La ciencia detrás de las resoluciones de Año Nuevo
Una versión mejorada de nosotros mismos. Esa idea probablemente estaba en nuestras cabezas, aunque solo fuera de manera inconsciente, mientras brindábamos en Año Nuevo y nos prometíamos a nosotros mismos que esta vez sí, que este sí será el año en el que vamos a dejar de fumar, aprender ese idioma, escribir la tesis, hacer yoga o comer menos harinas. ¿Por qué hacemos resoluciones cuando empieza un nuevo año, y no en cualquier otro momento, si los efectos de ir al gimnasio son los mismos si empezamos en mayo, en enero o en septiembre? ¿Por qué empezamos la dieta el lunes y no el martes?
La psicología y la economía del comportamiento pueden darnos algunas respuestas. En The fresh start effect: temporal landmarks motivate aspirational behavior (El efecto del nuevo comienzo: los límites temporales motivan el comportamiento aspiracional), los investigadores Hengchen Dai, Katherine L. Milkman y Jason Riis, de la Universidad de Pensilvania, encontraron que las búsquedas en Google de la palabra “dieta”, las visitas al gimnasio y los compromisos para perseguir metas aumentan después de límites temporales concretos y arbitrarios, como un nuevo año, una nueva semana, un cumpleaños o un feriado. De acuerdo con ellos, en nuestra “contabilidad mental” estos límites nos vuelven más conscientes del paso del tiempo y nos hacen dividirlo en periodos específicos. También mentalmente, asignamos nuestras imperfecciones del pasado –no haber sido constantes con el estudio, haber comido de más o no haber ahorrado de acuerdo a nuestros planes– a ese periodo que ya terminó. En cambio, a nuestros yo aspiracionales, los que queremos ser, los ubicamos en el que está por comenzar.
Asignar marcadores artificiales a la manera en la que pasa el tiempo, explican los autores, crea discontinuidades en nuestra percepción, que nos hacen salir del día a día y pensar en nuestras vidas y nuestras aspiraciones de una manera más global. Esas discontinuidades, además, hacen que creemos ese contraste entre nuestros yo del pasado y nuestros yo ideales del futuro.
Bastante seguido, sin embargo, sobrestimamos la fuerza de voluntad de esos “yo” del futuro. La economía del comportamiento describe algunas de las maneras en las que lo hacemos. El sesgo del presente es una de esas formas. Es lo que nos pasa, por ejemplo, cuando creemos que nos podemos dar el lujo de comer esa cena hipercalórica porque es domingo, pero el lunes sí vamos a elegir una ensalada para compensar. O, por decirlo de otro modo, cuando no tenemos capacidad de autocontrol en el presente pero estamos seguros de que la vamos a tener en el futuro. Que tengamos esas inconsistencias es una mala noticia para las promesas que nos hicimos el 31 de diciembre por la noche.
Muchas empresas están al tanto de nuestras inconsistencias como clientes y actúan en consecuencia. Los gimnasios, por ejemplo, saben mejor que nosotros de esa fiaca de último momento que muchas veces deriva en que decidamos quedarnos en casa mirando una serie en vez de ir a hacer pesas. En Paying not go to the gym (Pagando para no ir al gimnasio), los investigadores Stefano Dellavigna y Ulrike Malmendier estudiaron empíricamente cómo los usuarios toman decisiones irracionales cuando eligen un plan de membresía en el gimnasio. Analizaron datos de 7.752 gimnasios durante más de tres años y encontraron que los miembros que pagan un abono mensual terminan pagando en promedio un 70% más por visita al gimnasio que lo que hubieran pagado si hubieran comprado un pase de diez veces. Faltan aunque ya hayan pagado. La explicación es simple: tenemos una confianza exagerada en nuestra capacidad futura de autocontrol.
La buena noticia es que, una vez que reconocemos que tenemos esos sesgos, hay cosas que podemos hacer para combatirlos. Por ejemplo, en el sitio web www.stickk.com se pueden declarar resoluciones de Año Nuevo y firmar contratos que nos obligan a pagar un precio si las incumplimos. Es lo que se conoce como “dispositivos de compromiso”. De manera voluntaria, le imponemos un costo al incumplimiento de nuestras propias promesas. Otras estrategias son más suaves: cuando nos ponemos una meta de cantidad de libros a leer en el nuevo año en Goodreads, la red social de lectura, estamos confiando en que la presión futura de ver la barra de progreso incompleta –y la presión social de que otros la vean– tenga un efecto sobre nuestra voluntad.
Estamos a tiempo: quedan 363 días para mantener nuestros compromisos. O, para ponerlo en otros términos, a nuestro “yo” del futuro le quedan 363 días para cumplir con lo prometido.