La inseguridad, la cara más perversa de la otra epidemia
El coronavirus se cobró varias muertes y millones de libertades. Hizo eclosión en el mundo y se convirtió en una pandemia en función de la cual los gobiernos implementaron cuarentenas y cercenaron todo tipo de derechos y libertades individuales. El gobierno argentino no fue la excepción, y lo hizo con la declamada finalidad de "cuidarnos".
No es objetivo de esta nota discutir si ello está constitucionalmente bien o mal, así como tampoco lo es debatir acerca de la razonabilidad de esas medidas restrictivas, que en nuestro pais llevan ya cuatro meses. Sí lo es poner de relieve y destacar la existencia de la otra epidemia que nos asuela hace muchos años en la Argentina: la inseguridad. Porque aquí hay algo que salta a la vista; los gobernantes no ponen el mismo celo en "cuidarnos" de esta otra epidemia, en la que los agresores son los "chorrovirus", que a diferencia del corona -que no nos agrede si no lo vamos a buscar- se meten en nuestra intimidad, en nuestra privacidad, en nuestra casa, se apoderan de lo que tanto nos costó conseguir, nos violan, nos someten, nos castigan, y eventualmente se quedan con nuestras propias vidas, o con la de tus hijos, o parejas, o padres, o amigos.
Los delincuentes constituyen una verdadera epidemia nacional, de la cual los gobernantes no nos cuidan. Al contrario, nos cobran impuestos para organizar un sistema de seguridad débil y endeble; y si además se trata de gobiernos populistas, propician la disminución de las penas, promueven la existencia de fuerzas policiales sin armas y justifican a los malvivientes con el argumento de la ignorancia, de la pobreza y de falta de educación.
Elegimos gobernantes para que conduzcan los destinos de una Nación; hacerlo implica perseguir el bien de la comunidad y adoptar todas las medidas necesarias para proteger a sus integrantes, aislando a los delincuentes de su seno.
Parece no entenderse que la gente necesita vivir en paz, y que no es culpable de la falta de oportunidades que los mismos gobernantes provocan con sus paupérrimas políticas inflacionarias, que desalientan la inversión y por lo tanto el trabajo.
El instrumento a través del cual un país se organiza en el contexto de un estado de derecho es la Constitución Nacional, la que prevé la existencia de habitantes gobernados por autoridades que deben ajustar su conducta a los parámetros establecidos por ella. Entonces, leámosla bien, por favor: la Constitución contempla el aislamiento de los que delinquen, en cárceles que no deben ser indignas, sino "sanas y limpias", porque considera que ese aislamiento no tiene por finalidad "castigar" al delincuente, sino la "seguridad". ¿La seguridad de quién?: obviamente de la sociedad.
Luego vendrá la tarea de resocialización o recuperación de los delincuentes que las autoridades deben encarar, pero aislándolos del resto. Parece no entenderse que la gente necesita vivir en paz, y que no es culpable de la falta de oportunidades que los mismos gobernantes provocan con sus paupérrimas políticas inflacionarias, que desalientan la inversión y por lo tanto el trabajo.
Miles de comerciantes debieron cerrar sus persianas por culpa de una pandemia importada que nos explotó en la cara, en un país con una salud económica ya deteriorada de antemano. Miles de habitantes fuimos confinados a un aislamiento perverso para la salud psíquica, física y emocional. Pues ahora, cuando se nos permite ir volviendo a la vida normal, los delincuentes pretenden mantener la asfixia de los comerciantes que hace meses no facturan, metiéndose en sus negocios y arrebatándoles sus recaudaciones; y además pretenden mantener cercenadas nuestras libertades y derechos, metiéndose en nuestras propiedades, robándonos y poniendo en riesgo nuestras vidas.
Si lo que corresponde no ocurre; es decir, si los gobernantes no nos protegen de los chorrovirus, va a ocurrir lo inevitable: nos vamos a tener que defender como sea. Después aparecerán los que, detrás de un escritorio, interpretarán las normas en forma literal, y nos dirán que somos culpables de habernos defendido en exceso o de habernos desbordado emocionalmente en ejercicio de esa defensa.
Si desde hace cuatro meses, cada quince días los gobernantes cercenan los derechos y libertades de la gente con el argumento que la está cuidando de un virus chino al que hay que derrotar, que tengan claro que esa misma gente les exigirá que derrote a la otra epidemia que nos asuela desde hace mucho tiempo: la inseguridad. Si así no lo hicieren, que Dios, la Patria y el Pueblo se los demande.
Profesor de Derecho Constitucional (UBA)