La compleja relación entre pobreza y delincuencia
En "¿Es la pobreza la causa de la delincuencia?", un trabajo exhaustivamente documentado y de libre acceso en la red para quien desee cotejar las fuentes, Laurent Lemasson recoge tres creencias apenas exploradas. En primer lugar, la que sostiene que, en las zonas urbanas, la delincuencia se asienta principalmente en los barrios pobres. En segundo lugar, que un gran número de delincuentes crónicos provienen de hogares "desfavorecidos". En tercer lugar, que la mayoría de los delincuentes son pobres y tienen una relación problemática con el empleo. Partiendo de estas tres premisas, este doctor en derecho público y ciencias políticas de la Universidad de París Nanterre prueba que "la correlación no es causalidad", concluyendo que pese a que mucha gente honesta cree de buena fe en estas premisas, estas no resisten un análisis objetivo. ¿Qué quiere decir que la correlación no es causalidad? Que el hecho de que haya una correlación entre dos variables no significa que una provoque a la otra, pues existen factores adicionales que inducen a pensar que, en este caso, la pobreza es la causa del delito cuando, si se lo explora sin prejuicios, se explica por otros factores.
Por empezar, un fenómeno sorprendente indica que, a nivel macroeconómico, no existe tal correlación entre las tasas de desempleo y pobreza, por una parte, y las tasas de delincuencia, por otra. De hecho, estas tasas varían en la dirección opuesta a lo que se cree, pues a mayor empleo, mayor delito. Si la delincuencia fuera causada por privaciones económicas, los desempleados que abandonaron la búsqueda de trabajo, supuestamente, serían los candidatos ideales para ingresar en el delito. Pero no es así.
En un fenómeno que se reitera en los Estados Unidos, en Francia se registra desde 1960: entre 1998 y 2000, el país galo experimentó tres años de fuerte crecimiento económico con una merma del desempleo. Paralelamente, la tasa de delitos se incrementó del 60 por mil al 70 por mil. Esta evolución de la delincuencia y la situación económica animó a reconocer al primer ministro Lionel Jospin que había pecado un poco de "ingenuidad" al pensar que "reduciendo el desempleo reduciríamos la inseguridad".
Curiosamente, según los datos, el vínculo entre pobreza y delincuencia funciona en sentido contrario al que se cree: el crimen genera pobreza, desalentando la actividad económica legítima e infundiendo temor en los segmentos que pueden crear y sostener fuentes de trabajo
Curiosamente, según los datos, el vínculo entre pobreza y delincuencia funciona en sentido contrario al que se cree: el crimen genera pobreza, desalentando la actividad económica legítima e infundiendo temor en los segmentos que pueden crear y sostener fuentes de trabajo. Podríamos, entonces, preguntarnos por qué los delincuentes crónicos provienen muy a menudo de entornos desfavorecidos.
Los datos muestran que la pobreza de los padres es deudora de los mismos factores que reproducen la delincuencia de sus hijos: por lo general, ser padre muy joven, el abandono temprano de la escuela y el consumo de alcohol y drogas (pasta base, pegamento) son factores relacionados con la pobreza en la edad adulta, que reproducen una estructura familiar inestable, con frecuentes rupturas y cambios de parejas que ocupan un rol parental secuencial, así como un trato errático y hasta brutal hacia la pareja y los hijos. Convertirse en madre en la adolescencia y multiplicar hijos de diferentes parejas también está fuertemente correlacionado con la pobreza persistente a lo largo de la vida y la dependencia permanente de la asistencia social del Estado. Cuando nos volvemos hacia las políticas asistencialistas de las últimas décadas en la Argentina que dio lugar a una tasa de niñas-madres nunca vista antes, no podemos sino coincidir –tardíamente– con algunos criminólogos que concluyeron que retrasar la edad del primer embarazo haría más para reducir la tasa de criminalidad a largo plazo que cualquier otro programa de prevención.
De más está decir que estos factores de riesgo indican una probabilidad, pues muchos nin~os criados en esas familias no se convierten en delincuentes. Pero explican por qué muchos delincuentes reincidentes provienen de estas familias. En la Argentina, los adolescentes se inician precozmente en el consumo de drogas y, entre los 18 y los 23 años, alcanzan el cenit del delito. Cuando son capturados, sufren los castigos de los otros internos. Pero cuando alcanza los 35 o 40 años, "el preso viejo", como se lo llama, suele ser buchón, se acomoda con los penitenciarios y se encauza para vivir en el marco de la ley.
Los estudios a largo plazo de antecedentes penales muestran que el núcleo duro de los delincuentes conformado por el 5% de la población delincuente –responsable de aproximadamente la mitad de los delitos– se suele destacar desde la infancia por un comportamiento disruptivo. A propósito de estos delincuentes crónicos, el criminólogo canadiense Maurice Cusson declara que ya desde su paso por la escuela se distinguen por su impulsividad, su comportamiento rebelde y sus pobres resultados académicos. Muchos de ellos, de adultos, eligen el delito. Al final de esta socialización fallida, resume Cusson, los individuos cuentan con un frondoso prontuario de reincidencias en el delito, conformando un cuadro clínico conocido caracterizado por una carencia de autocontrol; por la búsqueda del riesgo que los impulsa al peligro; por el hábito del delito; por insuficiencias cognitivas conducentes a un error de cálculo de las consecuencias de sus actos y por un comportamiento antisocial adquirido a través de una historia de impunidad y egocentrismo que les impide tomar en cuenta el punto de vista de los demás. "En conjunto –concluye Cusson– estas deficiencias predisponen a los individuos a orientarse a un estilo de vida dominado por una búsqueda errática del placer inmediato".
Cuando se desconoce la capacidad de elección de quien viola la ley, se lo descalifica, haciendo de él "un objeto de manipulación con fines benéficos", dice Lemasson, omitiéndose que los factores socioculturales invocados afectan de forma semejante tanto al delincuente como al que no lo es. Con esa victimización del victimario, en el mismo gesto se revictimiza a la víctima, que suele pertenecer a la clase trabajadora injustamente estigmatizada. Aquella que fue castigada por políticas erráticas que condujeron a que hoy la vida, la de cualquiera, no valga nada.
Desde hace 50 años, en la Argentina convivimos con esta inversión entre la víctima y el victimario. Y no se trata de un problema solo político, sino, fundamentalmente, cultural: cuando la gente honesta cree erróneamente que quien delinque no puede ser considerado plenamente responsable de sus actos termina siendo colaboracionista del buenismo de jueces, defensores y hasta fiscales que no creen en el derecho y se amparan en que no pueden castigar a quienes la lotería social no los favoreció. De allí a pensar que el delito es una "construcción social" media un solo paso.
Finalmente, ese colaboracionismo termina justificando que la tarea de la administración de justicia penal se reduce a una militancia por una utópica redistribución de la lotería social, aboliendo el castigo buscado y castigando a las miles de víctimas silenciadas por colaboracionistas y militantes. Revictimizando a esas víctimas, las únicas que no buscaron ganarse su triste título.
Presidenta de la Asociación Civil Usina de Justicia