La calculadora, Google y el sueño borgeano
La gran novedad de la semana surgió de forma viral: primero en cuentas de Twitter y newsletters especializados, luego en conversaciones vía WhatsApp.
No era una noticia en el sentido tradicional sobre los avances de la inteligencia artificial, como cuando una computadora prodigio logra vencer, gracias a sus aprendizajes lúdicos y su poderosa capacidad de cómputo, a jugadores eximios de ajedrez o, más recientemente, a maestros del complejo juego oriental go.
Era algo más impactante, algo que los expertos esperaban pero que, ahora mismo, se volvió tangible y disponible: la empresa OpenAI (fundada y financiada en 2015, entre otros, por el hoy omnipresente Elon Musk) liberó días atrás para el uso público una herramienta de chat en la que un bot puede contestar (casi) cualquier consulta y ofrecer, más que un diálogo, una respuesta acabada a cualquier propuesta, de una definición a un poema o una solución teórica. Sí, una caja de texto a rellenar con una consulta con la promesa de devolvernos al instante un texto coherente, más que decente. Asombroso.
Los usuarios, que en menos de una semana llegaron a ser un millón de registrados (como comentó sorprendido el CEO de la empresa, Sam Altman), compartían digitalmente sus primeras pruebas: la revista New York pidió que escriba un texto con su estilo; otros trataron de resolver problemas legales complejos. Yo mismo recibí en esas primeras horas una hermosa narración en estilo shakesperiano sobre Maradona y la final del Mundial 86: “Oh, foul and treacherous day...”, comienza.
Primero, la sorpresa, el shock. Ese momento wow que combina una modalidad de producción textual inédita con la posibilidad, accesible, irrestricta, de probarlo en tiempo real. Experimentar. Jugar. Descubrir. Pueden hacerlo ustedes mismos en este link: chat.openai com.
Que pueda escribir y conversar ya no es tanta novedad. Que pueda hacerlo en instantes, también en español, y de manera mucho más que coherente, articulada, quizá tampoco. Su nivel de precisión, primero, asombra. Su alcance también: responde con convicción absoluta sobre cualquier tema. Como un alumno que no sabe para el examen oral pero imposta un tono erudito, la inteligencia del chat responde con solvencia. Pero comete múltiples errores. Algunos, claro, groseros. Digamos: su inteligencia le permite simular su ignorancia. ¿Peligroso, no?
Esa autopercepción de certidumbre (o la falta de conciencia del posible error), señalan los especialistas en el tema, aparece como verdadero problema a resolver. Para los humanos.
Las primeras analogías sobre la herramienta nos llevan desde las calculadoras hasta Google: una caja vacía que llenamos con una consulta y esperamos una devolución de nuestra prótesis tecnológica. En el primer caso, el poder de cálculo para la aritmética compleja. Como señala el analista tech Ben Thompson, se trata de una operación matemática con una solución a una consulta con respuesta única. Confiamos en ella.
En el caso del buscador Google, se trata en cambio de confiar en el modo de ordenar y hacer un ranking de toda la información disponible en Internet: también nos hemos acostumbrado a confiar en ella.
Ahora, el perturbador e inquietante juego de la inteligencia artificial habilita infinitas respuestas, diferentes cada vez ante la misma consulta; su capacidad “creativa” se activa por los grandes volúmenes de información ingestada –a la que podríamos llamar “conocimientos adquiridos”– a través de data y machine learning. Y ese es el prodigio de GPT3, la tecnología por detrás del chat de OpenAI que por ahora se ofrece gratuitamente en modo prueba.
Pero la herramienta hace algo más: invierte la lógica a la que estamos acostumbrados hace siglos y devuelve la creatividad a la pregunta, no a la respuesta. La dinámica de los creadores queda invertida: lo relevante ya no es al artista que pinta por encargo, como creemos desde hace siglos. La diferencia humana estará dada por aquello que nosotros le “pedimos” a la tecnología: es nuestra consulta la que expone nuestra capacidad o nuestros límites creativos. Dicho de otra manera: el bot está avanzado en darnos respuesta inmediata a las preguntas, pero nosotros recién estamos haciendo los primeros palotes de nuestras consultas.
Una vez más, ante estos nuevos dilemas y paradojas aparece Borges: los límites de la representación textual de la realidad, la finitud del conocimiento. Consultada la propia inteligencia artificial de ChatGPT sobre qué diría un ensayo del autor de El Aleph sobre el tema nos ofrece, no una respuesta acabada, sino al menos una pista. Contesta el bot: “La idea borgeana de ‘La Biblioteca de Babel’, una colección de conocimiento vasta y de apariencia infinita, puede ser vista como una metáfora de la inteligencia artificial que pretende crear máquinas que aprendan y piensen como humanos”. Podríamos sugerir un cambio: ¿pretende o simula?