La caída de Facebook refleja nuestra fragilidad
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La caída ocurrida con los servicios de Facebook evidencia nuestra fragilidad. También, que el mundo es “de peaje y provisional”, como cantó el buen Serrat. En primer lugar, fragilidad en la calidad de nuestras comunicaciones y vínculos. Ya veníamos empobreciéndonos en la escucha con mensajes que no debían superar los 30 segundos, lo que fue agravado recientemente por los aceleradores de voz. Esa pobreza se evidencia también en la pérdida de la costumbre de conversar por celular: todo resabio de la telefonía de línea pasó a la historia. Nos empobrecen de igual modo emoticones que nos relevan de verbalizar las emociones. La inesperada caída de las redes provocó la sensación global de estar incomunicados y despertó ansiedad ante la pérdida de la inmediatez tanto en los jóvenes, que privilegian Instagram, como en los mayores, usuarios habituales de Facebook.
También nuestras actividades laborales se revelaron frágiles: terapeutas, comerciantes y tantos otros oficios se cayeron de la nube para quedar en las nubes, viendo de pronto interrumpida su tarea, sin aviso y sin remedio. Paradójicamente, tampoco pudieron acceder a sus oficinas los propios empleados de la empresa en cuestión. El corte en ese servicio que dábamos por hecho nos confrontó con el propio aislamiento y la soledad que las redes encubren tan bien. Habíamos perdido el sentido de territorialidad, tan propio de mamíferos como nosotros.
La fragilidad también se expresa en el sentimiento de desamparo ante la concentración de poder de una empresa privada de la que dependen nuestras comunicaciones interpersonales, y que además concentra información de nada menos que casi la mitad de la población mundial. Sabemos que los gobiernos también cuentan con información privilegiada de sus ciudadanos, pero resulta más alarmante cuando se trata de una empresa que, además de trascender las fronteras, por su propia naturaleza privilegia el lucro sobre el servicio público.
De modo paralelo, estas empresas tecnológicas pueden establecer nuestra ubicación en el tiempo y el espacio, y mediante sus algoritmos de inteligencia artificial, anticipar nuestros propios gustos y tendencias, incluso aquellos de los cuales no somos todavía conscientes.
Según declararon ante el Senado estadounidense quienes conocen la empresa por dentro, Facebook incluso desestima las consecuencias nocivas que su uso acarrea para adolescentes y jóvenes del mundo entero, que por ejemplo se preguntan: “¿Refleja mi espejo la imagen perfecta que exhiben otros en las redes?” “¿Tengo en verdad la vida maravillosa que muestran mis contactos?” “¿Tan pocos likes y seguidores evidencian la pobreza de mi vida y mi persona?”. Por otra parte, la empresa se beneficia con las noticias falsas y las de carácter incendiario, puesto que son las que generan clics y, en consecuencia, mayores ganancias.
La caída de estas redes vino a poner de manifiesto la fragilidad de nuestro sistema de convivencia y del tipo de vida que muchos estamos llevando. Trastocó la fantasía omnipotente de que la tecnología nos aporta todas las soluciones y pone a nuestro alcance los extremos más recónditos del planeta. Súbitamente, el traspié de Facebook nos ha dejado perplejos e impotentes. Tras el corte, procuramos restablecer como fuera nuestras comunicaciones personales o laborales. Pero caímos en la cuenta de que ellas no están en nuestras manos. Al menos nos queda la alternativa de mirar con renovado cariño aquel buen libro que espera paciente en nuestra mesa de luz.
Sociólogo, psicólogo social