La Cancillería no puede ser un depósito de heridos políticos
Se ha desnaturalizado el rol de una cartera estratégica para el futuro del país
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La derrota en las PASO provocó un profundo terremoto en el gabinete nacional, del que se destaca, por sobre todo, la puja por el poder que impactó de lleno en el plano administrativo. Si el gabinete fue el campo de batalla elegido para dirimir la interna de la alianza de gobierno, la rotación en las cabezas de ministerios fue la estrategia para ejecutarla. Esta modalidad reemplazó el uso de las Primarias, la herramienta electoral creada para tal fin. Sin embargo, y pese a que podríamos explayarnos en la necesidad de implementar un cierto, ya ni siquiera estricto, manejo institucional en la llegada de funcionarios a los gobiernos, quiero centrarme en la especie de resarcimiento, o “fracaso para arriba” del ex jefe de gabinete de ministros y ahora canciller, Santiago Cafiero.
La Cancillería no es cualquier ministerio. Ninguno lo es, pero dentro de la veintena que conforman el equipo de gobierno, la Cancillería claramente no es un “puesto menor”, un lugar donde recalar cuando un funcionario no funciona en otro lugar. La Cancillería está integrada por un cuerpo profesional que representa al Estado y a los argentinos en el mundo. Tan específica y rigurosa es la formación que es la propia Cancillería, a través del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), la que forma a sus miembros. La actividad del cuerpo diplomático no se limita a trámites, ceremonias y protocolos, sino que involucra misiones comerciales y asociaciones estratégicas, tan necesarias hoy. Estas misiones involucran alianzas y trabajos de largo plazo que necesariamente llevan más tiempo que lo que dura un periodo presidencial, y por eso es una de las carteras de gobierno más sensibles a los reperfilamientos y cambios abruptos. Los acuerdos se trabajan a lo largo de años y se construyen a través de relaciones de confianza y previsibilidad de los actores que, una vez alcanzados, pueden ser la llave para alcanzar relaciones y mercados hasta el momento inexplorados, tanto en su geografía como en el tipo de productos a intercambiar. Desde 1990 y hasta el día de hoy, Argentina cuenta con 20 acuerdos comerciales de libre comercio: 13 a través de Mercosur, 6 de forma bilateral y los surgidos por la incorporación a la Organización Mundial de Comercio. Destaca que ninguno de los tratados bilaterales es por fuera de Latinoamérica, sea esto por decisión o por incapacidad para expandir la escala. Más allá de algún comentario de perogrullo, ¿sabemos qué piensa el nuevo habitante del Palacio San Martín al respecto?¿Sabemos la exportación de qué tipo de bienes planea fomentar? Por ejemplo, ¿la pérdida de divisas por el cierre de exportación de carne vacuna va a ser compensada con nuevos mercados para la innovación en biotecnología local o industria del software? No. No lo sabemos. Y no lo sabemos porque el canciller saliente fue exiguo en rendir cuentas frente al Congreso, con una sola visita a una comisión que se reunió muy poco, y el nuevo canciller, con malos antecedentes en rendición de cuentas como jefe de gabinete, no llega para oxigenar o impulsar la política exterior, sino para suturar las heridas de la política doméstica.
El mundo atraviesa una situación sensible a las relaciones exteriores. Estamos ante nuevos factores de poder que se consolidan, relaciones que se tensan, otras que se quiebran. ¿Cuál es el rol que jugará la Argentina en ese tablero? ¿Cuáles son las acciones que desplegará para posicionarse? Para ilustrar la carencia de certezas basta recordar el reciente episodio en torno a la elección de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, donde en plenas negociaciones el gobierno decidió dar señales confusas respecto a Venezuela y perder la confianza de Estados Unidos, minando además los apoyos trabajados con países de la región. O la pretensión de liderar la Comunidad Andina de Fomento, donde no sólo naufragaron nuestras aspiraciones sino que no logramos obtener los votos de un socio estratégico y país hermano como Uruguay. Además de coincidir en la decepción por el resultado, en ambos casos surge que las gestiones no nacieron desde Cancillería sino desde la Secretaría de Asuntos Estratégicos de Presidencia, elección no recomendable si lo que se pretende es validar un canal de interlocución claro y concreto.
En cuanto a eventos más recientes, aún estamos intentando dilucidar cuál será el futuro del Mercosur y nuestra relación con países vecinos. No habiendo terminado de encontrar respuestas, la política doméstica hizo que quedáramos sin representación oficial en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuando dos meses antes habíamos expresado la voluntad de asumir la Presidencia Pro Tempore en 2022. En resumen, en la CELAC pasamos de disputar la presidencia a cancelar la asistencia del Presidente de la Nación, y terminamos dejando la silla vacía porque, en pleno viaje a México, nuestro canciller ya no lo era.
Un país sin rumbo interno raramente pueda desplegar una visión estratégica de política exterior. La Argentina está necesitada de un norte claro. Adentro y afuera. Dadas las circunstancias, y en particular la situación de sus vecinos y socios, tiene la posibilidad de tomar la iniciativa. Sin embargo, el Gobierno sigue destratando el área como si no tuviera un peso específico importantísimo; como si las embajadas fueran espacios para retiros decorosos en lugar de ser centros de atracción de inversiones, intercambios comerciales y promoción de nuestro potencial. Necesitamos gente profesional y experimentada en la materia, capaz de trazar un rumbo claro, coherente y sostenido. Lejos de internacionalizar nuestros problemas internos, consensuemos los pasos a seguir para recuperar el prestigio que supimos tener. Por eso, queremos saber cuál es el plan. Necesitamos que el nuevo canciller Cafiero lo exprese.
(Diputada Nacional UCR-Evolución)