¿La ciencia puede volverse un hobby de millonarios?
De enfermedades a dinosaurios, del espacio al cerebro, cada vez más investigaciones científicas en EE.UU. están financiadas por empresarios, con prioridades más personales que públicas
Nueva York
En abril pasado, el presidente Obama reunió a algunos de los más respetables científicos en la Casa Blanca. Bromeando acerca de que sus calificaciones en física lo hacían un dudoso candidato a "científico en jefe" habló de usar la innovación tecnológica "para hacer crecer nuestra economía" y dio a conocer "el próximo gran proyecto norteamericano": una iniciativa con US$ 100 millones para sondear los misterios del cerebro humano.
En ese camino, invocó el rol líder del gobierno en una historia de glorias científicas, desde colocar un hombre en la Luna hasta crear Internet. La "Iniciativa del Cerebro", como la describió, sería una continuación de esa gran tradición, una ambiciosa refutación de que hay profundos recortes en los fondos federales para la investigación científica.
"No podemos darnos el lujo de perder estas oportunidades mientras el resto del mundo se adelanta a toda velocidad", dijo Obama. "Tenemos que aprovecharlas. No quiero que los siguientes descubrimientos generadores de empleo se den en China o India o Alemania. Quiero que se den aquí."
Pero estaba ausente de su narrativa la realidad de fondo, que muestra los cambios profundos que se están dando en la manera que se financia y se practica la ciencia en Estados Unidos. De hecho, la iniciativa del gobierno derivó de investigaciones privadas con mucha financiación: una década antes, Paul G. Allen, cofundador de Microsoft, había creado un instituto de ciencias en Seattle, al que donó US$ 500 millones, y Fred Kavli, un multimillonario de la tecnología y el negocio inmobiliario, estableció institutos del cerebro en Yale, Columbia y la Universidad de California. Fueron científicos de esos centros filantrópicos, a su vez, los que ayudaron a diseñar el plan de la administración Obama. La ciencia norteamericana, desde hace mucho una fuente de poder y orgullo nacional, se está volviendo cada vez más una empresa privada.
En Washington, los recortes presupuestarios han dejado el complejo de investigaciones de la nación muy sacudido. Se están cerrando laboratorios. Se están echando científicos. Se están cajoneando proyectos, especialmente en el reino riesgoso y libertario de la investigación básica. Pero desde Silicon Valley hasta Wall Street, la filantropía científica crece, mientras muchos de los más ricos norteamericanos buscan reinventarse como patrocinadores del progreso social por medio de la investigación científica.
El resultado es un nuevo cálculo de influencia y prioridades que la comunidad científica ve con una mezcla de gratitud y recelo. "Para bien o para mal –dijo Steven A. Edwards, analista de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia– la práctica de la ciencia en el siglo XXI está siendo modelada menos por las prioridades nacionales y por grupos de científicos y más por las preferencias particulares de individuos con inmensas cantidades de dinero."
Credo individualista
Han montado una guerra privada contra las enfermedades, con nuevos protocolos para convertir descubrimientos básicos en tratamientos efectivos. Han reencendido las tradiciones de la exploración científica al financiar la búsqueda de huesos de dinosaurios y criaturas marítimas gigantescas. Incluso están comenzando a desafiar a Washington en el juego costoso de la ciencia grande, con barcos innovadores, naves submarinas y telescopios gigantes, y la primera misión privada al espacio.
Los nuevos filántropos representan a toda la comunidad empresaria norteamericana: gente como Michael R. Bloomberg, ex alcalde de New York (y fundador de la compañía de medios que lleva su nombre), James Simons (fondos de alto riesgo) y David H. Koch (petróleo y productos químicos), y algunos de los nombres más conocidos del mundo de la tecnología, entre ellos Bill Gates (Microsoft), Eric E. Schmidt (Google) y Lawrence J. Ellison (Oracle), entre cientos de donantes ricos.
Esto es filantropía en la era de la nueva economía, financiada con sus riquezas desmedidas, practicada de acuerdo con su credo individualista, empresario. Los donantes no le tienen paciencia al ritmo, a menudo politizado, de la ciencia pública y están dispuestos a correr los riesgos que el gobierno no puede o simplemente no quiere considerar.
Pero ese establecimiento personal de prioridades es precisamente lo que preocupa a algunos en el establishment científico. Muchos de los patrocinadores, dicen, ignoran la investigación básica –del tipo que investiga los acertijos de la naturaleza y ha producido avances, incluso industrias completas, a lo largo de los siglos– y en cambio apuestan a una mezcla de campos populares, como los estudios ambientales y la exploración espacial.
Al crecer el poder de la ciencia filantrópica, también ha subido el tono del debate. Nature, un grupo de revistas científicas líderes, ha publicado una cantidad de artículos desconfiados, uno de los cuales alerta que, si bien aplauden y apoyan "plenamente la inyección de más dinero privado en la ciencia", la financiación también podría "inclinar la investigación" hacia campos más de moda que centrales. "La física no es sexy", dijo en una entrevista un asesor en ciencias de la Casa Blanca. "Pero todos miran el cielo".
Los críticos dicen que lo fundamental en juego es el contrato social que cultiva la ciencia por el bien común. Les preocupa que los miles de millones filantrópicos tiendan a enriquecer a las universidades de élite a expensas de las que tienen menos recursos, mientras socavan el apoyo político por la investigación promovida por el gobierno federal y sus esfuerzos por generar una mayor diversidad de oportunidades –geográficas, económicas, raciales– entre los investigadores científicos.
En el mundo tradicional de la investigación promovida por el Estado, paneles de expertos analizan solicitudes de fondos para decidir cuáles reciben financiación, sopesando factores tales como el mérito intelectual y el valor social. En cambio, la nueva filantropía científica es personal, antiburocrática, inspirada.
Para Wendy Schmidt, la inspiración vino, en 2009, de una barrera de coral en las islas Grenadine, en el Caribe. Fue su primera inmersión y le hizo abrir los ojos a la exuberancia de la naturaleza. Lo habló con su marido, Eric, el presidente ejecutivo de Google, y los dos decidieron que la ciencia marina necesita más recursos. Así, crearon el Schmidt Ocean Institute en Palo Alto, California, al que destinaron más de US$ 100 millones. La pieza central es un barco casi de la extensión de una cancha de fútbol que, a diferencia de la mayoría de los barcos de investigaciones, tiene un sauna y una plataforma para helicópteros.
Los proyectos de los filántropos son tan diversos como las carreras que les dieron sus fortunas. George P. Mitchell, considerado el padre del proceso de perforación para la explotación de petróleo y gas conocido como fracking, ha dado alrededor de US$ 360 millones a campos como la física de las partículas, el desarrollo sustentable y la astronomía, incluyendo US$ 35 millones para el Telescopio Gigante Magallanes, que ahora está siendo construido para su instalación en una montaña en Chile.
Eli Broad, que hizo su fortuna en los negocios inmobiliarios y de seguros, donó US$ 700 millones para un emprendimiento entre Harvard y el MIT para explorar la base genética de enfermedades. Gordon Moore, de Intel, ha gastado US$ 850 millones en investigaciones en física, biología, medio ambiente y astronomía. El inversor Ronald O. Perelman dio más de US$ 30 millones para estudiar cánceres de mujeres, dinero que llevó a Herceptin, una droga innovadora para ciertos tipos de cáncer de mama. Nathan P. Myhrvold, ex jefe de tecnología de Microsoft, ha gastado mucho en la búsqueda de restos fósiles del Tiranosaurio rex, mientras Day Dalio, fundador de Bridgewater Associates, un fondo de alto riesgo, ha prestado su mega-yate para la búsqueda del elusivo calamar gigante.
La disponibilidad de tanta ambición bien financiada ha creado un nuevo tipo de juego de cortejo. A los investigadores les gusta contar cómo rogaron por fondos al establishment federal de ciencia, que se los negó, y, en cambio, fueron recibidos con los brazos abiertos por filántropos. Ha surgido un nuevo sector de servicios para ayudar a los científicos a establecer lazos con benefactores potenciales, ofreciendo talleres, asesoría personal y la producción de videos solicitando apoyo.
Algunas instituciones médicas incluso están capacitando a sus propios científicos y médicos en el arte de solicitar dinero de pacientes agradecidos y ricos. Y Nature publicó un largo artículo para dar consejos sobre cómo "vender ciencia" y "cortejar a los filántropos". Incluyendo "argumentos para presentar en un viaje de ascensor", algo tan convincente que pudiera llamar la atención de un donante potencial en el viaje entre pisos.
Mientras tanto, el gobierno norteamericano sabe muy poco de cuánto dinero filantrópico está yendo a las ciencias o cómo se gasta. La tarea es abrumadora. Si la ciencia estatal es centralizada, la ciencia filantrópica decididamente no lo es: es una aglomeración de donantes, desde los patrocinadores más ricos hasta gente que da cheques modestos a sus organizaciones de caridad favoritas.
La Academia Nacional de Ciencias ha urgido repetidamente al Estado a aumentar el monitoreo de estos miles de millones sin control. Y recientemente la Fundación Nacional de Ciencias comenzó a desarrollar un estudio piloto, que se completará en un año aproximadamente.
Mientras tanto, Fiona E. Murray, profesora de iniciativa empresaria en el MIT, tiene una orientación diferente: no estudia a los donantes, sino a los receptores, en particular las universidades del país dedicadas a la investigación.
Para simplificar la tarea, analizó las cincuenta universidades líderes en fondos para ciencia e investigación, lugares como Columbia y Stanford, Duke y Harvard, Michigan y Johns Hopkins.
Según mostró, los donantes privados aportan ahora aproximadamente el 30% de los fondos de las universidades para investigación, y agregó que el auge de la filantropía científica puede simplemente ayudar a "campos científicos, universidades e individuos ricos a volverse más ricos".
Traducción de Gabriel Zadunaisky