La búsqueda del pasado
Organizado en fragmentos, Tal vez Esther, primer libro de Katja Petrowskaja (1970), autora nacida en Ucrania que escribe en lengua alemana, es una indagación en la memoria personal y colectiva. Los recuerdos de la que narra en primera persona, sin dejar de preguntarse de dónde viene, sin poder mantener a raya la sensación de pérdida, irradian sobre los momentos de registro documental del texto, sobre la reflexión acerca de los sucesos históricos.
Esos recuerdos producen sentido, se amalgaman y amplifican y, al cabo, se vuelven trama y modulan un relato cuyo centro es una familia atravesada y disgregada, entre otras cosas, por la Segunda Guerra Mundial y por el horror del nazismo. De hecho, a poco de comenzada la novela, Petrowskaja apunta: "Había pensado que para meterme en el bolsillo todo el siglo veinte bastaría con relatar la historia de esas personas que por azar eran mis parientes". Pero ¿cuál es la historia de sus parientes?
Es lícito decir que Petrowskaja ha escrito este libro para dar con la respuesta a esa pregunta, la pregunta por su genealogía, que, según consigna, la ha desvelado desde siempre. Y familia significa, en este caso, una caja de resonancia de la Historia con mayúscula. Sabe que en su familia hubo "un campesino, muchos maestros, un provocador, un físico y un lírico, pero sobre todo leyendas". Por ejemplo, cuando su madre le cuenta que, durante siete generaciones, familiares suyos se dedicaron a enseñarles a hablar a niños sordomudos, a ella le suena a "cuento de hadas". No obstante, la lengua de señas se prohibió durante los años treinta: era "signo visible de una minoría", apunta la autora, y "en la Unión Soviética no debía haber minorías".
Ahora, en el presente laxo y brumoso de la escritura, Petrowskaja "sólo tiene fuentes", "anotaciones dudosas" y "documentos en archivos lejanos". La pesquisa, previsiblemente, comienza en Internet, al modo salteado y proliferante de Google. A falta de coordenadas precisas, Petrowskaja se muestra disponible a los dictados del azar. Escribe: "Quería resucitar demasiados muertos y no tenía pensada una estrategia. Leía libros al azar, visitaba ciudades al azar, y hacía movimientos innecesarios, hasta equivocados". Pero tal vez esos movimientos, conjetura, son los que hacen "salir los espíritus del pasado". Por otro lado, sin embargo, esa falta de estrategia, aunque siempre movilizadora, en ciertos pasajes del libro constituye un demérito, porque la narración avanza a los tumbos, atropelladamente, como si la autora no supiese de qué modo lidiar con ese pasado que ha salido a buscar o, quizá, como si no estuviera a la altura de tan ambicioso proyecto y eso situara su prosa al borde del frangollo. Y tales pasajes son aún más notorios porque, justo es reconocerlo, la prosa de Petrowskaja es, en las mejores páginas del libro, que no son pocas, incisiva y rítmica, a la vez que rezuma un lirismo sepia.
Así pues son muy destacables las páginas dedicadas a la cruenta matanza de Babi Yar, un barranco de las afueras de Kiev. Allí, a fines de septiembre de 1941 y en un brevísimo lapso, el ejército alemán asesinó a todos los judíos que quedaban en la ciudad. Entre aquellas víctimas se contaba la bisabuela de Petrowskaja. Ella es la Esther a la que alude el título del libro. Cuenta la autora que, en agosto de 1941, su familia se vio obligada a huir de Kiev, amenazada por los alemanes. Sin embargo, su bisabuela debió quedarse en el departamento familiar porque estaba impedida de moverse. La esperanza de reencontrarse luego del verano quedó rápidamente trizada. Cuando Petrowskaja preguntó por el nombre de su bisabuela, su padre le respondió que, tal vez, se llamaba Esther. "Nunca la llamé por su nombre, repuso mi padre, yo le decía babushka, y mis padres le decían madre."
A Petrowskaja, que gusta de los epígrafes y las citas de variada laya, seguramente le sonaría familiar una de las frases que el uruguayo Felisberto Hernández escribió en Por los tiempos de Clemente Colling: "Los recuerdos vienen, pero no se quedan quietos"
TAL VEZ ESTHER
Katja Petrowskaja
Adriana Hidalgo
Trad.: Nicolás Gelormini
288 páginas
$ 203