La cara más lúgubre del drama de la inmigración a los EE.UU.
La política de Trump muestra en los niños detenidos en campamentos la arista que genera mayor controversia
Nada parece capaz de detener el boom migratorio hacia los Estados Unidos, particularmente desde América Central. La paradoja: el famoso muro no funciona en términos de contención. Ni siquiera de disuasión. Todo lo contrario: en lugar de repeler nuevos extranjeros, la amenaza de que se construya esa barrera física alentó a muchos a intentar una última oportunidad de paso antes de que se cierren las compuertas. Múltiples razones motivan a un número cada vez mayor de personas a abandonar su tierra en busca de un futuro mejor: desde cuestiones vinculadas al cambio climático, como la sequía que azota a varios países de Centroamérica, hasta la falta de políticas poblacionales, que derivó en una explosión demográfica insostenible, pasando por la tecnología de la información, que favorece la coordinación de estrategias organizativas de cara a la aventura que se prestan a encarar, en especial en términos de eventuales oportunidades laborales. Las cadenas migratorias constituyen redes de solidaridad y contención entre familiares, amigos o vecinos de una misma región y facilitan la socialización de experiencias, la identificación de peligros, la disminución de los costos de inserción y la adaptación una vez cruzada la frontera.
Multitudes de pobres de toda pobreza alientan la esperanza de vivir al menos un retazo del emblemático "sueño americano", más vigente que nunca gracias al auge sin precedente en materia de desempleo, en el contexto de un ciclo económico considerado el más largo y próspero de la historia contemporánea de los EE.UU. Muchos escapan de umbrales de violencia similares a una guerra civil (El Salvador y Honduras tienen, según las Naciones Unidas, las tasas de homicidios más altas del planeta), así como de altísimos niveles de desigualdad (destaca Guatemala, con uno de los porcentajes de desnutrición más elevados del mundo, lo que explicaría la polémica desatada en torno a la recientemente anunciada compra de aviones Pampa, tan celebrada en la Argentina). Venezuela vive el drama más complejo y angustiante: un estado de descomposición inédito que derivó en la peor diáspora de la que se tenga registro en la región.
El origen de los migrantes es mucho más amplio. Hay haitianos, angoleños, congoleños y cameruneses, entre otros habitantes de naciones que expulsan población. Las duras políticas migratorias norteamericanas posicionan a estas masas humanas en una suerte de purgatorio: alejados de sus lugares de origen, tampoco pueden ingresar en la tierra a la que aspiran. No pocos mueren en el intento.
La máxima que indica que "hecha la ley hecha la trampa" aplica, con múltiples aristas, en este submundo sórdido y desesperante. Por un lado, la experiencia acumulada y la facilidad en las comunicaciones hicieron que los traslados de los migrantes estén siendo cada vez más eficientes y rápidos y menos tortuosos. Por otra parte, los jueces norteamericanos que fallan en muchos casos en contra de que familias y niños migrantes permanezcan recluidos en prisiones federales más allá de veinte días y hasta ordenan liberaciones en territorio norteamericano estimulan la esperanza de quienes se trasladan: existe una posibilidad más de cumplir el cometido, aunque eso implique ir con una tobillera electrónica hasta que la Corte los cite, situación que puede demorarse varios años. Muchos esperan del otro lado de la frontera mientras hacen su pedido de asilo formal establecido por el gobierno estadounidense, aun cuando saben que las probabilidades son bajas: se estima que hay unas 15.000 personas en lista de espera, algunas con más de seis meses en esa situación, más un número similar que habría sido devuelto al otro lado de la frontera a partir de la política Remain in Mexico -Permanecer en México-, que los devuelve a la frágil situación de vida propia de esos confines. Deben quedarse fuera de los Estados Unidos hasta que los tribunales puedan ocuparse de sus casos, algo que, con buena suerte, demora un par de años.
Para muchos, la crisis migratoria es la instalación del infierno en pleno planeta Tierra. Los centros de detención de ICE (Immigration, Customs and Enforcement) se están quedando sin espacios y es común que las patrullas sostengan familias completas en estado de hacinamiento por períodos que, muchas veces, superan las 72 horas. El aspecto más controversial y lúgubre de la política migratoria de la administración Trump está relacionado con la detención de niños en campamentos, alejados de sus padres y otros seres queridos. Algunas voces de la comunidad médica internacional comienzan a advertir que el trauma psicológico de estar huyendo de alguna tragedia -en muchos casos situaciones de vida o muerte- de sus países de origen, sumado al tratamiento recibido en estos campos de detención, podría derivar en graves consecuencias para la salud mental de los infantes, en muchos casos irreparables, entre ellas depresión, trastorno de estrés postraumático y una mayor tendencia al suicidio.
La población hispana de los Estados Unidos alcanza ya casi los 60 millones de personas -es decir, un 20 por ciento de la población total- y gana relevancia en términos electorales, en especial, en estados claves como Florida o Texas, que se inclinaron por la opción republicana en los últimos comicios presidenciales. También en swing states como Nevada, Nuevo México y Carolina del Norte. Una decisión controversial en materia de política migratoria podría herir susceptibilidades e inclinar la balanza hasta generar un impacto político considerable. Aunque existe una paradoja singular sobre este punto. Si bien existe una fuerte tradición de movimientos sociales y líderes sindicales históricamente vinculados a los demócratas, muchos hispanos, en especial, las segundas generaciones de migrantes, imbuidas de una suerte de nacionalismo extremo y de una fuerte construcción de identidad hispano-norteamericana, apoyan a Trump en el endurecimiento de sus políticas antiinmigración. No solo por sus posturas duras frente a Cuba o Venezuela. Muchos se caracterizan por valores conservadores en términos sociales, particularmente en cuestiones como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Por eso, a pesar de la fama y el interés mediático que producen la representante Alexandria Ocasio-Cortez o el precandidato presidencial Julián Castro, importantes sectores de la comunidad hispana apoyan a Trump: un sondeo reciente de Marist/NPR/PBS sugiere que la popularidad de este entre los latinos alcanzó el 50%, un incremento del 19% respecto del año pasado.
Por otro lado, en los aspectos vinculados a los derechos humanos y a la gravísima situación de los niños, los costos electorales para Trump de cara a los comicios presidenciales del próximo año pueden ser considerables. Fiel a su estilo, redobló la apuesta hace apenas unos días, cuando anunció que abrirá las puertas de los centros de detención para que la prensa pueda ver las condiciones de vida de sus habitantes. "Si a esos inmigrantes ilegales no les gustan, entonces que no vengan a los Estados Unidos", afirmó. El problema es estructural y sumamente complejo, con múltiples dimensiones que no se resuelven ni fácil ni rápidamente. La historia de la humanidad sugiere que las corrientes migratorias son una constante y no la excepción, sean por causas económicas (el diferencial de ingreso entre las áreas de expulsión y atracción de población), de seguridad física (conflictos militares, crimen organizando, guerras civiles, terrorismo de Estado, o una combinación de los tres factores) u otro tipo de persecuciones (ideológicas, raciales, religiosas, de género o identidad sexual). La cuestión de los refugiados en general, y de la frontera sur de los Estados Unidos en particular, seguirá generando polémica por mucho tiempo. Ni la demagogia ni los espasmos declarativos del nacionalismo proteccionista dan respuesta a tamaño desafío. Tampoco la complacencia o la complicidad con quienes potencialmente pretenden abusar de la generosidad y de los agujeros legales existentes en los países receptores.
En otra escala y con matices, la problemática podría colarse en el debate electoral argentino. Casi todos somos descendientes de inmigrantes, muchos de los cuales serían hoy considerados refugiados. Este país abierto y generoso permitió a nuestros antepasados desarrollar sus proyectos de vida, formar sus familias, educarse y, en la mayoría de los casos, prosperar. Por eso no podemos permanecer ajenos a tanto dolor e injusticia.