La campaña del miedo y el miedo a las encuestas
Juntos por el Cambio es el espacio con mayor intención de voto según el promedio de ocho sondeos de opinión pública; Massa replantea su estrategia mientras lidia con la economía y el FMI
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A tres semanas de las PASO, una recopilación de ocho encuestas de opinión pública difundidas en los últimos 15 días permite concluir que Juntos por el Cambio sería hasta ahora la fuerza política cuyos precandidatos presidenciales sumados obtendrían el mayor porcentaje de votos, al tiempo que Patricia Bullrich aventajaría a su rival interno, Horacio Rodríguez Larreta, aunque Sergio Massa sería el postulante más votado individualmente.
Según esa recopilación de estudios hecha por LA NACION, Juntos por el Cambio promediaría para la presidencia de la Nación una intención de voto del 31,6%; la oficialista Unión por la Patria alcanzaría el 28,3%, y La Libertad Avanza, el 19,5%.
Por candidatos tomados individualmente, Massa promediaría el 24%, seguido por Javier Milei, con el 19,5; Patricia Bullrich, con el 18,4%; Rodríguez Larreta, con el 13,2%, y Juan Grabois, con el 4,3%.
La proyección se llevó a cabo tomando exclusivamente encuestas de alcance nacional concluidas entre el 6 y el 18 de julio, que corresponden a Opinaia, el Observatorio Social de la Universidad Nacional de La Matanza, Taquion, Opina Argentina, Zuban Córdoba, Patagonia, Federico González & Asociados y Clivajes, y que utilizaron diferentes metodologías de relevamiento de datos.
Como lo acaban de confirmar las primarias abiertas realizadas una semana atrás en Santa Fe, las encuestas preelectorales distan de ser un eficaz mecanismo predictivo. Actualmente, por diferentes razones que van desde dificultades metodológicas hasta cuestiones vinculadas con el humor social, se duda incluso de que puedan captar adecuadamente la fotografía de un momento. El analista de opinión pública y director de la consultora Poliarquía, Alejandro Catterberg, acaba de revelar un dato sorprendente durante un diálogo radial con Marcelo Longobardi. Indicó que a menos de un mes de las PASO, el 35% de los ciudadanos consultados no tiene para nada decidido su voto, en tanto que otro 20% afirma que lo tiene poco definido. Asimismo, el estudio de la consultora Taquion señala que cuatro de cada diez argentinos encuestados admiten que podrían modificar su voto hasta el día del acto electoral.
Este estado de la opinión pública guarda vinculación con una situación de enojo social que se viene prolongando desde hace muchos meses y que, entre otros aspectos, se manifiesta en que la totalidad de los candidatos presidenciales y las principales figuras políticas del país tienen en la mayoría de las encuestas una imagen negativa superior a la positiva.
El enojo de la sociedad encuentra una consecuencia en el crecimiento del ausentismo electoral, que alcanzó el exorbitante 31,36% en las distintas elecciones provinciales efectuadas este año.
Las semejanzas entre el actual proceso electoral y los comicios de medio término de 2001, previos a la caída de Fernando de la Rúa, cuando muchos ciudadanos optaron por poner en la urna una imagen de Clemente en señal de protesta hacia la clase política, están para algunos consultores a la vista.
En este contexto social tan particular, agravado por una situación económica signada por la inflación interanual del 115%, el aumento de la población bajo la línea de pobreza y la incertidumbre cambiaria mezclada con la falta de dólares del Banco Central, las perspectivas del principal candidato presidencial del oficialismo se siguen complicando.
Mientras lidia con los desafíos que le imponen su labor al frente del Ministerio de Economía y las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), Massa se habría dado cuenta de que, para sobrevivir en la arena electoral con chances de llegar a un ballottage, no tiene otra alternativa más que intentar pescar votos en la pecera de los desencantados con el propio gobierno nacional que él integra. Esto es, aquellos que desde una posición independiente accedieron a apoyar la candidatura de Alberto Fernández en los comicios presidenciales de 2019 y le permitieron al kirchnerismo elevar su techo hasta el 48% del electorado, pero que hoy le dan la espalda al oficialismo. De ahí que el candidato haya exhortado a la militancia a buscar a esos votantes desilusionados y decirles: “Cometimos errores y les pedimos disculpas”.
Massa se habría dado cuenta de que, para sobrevivir en la arena electoral, debe pescar votos en la pecera de los desencantados con su propio gobierno
Massa sueña con ser el candidato individualmente más votado el 13 de agosto, pero esa aspiración podría estar complicándosele porque el crecimiento de Milei se habría frenado, con el riesgo de que esto pueda ser capitalizado principalmente por Patricia Bullrich. Adicionalmente, la meta massista también podría dificultarse si su rival en la primaria, Grabois, termina cosechando más adhesiones electorales que las esperadas. No es lo mismo para Massa que Grabois alcance alrededor de 4 puntos, como le proyecta el promedio de todas las encuestas, que entre 5 y 9 puntos, como presagian algunas consultoras.
Frente a esos peligros, la estrategia electoral de Massa se recuesta en los siguientes ejes:
- Mostrarse cercano a Cristina Kirchner para no perder votos por izquierda.
- Mantener en un primer plano a Milei con el fin de que le robe votos a Juntos por el Cambio.
- Persuadir a la ciudadanía de que, en materia económica, lo peor ya pasó. Una tarea que parece cada vez más difícil.
- Finalmente, recurrir a una campaña de miedo, machacando con la idea de que cualquier gobierno de la oposición representará “un ajuste salvaje que solo será factible con una represión brutal”. Se trata de una consigna que incluso el gobernador Axel Kicillof se ha tomado muy en serio: llegó a decir que “a diferencia de 2015, esta vez viene el lobo sin disfraz de Caperucita”, y que “acá no hay ninguna campaña de miedo, sino que da miedo lo que dicen” algunos candidatos opositores. Tal vez debería preguntarse si no debería causar también miedo una gestión que elevó la cantidad de empleados públicos provinciales a 548.869, lo cual implica una creación de 28 cargos públicos por día a lo largo de su gobierno provincial.
No menos miedo debería provocar el puesto que ocupa la Argentina en el ranking de países más miserables. Se ubica en la sexta posición, después de Zimbabwe, Venezuela, Siria, Líbano y Sudán, y peor que Yemen, Ucrania y Cuba, según el Economic Misery Index. Para no hablar de las reservas netas negativas en 8000 millones de dólares del Banco Central, junto a la deuda de 15.000 millones de dólares con los importadores.
En los últimos días, el discurso de Massa ofreció un galimatías que gira entre las urgencias del ministro y los condicionamientos del candidato. La frase “Quiero pagarle al FMI y que se vaya” es la síntesis de su intención de llevar algo de tranquilidad al organismo financiero internacional y de complacer al mismo tiempo a la militancia cristicamporista. Trae el recuerdo de la tan festejada como cuestionada decisión de Néstor Kirchner de desembolsar casi 10.000 millones de dólares de las reservas para saldar la deuda con el FMI, en 2006. Entonces, Kirchner se deshizo de las ataduras de una deuda por la que se pagaba una tasa de interés anual de apenas el 4% para contraer otra con Venezuela a una tasa cuatro veces mayor. ¿Pensarán Massa y el kirchnerismo hacer lo mismo ahora, solo que reemplazando al régimen chavista por el de China?
Por ahora, Massa parece buscar la fórmula mágica para devaluar sin reconocer que devalúa, mientras los técnicos del FMI debaten cómo ayudar a la Argentina sin ser cuestionados por otorgarle un cheque en blanco a quienes estarán sospechados de rifar tal apoyo en más prácticas populistas o en intervenciones cambiarias para impedir una devaluación que en el Fondo se considera inevitable.