La conmovedora historia de la mujer que canta
Es probable que Incendios , la pieza de Wajdi Mouawad, no deje a nadie indiferente. Y no sólo por la violencia de la guerra civil libanesa, sino más bien por la potencia de las actuaciones y la excelente puesta en escena de Sergio Renán. Es común que en el teatro se hable de texto y actuación de manera separada, como si sobre el escenario no fueran la misma cosa. El espectador se encuentra con cuerpos que se relacionan con otros cuerpos, y eso es el teatro, ni más ni menos. Todo lo demás viene por añadidura.
Las luchas entre facciones cristianas, musulmanas y seculares en el Líbano alcanzó una virulencia tan brutal que dejó huellas en más de una generación. Pero lo que tenemos en el escenario del Apolo es la tragedia de Nawal Marwan, primero una joven adolescente ingenua y enamorada que queda embarazada y desea tener a su hijo. Lo que viene más tarde es la tragedia. Y desde los griegos sabemos que la tragedia es aquello que no tiene salida. O mejor: aquello cuya única salida es la muerte. Sin embargo, de manera imprevista irrumpe lo más poético y revolucionario del espectáculo: Nawal se transforma en la mujer que canta. La mujer que canta mientras la torturan. La mujer que canta cuando la violan. La mujer que canta porque su canto es la resistencia a la barbarie y porque a través de su canto construye cierta dignidad que nadie puede vencer.
Lo que ocurre a medida que avanza la acción tendrá que descubrirlo el espectador. Pero sí podemos afirmar que el lenguaje no siempre es suficiente para dar cuenta de lo real. La tragedia de Nawal es tan honda como la de Antígona después de enfrentarse a Creonte o la de Edipo al cabo de saber que el asesino que busca es él mismo. Y el silencio de Nawal, tras haberse pasado la vida cantando, es el mutismo del vacío y la imposibilidad de la palabra para expresar lo que está más allá del lenguaje.
Ana María Picchio, en una actuación memorable, expone su cuerpo a la intensidad del personaje: sueña en su juventud con un mundo mejor que el que descubre después, canta cuando confía en la resistencia, pero hace silencio al experimentar que puede haber algo por encima del dolor y de la vida misma.
Los hijos de Nawal, Janine y Simon, reciben el mandato de su madre de buscar al padre y al hermano que no conocieron. Ellos creían que el padre estaba muerto y desconocían la existencia de otro hermano. Janine emprende la tarea con mucha más decisión que Simon. Y en la excelente interpretación de Esmeralda Mitre, el personaje no sólo crece por el desarrollo dramático que le imprimió el autor, sino también por la riqueza expresiva y los matices que la actriz aporta a su personaje. Esmeralda Mitre viene de hacer Ofelia en el teatro, nada menos que la mujer a la que Hamlet enloquece. Conviene recordar su nombre, dado que tiene un talento natural para las tablas.
Renglón aparte merece la tarea de Sergio Renán. No es necesario citar sus logros en el cine, el teatro y la ópera. Pero lo que hace con Incendios muestra que es un director de vanguardia. Valiéndose de medios audiovisuales convierte el espacio escénico en una ciudad derruida o en una cárcel de máxima seguridad. Digámoslo sin más vueltas: Incendios es una obra dificilísima de llevar a escena. Y Renán no sólo lo logra, sino que la enriquece. La escritura escénica de este director, que tanto le ha dado al arte del teatro, es precisa en la construcción del ámbito ideal para que se desarrolle la acción. De más está decir que su mano en la conducción de actores también se hace notar, dado que no hay ni una sola interpretación que merezca algún cuestionamiento.
Casi al final, una reflexión que nos compete como ciudadanos argentinos. Cuando el filósofo Oscar del Barco escribe ese maravilloso texto que titula No matarás, más de uno le saltó al cuello acusándolo de defender la equivocada teoría de los dos demonios. Los que lo cuestionaron no entendieron que su reflexión va más allá de una coyuntura histórica. Obras como Incendios muestran que la muerte siempre conduce a la muerte. Y que no todas las mujeres cantan. Algunas mueren mucho antes de cantar. Y los hijos de esas mujeres seguramente no van a cantar nunca. Porque en el canto suele haber algo de celebración y alegría. En las guerras, lo que hubo y hay es una realidad de sangre y de huesos quebrados. Matar es matar. Y torturar es torturar. No hay metáfora ni metonimia ni ideología. Y si me emociono ahora, al recordar Incendios , es porque creo que lo humano sólo está amenazado por lo humano. Ésa es la verdadera tragedia.
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