La cancelación de la clase media
La clase media siente que es blanco de todos los males. A la carga emocional por el encierro en la cuarentena, que la hundió en el desánimo y la tristeza como al resto de la sociedad, se le sumaron medidas del Gobierno que percibe como un castigo. Razón no le ha faltado. Lo último fue el golpe a la ilusión de viajar con la eliminación de las cuotas, que asocia con las trabas que se les impusieron a miles de argentinos que estaban en el exterior para regresar en medio de la pandemia.
Las elecciones de noviembre ratificaron que los sectores medios, que habitan en los grandes centros urbanos y son volátiles por naturaleza en términos electorales, votaron otra vez en contra del proyecto oficialista. Acumulan bronca desde hace una década, cuando el reclamo por la pérdida de calidad de vida, deterioro en el nivel de ingresos y consumo se ubicó al tope de sus inquietudes junto con el enojo por el aumento voraz de la inseguridad y el avance de la corrupción.
Las reiteradas crisis económicas fueron transformando el perfil social de la Argentina. Y la inflación, ese maldito impuesto irregular que licúa los ingresos y castiga a los sectores más vulnerables, hizo su trabajo para desplazar a familias consideradas de clase media baja a la franja de quienes viven por debajo de la línea de la pobreza. Varias son ya las generaciones que han podido comprobar en carne propia cómo el deterioro de sus ingresos las ha ido empujando, día tras día y de manera constante, hacia el fondo. Corren como cobayos en una rueda, pero ni siquiera quedan en el mismo lugar porque la base sobre la que están se desliza hacia atrás. Así, sus aspiraciones quedan más lejos. Se necesitan poco mas de dos años de salarios para poder comprar un auto, y la casa propia parece una quimera sin créditos a la vista.
En 2016, el 48% de la población era considerada de clase media y el 32% era pobre, según el Indec, al no poder alcanzar la canasta básica total. Según un informe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), en ese año el 9% de la población pertenecía a la clase alta y el 11%, a la media baja, el sector considerado más vulnerable de caer en la pobreza. En el segundo trimestre de 2021, la movilidad social fue descendente: la clase media cayó al 41% de la población, se redujo la alta (5%) y creció la clase media baja al 12%, no por efecto de mejoras en sus ingresos, sino por la incorporación de quienes cayeron del segmento medio.
Los sectores medios son los motores que les dan empuje, vitalidad, crecimiento y desarrollo a las sociedades. Son los que contribuyen al progreso social, cultural y económico de los países, como ocurrió en la Argentina de la movilidad social ascendente. Pero eso es parte de la historia. Hoy, ese paradigma, por los extravíos políticos, ha mutado hacia la movilidad social descendente.
Es por eso que hay una idea que vuelve a instalarse en los sectores medios atravesados por el desánimo de experimentar otra vez las consecuencias de una nueva y profunda crisis económica, justo cuando se recuerdan los 20 años del corralito y de la debacle que produjo la caída de la convertibilidad: el futuro de los hijos será peor que el de los padres. El estancamiento económico de la última década (cayó 5% entre 2012 y 2021) sumado a una inflación de 1500% no ofrece expectativas de ilusión y crecimiento para los sectores que luchan para no caerse de clase. Las estadísticas son despiadadas. La clase media argentina perdió a 1,2 millones de personas en los últimos cinco años.
La socióloga Liliana De Riz dice que el deterioro en las condiciones económicas es importante, pero que hay otros factores que contribuyen a alimentar el malestar en las clases medias. “A la incapacidad de los dirigentes y del Estado de gestionar lo público, se suman la corrupción y la sensación de que el Estado no protege”, apunta. Es el abandono del Estado a dar prestaciones de calidad en educación, salud y seguridad como contrapartida de los impuestos que se exigen.
Los resultados del relevamiento de la Unesco sobre el estado de la educación, que determinó que la Argentina está por debajo del promedio regional, es “el fracaso del Estado”, no solo del sistema educativo, sostiene Alejandro Katz.
La carencia de políticas públicas orientadas a los sectores medios ha sido un denominador común en las últimas décadas, al contrario de lo que ha sucedido con la necesaria y cada vez mayor asistencia a los sectores vulnerables. Hoy las políticas oficiales apuntan a sostener a quienes están en la llamada clase media baja o frágil, para que no se caigan, y no a estimular a la clase media para que sea el motor de la recuperación.
El horizonte no es alentador para ese sector, que siente que lo están cancelando. El peso del acuerdo con el FMI terminará cayendo, otra vez, en la espalda de la golpeada clase media.