La conducta impecable de los bielorrusos durante las protestas
En el centro mismo del escenario mundial actual aparecen dos países, muy distintos, que están empeñados en realizar multitudinarias manifestaciones de protesta contra sus respectivos gobiernos.
El primero de ellos es ciertamente el nuestro, la Argentina, claramente disconforme con sus actuales autoridades, a las que consideran uno de los peores gobiernos de su historia, cuyo objetivo principal parece ser el de garantizar la impunidad a la actual vicepresidenta, asediada por una decena de casos judiciales en los que se investigan diversos episodios de corrupción. Para ello, el presidente Alberto Fernández prohíja solapadamente la remoción de todos aquellos magistrados judiciales que actuaron con independencia en las mencionadas causas.
El segundo, muy distinto, es el que afecta a Bielorrusia, cuyos sufridos habitantes manifiestan su hartazgo respecto del dictador que desde hace 26 años está encaramado en lo más alto del poder, Alexander Lukashenko. Porque acaba de obtener, en elecciones fraudulentas, un nuevo mandato.
Cada domingo, más de 100.000 bielorrusos protestan ordenadamente en las calles de la impecable capital de su país, Minsk. Con una conducta pacífica y hasta socialmente ejemplar. No arrojan ni latas ni botellas de plástico en la calle y al subirse a los bancos o monumentos muchos se sacan los zapatos, para no ensuciarlos. El tráfico vehicular obedece disciplinadamente las luces. Y no hay desmanes, ni –mucho menos- saqueos. Tan civilizadas son las protestas, que hay quienes las califican de "excesivamente aterciopeladas".
El orden y la educación que demuestran las multitudes bielorrusas ha derrumbado la retórica de Lukashenko, que ha calificado precipitadamente a los manifestantes de "criminales" y "desempleados".
Las mujeres parecen ser mayoría en las protestas y, casi siempre, actúan de voceros, entregando flores tanto a los periodistas como a los cercos policiales que las rodean. Algunas se animan a desenmascarar a los represores, dejando su rostro al descubierto, quitándoles las caretas protectoras con los que normalmente los ocultan. No obstante, muchas de ellas han sufrido breves detenciones, totalmente arbitrarias.
Terminadas las protestas, los manifestantes limpian la calle y la dejan casi impecable. Acostumbrados a una ciudad inmaculada, la protegen aún respecto de sí mismos. Cuando destruyen los retratos de Lukashenko y de Vladimir Putin, los pedacitos del papel son cuidadosamente arrojados en los tachos de la basura pública.
La disciplina evidenciada es parte de un deseo evidente de no alterar, al menos por ahora, el orden. Acostumbrados a vivir bajo un régimen autoritario, creen que deben evitar –a toda costa- cualquier movimiento que destiña el carácter siempre pacífico que distingue a las protestas políticas bielorrusas. Todo un ejemplo, por cierto. Al menos, hasta ahora.
Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.