ejerce su poder de corrección y de presión. Junto al pueblo-elector aparecen las figuras de un pueblo-vigilante, de un pueblo-veto y de un pueblo-juez”.
El poder de control es la manifestación del ideal del gobierno de la voluntad general, de la democracia directa, que fue reemplazado por la democracia electoral-representativa. Es la vigencia “del pueblo-controlador, perpetuamente activo, como el gran remedio para el mal funcionamiento de las instituciones, en particular para remediar la entropía representativa (es decir, la degradación de la relación entre elegidos y electores)”. Rosanvallon lo divide en tres modalidades principales: la vigilancia, la denuncia y la calificación.
El poder de vigilancia “consiste en una especie de inspección continua de los diferentes dominios de la acción gubernamental”, que se manifiesta de modo permanente y ajeno a los calendarios electorales. La vigilancia contribuye a modelar las políticas públicas y establecer el orden de prioridades de la acción gubernamental. Por tal motivo, “la figura del ciudadano-vigilante excede así a la del ciudadano-elector”. En segundo lugar, analiza los antecedentes históricos del poder de denuncia, basado principalmente en el periodismo de denuncia, pero de inmediato señala que “actualmente está emergiendo una nueva función moral y política de la denuncia”, ligada “a la relación inédita que las sociedades contemporáneas mantienen con la transparencia”. El poder de denuncia atañe directamente a la reputación política. La destrucción de la reputación tiene consecuencias más perdurables y profundas que una simple derrota electoral. “Hasta el punto de que se puede hablar de democracy by disclosure (democracia por revelación)”. Finalmente, el poder de calificación “consiste en una evaluación documentada, técnicamente argumentada, a menudo cuantificada, de acciones particulares o de políticas más generales”. Se trata de testear la competencia de los gobernantes. Sobre esa base, los ciudadanos “juzgan en forma permanente el resultado de sus acciones”.
El segundo poder de la contrademocracia es el poder de obstrucción o de veto y se deriva del antiguo derecho a la resistencia frente a la tiranía. Fue evolucionando hasta alcanzar sus formas maduras, en las que “las elecciones contemporáneas son menos la oportunidad de optar por distintas orientaciones que juicios sobre el pasado”. En virtud de esta realidad, es posible hablar de “deselecciones”. Expresivamente agrega Rosanvallon: “En todas partes, una democracia de rechazo tiende a sustituir la antigua democracia de proyecto”.
Finalmente, se refiere al tercer poder, el de enjuiciamiento, que entroniza al pueblo-juez. Se vincula con la “judicialización de la política” y se expresa por intermedio del papel creciente de los jueces en la política; pero es el pueblo el que juzga a través de los jueces, emergiendo así la figura de un pueblo-juez.
En la perspectiva de Rosanvallon, la contrademocracia encierra formas de poder ciudadano no institucionalizado que salen a cuestionar su profundo desencanto con la democracia electoral-representativa. Ese cuestionamiento genera fuertes tensiones, que no han encontrado hasta la fecha un cauce institucional para ser canalizadas. Por eso, Rosanvallon sostiene que la contrademocracia encierra un doble carácter, “oscilante entre un activismo ciudadano positivo y la tentación de una visión desilusionada de lo político”. Pese a que la palabra contrademocracia no es muy feliz y pareciera expresar una actitud contraria al sistema democrático representativo actual, aquí destaco su rasgo de activismo ciudadano como un valor positivo y de reacción frente a la política tradicional.
En el caso argentino, esta evidencia es innegable. E incluso podría alegarse que se trata de un caso testigo debido a la decadencia que ha estado asociada en nuestro país a la democracia electoral-representativa. Según esta visión, la integración entre la democracia electoral-representativa y las formas de poder de la contrademocracia constituye un expediente idóneo para superar el desencanto de los argentinos con la política. En este sentido, cabe preguntarse: ¿qué sucedería si ese poder ciudadano activo y crítico llegara al gobierno a través de un liderazgo que se pone al frente de sus demandas de “rechazo” a los políticos y logra encarnar a la antigua democracia de “proyectos”? ¿No representaría esa instancia una superación de los notorios fracasos de la política “tradicional”, de modo que la contrademocracia se institucionalice y sea capaz de devenir un proyecto positivo de cara al futuro?
En nuestra sociedad y en virtud de su particular historia de fracasos, ¿representa la figura de Milei y su ambicioso plan de reformas un liderazgo de contrademocracia, pero no desde el llano, sino desde el poder? Para un país asolado por la política, estaríamos ante la síntesis deseada entre democracia, legitimado su gobierno por el triunfo electoral, y contrademocracia, una innovación política ajena a la política tradicional que abre la esperanza de un futuro mejor.