La búsqueda de secretos que esconde la Legislatura de Chocolate
Testimonios en voz baja, enojos contenidos y oficinas fantasma en la trama de corrupción que hoy investiga la Justicia bonaerense
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“Che, leí tu artículo sobre la Legislatura. Si tenés ganas, un día de estos tomamos un café en City Bell y conversamos”, me escribe. Nos conocemos hace décadas. Mismo barrio. Vivencias compartidas. Poco diálogo. Caminos distintos. Pero una certeza: algo sabe.
Nos encontramos junto a una ventana lateral del bar. Llueve. Mi paraguas chorrea. Dos cafés, celulares apagados. Le pregunto qué es de su vida. “Figuro en la Legislatura, pero no trabajo”, responde. Y me cuenta su historia, la de miles en La Plata.
Como la del peluquero que trabaja frente a los tribunales. Me consta.
O la del empleado que vende cocinas sobre la avenida 32. Me consta también.
O la de un pintor de brocha gorda, en Gonnet. También me consta.
Los “ñoquis” de la Legislatura son un secreto a voces en la capital bonaerense. Hombres y mujeres que figuran como empleados, pero llevan años sin pisar el edificio, situado frente a la Plaza San Martín. Reciben IOMA y aportes, y entregan sus salarios a legisladores para que financien campañas y se den todos los gustos. Sobran lujos, falta militancia.
Basta con recorrer la Legislatura. Deambular por los pasillos del centenario palacio es recrear la película “Soy Leyenda”. No hay nadie. No queda ni el decoro. Con un presupuesto de $60.000 millones al año, hay baños que se inundan, oficinas vacías, lamparitas quemadas, mugre. Más relevante: legisladores que ni aparecen. Recinto vacío.
La “omertá” que une a Unión por la Patria y Juntos por el Cambio orilla lo grotesco. Fatigo teléfonos. La mayoría clava el visto. Ni los legisladores de “La Libertad Avanza”, enemigos declamatorios de “la casta”, quieren exponer la cloaca que entreabrió “Chocolate” Rigau. Sólo los diputados de la izquierda se diferencian. Exigen respuestas y cosechan silencio. Y cocinan ñoquis, los 29, en la vereda de la Legislatura.
A tal punto llega la “omertá” que las autoridades de la Legislatura se niegan a dar hasta los datos de interés público más básicos que LA NACION pidió por escrito: cuál es el presupuesto de la Cámara de Diputados, con todos sus anexos; a cuánto asciende la dieta de un legislador; cuál es el monto que cada legislador puede entregar en subsidios; cuál es el valor de las becas estudiantiles y cuántas provee cada legislador; cuál es el valor del “módulo” con que contratan empleados y asesores; cuál es el monto de los viáticos y cuáles son los requisitos que deben cumplir los legisladores para solicitarlos; cuánto dinero se destina a rubros como telefonía celular, automóviles, choferes; cuántas personas figuran contratadas con “locaciones” de obra o de servicios… Mañana, lunes 27, se cumplen dos meses sin respuesta.
Aquello que callan los legisladores, sin embargo, lo investiga la Justicia y lo cuentan muchos empleados. ¿Cuáles? Aquellos que sí trabajan. Son muchos y tienen bronca: la mayoría figura en categorías más bajas –y por tanto cobra menos- que los “ñoquis”. Aportan pistas, señalan sospechosos, detallan oficinas, orientan por los vericuetos palaciegos, donde dos son los bastiones que atesoran la información decisiva: las direcciones de Administración y de Personal.
“Si lográs encontrarlos, abrís las puertas de los infiernos. Ahí sí que se pudre todo”, vaticina un exlegislador. Café de mi lado, gin tonic del suyo. Promete ayudar, al igual que un auditor forense que facilita a LA NACION el cruce de bases de datos para detectar cientos de posibles ñoquis y volver a la carga, entre el teléfono y los pies en el barro.
Son días intensos. Bandidos en el Mediterráneo, campaña electoral, ñoquis, debate, balotaje, transición. Y la Justicia busca a uno de los jefes de “Chocolate” Rigau, Facundo Albini. Lo llamo y atiende. Está furioso. Dialogamos. Al cortar, lo esposan.
Tres horas después, este oficio peculiar me deposita en la oficina privada de uno de los empresarios más ricos de la Argentina. Noventa minutos de off the record. Al salir enfilo hacia la redacción, completando la tríada La Plata – Buenos Aires – Vicente López. Necesito cafeína y lo invito a Hernán, colega y amigo, así cruzamos datos. Llegamos a sentarnos, pero no a pedir. Llaman desde recepción: una persona me busca en el lobby. Lo miro a Hernán, que entiende todo. “Vamos”, dice, “que aprovecho a cerrar otra nota”.
La persona se presenta con un nombre falso y usa gorrita para ocultar su rostro, pero quiere hablar. Trabaja en la Legislatura, dice. Le invito un café. Y comienza a hablar.