La candidatura de Lijo, espejo del país
Una economía en la lona, que el Gobierno intenta resucitar, es hoy el problema más urgente y doloroso del país. A la vez, el desierto de la recesión refleja la suma de errores que los argentinos acumulamos en las últimas décadas. Pero si queremos mirarnos al espejo y enfrentar de manera más sincera el mal que nos corroe, no encuentro nada mejor que el camino que está haciendo el juez Ariel Lijo para llegar a la Corte Suprema. Confirma que la raíz de nuestros problemas reside en una falla moral muy particular, muy nuestra, que consiste no solo en obrar mal, sino en justificar esas acciones contrarias a lo que dicta la conciencia con un palabrerío lleno de mentiras que apunta a hacer pasar el mal por bien. Así, nos degradamos por partida doble: sufrimos las consecuencias de esas acciones perversas y además agregamos cuotas extra de hipocresía y cinismo en una sociedad en que la palabra, por estos abusos, ha perdido buena parte de su valor.
El caso de Lijo excede las ideologías. Por eso es un espejo más brutal. Cuando uno intentaba desarticular el relato kirchnerista, sabía que junto con los advenedizos había militantes que defendían de buena fe aquel falso progresismo. Ahora que el péndulo pasó al otro extremo, muchos abrazan el dogma libertario a rajatabla porque creen en él con fervor. Las razones por las que unos y otros resignan su capacidad crítica, o el poder de avalar ciertas cosas y cuestionar otras, es un tema aparte. Lo que importa es que el caso Lijo no deja espacio para la buena fe o la ingenuidad. Los hechos lo dicen todo.
El Gobierno sostiene la candidatura del juez sobre la base de su eficiencia y su saber, dos atributos que los juristas y las entidades más respetadas del país se encargaron de desestimar de modo rotundo. “Es el juez más ineficaz de Comodoro Py”, señaló el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Sociales y Penales, basado en estadísticas. Traducido: es un hecho que Lijo pone a dormir las causas de corrupción. Tampoco hay evidencia escrita de su supuesto saber. Lo más grave de todo, sin embargo, es la impugnación ética. “No cuenta con los criterios de integridad e independencia mínimos”, dijo del juez la ONG Poder Ciudadano. Por cualquiera de estas objeciones, repetidas por un número abrumador de organizaciones de distinta índole, en un país sano la candidatura de Lijo caería por su propio peso.
¿Nadie pudo hacerle ver a Javier Milei la magnitud del error que está cometiendo? Más allá de los intentos que haya habido para que revisara la decisión, sus principales escuderos defienden la postulación públicamente y repiten con incomodidad las mismas incoherencias. Otro problema grave. Una persona visceral y arrebatada como Milei necesita de colaboradores capaces de hacerle ver, cuando hace falta, que está a punto de dar un mal paso. Concedo, es difícil señalarle un error a quien no acepta que lo contradigan. Pero si nadie a su alrededor tiene la valentía de plantarse con firmeza en estos casos, estamos perdidos. Quiere decir que sus funcionarios, en lugar de ayudarlo, confirman su autopercepción de iluminado que llegó a salvar a la humanidad. No se me ocurre peor antesala del desastre.
Incluso los advenedizos, por cálculo mezquino, tendrían que haberle señalado a Milei que esta postulación contradice de plano el mandato del voto que lo llevó a la presidencia. ¿Cómo creer ahora en su lucha contra “la casta”?
Las crónicas de estos días recordaron quiénes han hecho campaña sigilosa para que Lijo llegue a la Corte. En primer lugar, él mismo. Así actúa un político con ambiciones, no un juez. Entran luego en el listado Daniel Angelici, Guillermo Scarcella y el hermano del juez, Alfredo Lijo, también reconocido operador de Comodoro Py. Y Ricardo Lorenzetti, por supuesto, impulsor original de la movida. Sumemos al gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, y al formoseño Gildo Insfrán. La lista sigue, pero podemos hacernos una idea. Según parece, estamos no solo ante un núcleo esencial de la casta, sino frente a la parte de ella que garantiza la perpetuación del conjunto.
Por eso, todo indica que el juez va a obtener en el Senado los votos que necesita para llegar a la Corte. No solo los del kirchnerismo, que es lo esperable, dada la condena en primera instancia de Cristina Kirchner. También sumará el aval de supuestos republicanos que, del mismo modo, ven en Lijo la mano que meterá en el cajón cualquier causa que eventualmente los comprometa. Todo al precio de un simple voto, de una mano alzada que produce un efímero sentimiento de vergüenza pública pero que, de cualquier modo, se olvida y pasa pronto. Lo que importa es lo que queda: para los corruptos, un seguro de impunidad; y para los demás, la supuesta garantía de que, en reciprocidad, un juez no los perseguirá arbitrariamente, ya sea desde Comodoro Py o desde el Máximo Tribunal. El poder de Lijo es grande incluso antes de llegar a la Corte.
Un pedido final a aquellos senadores que a la hora señalada alcen la mano para que el juez Lijo llegue a la Corte Suprema: ahórrennos los discursos.