La capital que hizo historia
Sobre ÁMSTERDAM, de Russell Shorto
París ya tenía universidad y Ámsterdam todavía era un pantano inhabitado ubicado en el desagüe de Europa, en la zona del delta de los ríos Rin, Mosa y Escalda. La comparación sirve para ilustrar con elocuencia el hecho de que, surgida a comienzos del siglo XIII, Ámsterdam sea una capital joven para los estándares del Viejo Continente.
Según Russell Shorto, autor de Ámsterdam. La ciudad más liberal del mundo, la identidad de los pobladores de esas tierras bajas estuvo marcada a fuego desde el comienzo por las condiciones geográficas adversas, que los forzaron a alistarse en una lucha constante contra el agua, en la incesante tarea de ganar tierra y conservarla seca. En ese sentido, plantea, las construcciones de los diques y la posterior excavación de los canales fueron “actividades comunales de dimensiones gigantescas en las que todos los participantes debieron ver un bien común, así como también un interés individual”. Así convirtieron lo que era una amenaza –el agua– en una ventaja que ofrecía tierras hiperfértiles para el cultivo y una red de canales navegables, eficientes vías de comunicación y transporte de mercancías.
Lo sorprendente del caso de Ámsterdam es cómo en poco tiempo logró convertirse en la urbe más próspera del continente. Alrededor del 1500, la ciudad ya era un bullicioso centro portuario y una de las ciudades más católicas de Europa, “un sitio rústico y sagrado que olía a incienso y vísceras de peces, a aguas servidas, brea, estiércol y cerveza fermentada; una ciudad de callejones angostos arreciada por la lluvia, de marineros malhablados y monjes conspiradores”. Un siglo más tarde, con la irrupción de la Reforma protestante y la expansión del comercio mundial hacia las Indias orientales y occidentales, la ciudad experimentó su “siglo de oro”.
“Todas las esferas de la vida florecieron en ese período, desde la física, la medicina y la política hasta el arte, la industria y las finanzas,” sintetiza el autor. La fundación de la primera bolsa de valores del mundo, el desarrollo del arte secular a manos de Rembrandt y sus contemporáneos, la elaboración de una política oficial de vanguardia, un clima de libertad intelectual capaz de dar cabida a pensadores de la talla de Descartes, Spinoza y Locke, una prolífica actividad editorial con cuatrocientas librerías y unos cien editores que, se calcula, editaron un treinta por ciento de los libros publicados en el mundo durante el siglo XVII, y la transformación del espacio urbano mediante la excavación de los canales son algunas de las características más salientes del período en el cual la ciudad se erigió en centro del mundo.
Combinando historia y ensayo, con un pulso narrativo sostenido, el libro de Shorto no se queda en el racconto histórico, que abarca también la ocupación nazi, cierto renacer en 1970 como centro neurálgico de la contracultura y la vida alternativa, y llega a nuestros días, cuando es una de las ciudades más cosmopolitas del planeta, con ochocientos mil habitantes de 180 nacionalidades conviviendo en sus calles. Al contrario, toda esa materia prima histórica le sirve para ir más allá y proyectar una zona de interés que excede la historia de Ámsterdam (y que vuelve a su libro atractivo incluso para quien no esté particularmente interesado en los pormenores de la capital holandesa). Como cuando, por ejemplo, arriesga que la idea moderna de hogar como espacio personal e íntimo proviene de las viviendas que por ese entonces se construyeron sobre los canales y que todavía permanecen en pie. Y es que, más que narrar la historia de Ámsterdam, el interés del escritor norteamericano pasa por desplegar y apuntalar la hipótesis sugerida en el subtítulo del libro: que los orígenes de gran parte de lo que hoy consideramos “moderno” se encuentran estrechamente ligados al caldo que durante siglos se cultivó en la ciudad de los canales.
ÁMSTERDAM
Por Russell Shorto
Capital Intelectual/ Katz
Trad.: M. V. Rodil 392 páginas
$ 350