La confluencia liberal desarrollista para transformar la economía argentina
Decidido que Javier Milei será el nuevo presidente, urge la explicitación de un plan de estabilización, parte de un programa integral que involucre profundas reformas estructurales
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Las elecciones se definieron. Los argentinos elegimos presidente a Javier Milei. Breve transición y necesidad de decisiones. La fiebre inflacionaria vuela a registros que recuerdan las hiperinflaciones pasadas y urge la explicitación de un plan de estabilización, donde la opción de política monetaria y cambiaria es, a su vez, parte de un programa integral que involucra profundas reformas estructurales. En el pasado hubo planes de estabilización que lograron reducir inflaciones de tres dígitos anuales a un dígito anual en un período de tiempo relativamente breve (menos de un año). El Plan Austral en la administración Alfonsín, con el novedoso mecanismo del “desagio” como instrumento para desindexar precios pactados en el pasado y frenar la inflación inercial para generar nuevas expectativas de inflación futura a la baja, fue en principio exitoso y llevó al radicalismo a ganar las elecciones legislativas de 1985 en casi todo el país. Pero duró poco, y la inflación aumentó hasta la híper de 1989.
El Plan de Convertibilidad en los noventa inauguró otro período de estabilización con dos mecanismos que aparecieron también como novedosos: un tipo de cambio fijo pero convertible (un peso pasó a ser una especie de vale por un dólar), y el retorno al nominalismo jurídico en las obligaciones de dar suma de dinero que erradicó las cláusulas indexatorias. La convertibilidad sobrevivió una década y estuvo acompañada de reformas microeconómicas (desregulación, apertura, privatizaciones) que tendieron a promover mejoras de productividad imprescindibles para que el precio fijo del dólar no terminara asfixiando la actividad productiva. La estabilidad del “uno a uno” también premió con sucesivos éxitos electorales al menemismo gobernante. Más tarde, su colapso se terminó llevando puesto al gobierno de la Alianza.
En el análisis retrospectivo de estos planes de estabilización que no perduraron en el tiempo, los economistas, en general, reparten culpas entre los desequilibrios de las cuentas públicas que nunca se terminaron de ordenar (y que forzaron a reponer financiación inflacionaria en un caso y endeudamiento en moneda extranjera en el otro), y la ausencia y/o la necesidad de profundizar reformas estructurales que quedaron a medias. Sin desconocer esas razones, el economista José Fanelli subraya que en realidad ambas estabilizaciones terminaron siendo víctimas de lo que define como “la coalición del dólar barato”. Una confluencia de intereses creados para hacer sobrevivir un modelo productivo corporativo agotado de sustitución de importaciones, con producción orientada al mercado doméstico, exportaciones de saldos e interacción con un mercado regional que, en vez de ampliar la escala del mercado doméstico y transformarse en plataforma regional de exportaciones, devino un área cerrada con altos aranceles comunes externos e innumerables excepciones proteccionistas entre sus miembros. Esa coalición de intereses corporativos beneficia a amplios sectores protegidos, a las burocracias con empleo público asegurado (y salarios promedios que superan a los que puede pagar el sector privado), al turismo emisivo y a sectores importadores. Corporaciones gremiales y empresarias, con privilegios muy arraigados, se resisten al cambio con uñas y dientes.
Por otro lado están los perdedores de siempre: los sectores exportadores, con la cadena agroindustrial a la cabeza, los desocupados y los trabajadores del sector informal que tienen que ajustar sus salarios a las condiciones de baja productividad sistémica por la escasa inversión y la falta de creación de empleo privado. Esta coalición del dólar barato, a veces estereotipada en el eufemismo de “vivir con lo nuestro”, es la responsable primaria de las cíclicas explosiones de las cuentas públicas y externas que han frustrado la sostenibilidad de los intentos estabilizadores.
La estabilización que el fogonazo inflacionario actual hace imprescindible tiene esta vez una característica singular respecto de sus antecedentes: por primera vez un dólar oficial retrasado convive con un deterioro salarial inédito. Lo que augura que una estabilización exitosa precedida de una recomposición de precios relativos puede tener a corto plazo impacto reactivante con inflación a la baja. Pero para que la estabilidad no tenga esperanza de vida acotada como en los casos anteriores, además de las reformas estructurales anejas, esta vez debe estar cimentada en un nuevo modelo productivo de valor agregado exportable con un tipo de cambio competitivo que se aprecie por ganancias de productividad. Con la fotografía de hoy resulta ilusorio, pero, estabilidad mediante, van a aparecer muchos dólares de inversión y de exportaciones, y entonces “la coalición del dólar barato” volverá por las suyas. Esta vez, en el corto plazo, habrá que evitar la tentación del ingreso de capitales “golondrina” y, en el mediano plazo, para preservar los incentivos a la transformación productiva, habrá que usar pesos del superávit fiscal a alcanzar, para comprar dólares del superávit comercial y conformar un fondo contracíclico con los debidos reaseguros para que la mala política no pueda disponer del mismo a discreción. Además, con la renta incremental apropiada por el Estado (Nación y provincias) a partir del desarrollo intensivo de los hidrocarburos y la minería, se puede también constituir un fondo soberano intergeneracional con restricciones y tipos penales que limiten la disponibilidad de sus recursos solo a los rendimientos obtenidos.
Hay que promover una nueva coalición del valor agregado exportable sumando a la cadena agroindustrial (bioeconomía) la cadena de valor energética, la cadena de valor minera, la cadena de valor de transmisión de contenidos digitales, la cadena de valor del turismo receptivo, la transformación industrial con el acople a cadenas de valor regionales (friendshoring), la industria pesquera, y todos los argentinos desocupados y subempleados de una clase media aspiracional que se derrumbó y que se resiste a vivir de una dádiva del Estado.
Valor agregado implica añadir conocimiento a la materia prima. El valor agregado exportable puede convivir un tiempo con la industria infante que necesita músculo interno y regional para competir afuera, pero no puede coexistir con “respiradores artificiales” de una industria protegida sine die que destruye valor.
El historiador José C. Chiaramonte distingue en el siglo XIX a los “liberales nacionalistas” de los “nacionalistas antiliberales” y de los “liberales librecambistas”. Sostiene que la dicotomía “proteccionismo o librecambio” impidió en aquel entonces que el espacio liberal forjara acuerdos básicos para promover el incipiente desarrollo industrial nacional asociado a la cadena de valor agropecuaria. Esa discordia sembró la simiente para que el nacionalismo antiextranjero y corporativo enarbolara en el siglo XX la dicotomía “campo o industria” con fundamento en la teoría de la dependencia y la deriva de la sustitución de importaciones. La confluencia liberal con un desarrollismo aggiornado al siglo XXI ofrece la oportunidad de transformar el modelo productivo fallido del nacionalismo corporativo del siglo pasado en otro modelo que nos reconcilie, de una vez por todas, con la creación de riqueza, la producción y la generación de empleo.
Doctor en Economía y en Derecho