La clase política, un invento para perpetuarse en el poder
En las últimas semanas escuché a representantes políticos de distintos espacios hablar de "clase política". Si hacemos una lectura rápida, podríamos creer que se trata solamente de una cuestión semántica, pero al profundizar un poco es fácil darse cuenta de que no es así en absoluto. Creer que existe una "clase política" es una ficción que tiene consecuencias prácticas y fácticas: si aceptamos con naturalidad la existencia de una "clase política" aceptamos, entre otras cosas, que también existen problemas específicos de esa clase. Uno de ellos, por ejemplo, podría ser la idea de grieta, que últimamente aqueja a muchos políticos que se lamentan por las discusiones y las diferencias y que, incluso, buscan convencernos de que los problemas que tiene Argentina para desarrollarse están en gran parte vinculados a que, como algunos representantes públicos se llevan mal, al país no le va bien. No así que el problema es la incapacidad del estado para revertir la creciente pobreza en todo nuestro país, o la pérdida de calidad educativa que amplifica la desigualdad, el narcotráfico que asesina y condena a familias a vivir en la pena de las adicciones y el peligro, la inseguridad que atormenta la posibilidad de estar tranquilo, o sencillamente no tener que estar preocupado porque te usurpen.
Otro problema recurrente que deviene de la aceptación natural de la existencia de una clase política es la idea de que es sensato rediscutir permanentemente las reglas de competencia electoral. Así, cada 4 años, algunos de los que forman parte de esta clase política retoman los debates que pretenden modificar la normativa electoral y, por lo tanto, las condiciones para una sana competencia entre partidos. Para justificar estos cambios se suelen sostener argumentos más emocionales que racionales, como por ejemplo, que las personas están cansadas de votar tan seguido o, como se viene escuchando últimamente, que sería triste que la gente perdiera la posibilidad de votar a un intendente indefinidamente. Cuando alguien cree que por integrar una parte de la sociedad que se dedica a pensar asuntos y políticas públicos, forma parte de una clase especial y privilegiada, empiezan a aflorar ideas extrañas con poco sustento en la realidad.
En Pinamar hay aproximadamente 45.000 habitantes, no pareciera ser tan grave que un intendente que haya cumplido 2 mandatos de gobierno pudiera presentarse un turno consecutivo más. Sin embargo, las consecuencias de perpetuarse en el poder son mucho más graves que los efectos indeseados que eventualmente podría generar la alternancia democrática. Posiblemente la materia más difícil -o al menos la última- que debe cursar cualquier líder político sea la de generar bases para que surjan distintos liderazgos que fortalezcan a los partidos políticos. Entre quienes nos dedicamos a la política, a veces existe la idea de que, como una parte de la ciudadanía prioriza a las personas antes que a los partidos políticos, es necesario elaborar estrategias lineales que respondan superficialmente a este diagnóstico.
Esto lleva a la confusión de creer que "como a nadie le importan los partidos políticos, entonces hay que tener buenos candidatos" y eso, a su vez, acarrea consecuencias fácticas para nada menores: se deja de apostar al fortalecimiento de los partidos políticos y los equipos quedan degradados. Es cierto que muchas veces se valora a las personas por sobre las estructuras institucionales, pero como escribió Borges "nuestro deber es construir como si fuera piedra la arena". Las personas importan, pero más importan los equipos y, para construir equipos sólidos, es fundamental contar con estructuras institucionales que apuesten a la creación de espacios de participación ciudadana, dar lugar a las personas para que hagan su aporte y asuman responsabilidades, y generar nuevos liderazgos con personas dispuestas a trabajar de manera horizontal y conscientes de la finitud del cargo que ocupan. Quienes lideramos hoy un equipo, tenemos la responsabilidad de asumir que estamos de paso y que, en este camino, buscamos aportar nuestro granito de arena.
Las personas importan pero más importan los equipos y, para construir equipos sólidos, es fundamental contar con estructuras institucionales que apuesten a la creación de espacios de participación ciudadana
Otra de las consecuencias de la idea de "clase política" implica tener siempre a mano la carta que habilita a hablar de "costos" cada vez que la jugada lo amerita. Así, por ejemplo, cuando un tema se vuelve inconveniente para un sector, como lo son ahora las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, los representantes de la "clase política" hablan del altísimo gasto que las PASO representan para todos los argentinos. El debate sobre la obligatoriedad de las PASO -o sobre si tiene el mismo sentido que las haya tanto en las elecciones legislativas como en las ejecutivas- es admisible pero amerita ser discutido con seriedad y sin especulaciones políticas. ¿Es el mejor sistema posible? Quizás si, quizás no. Lo que sí sabemos es que es poco serio pretender modificar las reglas de competencia electoral de manera casi permanente. Que el argumento sea "el costo de cada elección" invita a reflexionar sobre muchas otras cuestiones vinculadas al costo de la democracia: también podríamos hablar del costo del tamaño del Estado, del costo de la presión tributaria, o de la distribución asimétrica y discrecional del gasto entre los diferentes municipios, gobiernos provinciales y el gobierno nacional versus las responsabilidades fácticas de cada nivel gubernamental.
Pienso que la idea de una "clase política" es autoritaria y peligrosa, ya que nos hace caer en discusiones de baja calidad y nos aleja de las personas. Si todos los que hacemos política componemos esta "clase política", entonces nadie es individualmente responsable de nada, ni mucho menos de los fracasos, porque todo se le atribuye a todos. La idea de "clase política" es un invento para garantizar la impunidad cultural de los sujetos que deciden ejercer la política. John Lennon y Yoko Ono inmortalizaron la expresión "La guerra se termina, si tú lo quieres" (War is over if you want it), la clase política también.
Intendente de Pinamar