La belleza de la física
Sólo sé que no se nada es un buen comienzo para escuchar lo que otros tienen para decir. Sobre todo tratándose de Carlo Rovelli, (Verona, 1956), físico teórico y uno de los fundadores de la llamada "gravedad cuántica de bucles". ¡Y lo podremos escuchar después de haberlo leído! Autor de un inesperado best-seller, traducido a más de veinte idiomas, "Siete breves lecciones de física" (Anagrama), visitará la Argentina invitado por la UNSAM para dar una charla el 4 de abril a las 10, sobre "La física del universo: ondas gravitacionales y agujeros negros", y una conferencia al día siguiente a las 18, titulada "La gravedad cuántica. ¿Qué sabemos de la naturaleza cuántica del espacio y del tiempo?"
El libro es tan ameno, intenso y sucinto que nos deja sin aliento. Cada una de las lecciones, más que paradigmas científicos, parecen umbrales existenciales, iluminaciones poéticas, recodos de la humanidad. Confieso haberme sorprendido en casa de físicos importantes ante sus bibliotecas nutridas de poesía, novelas, clásicas o vanguardistas. Como si el verdadero espíritu indagatorio también requiriese de un nombramiento poético para las verdades intangibles. Tal es así, que el físico estadounidense Murray Gell-Mann, decidió nombrar las partículas más pequeñas que componen a los protones y neutrones, "quarks". Dicho nombre proviene de la literatura. Más precisamente, de una palabra inexistente inventada por un escritor, quizá el más fecundo en neologismos, James Joyce. Así los "quarks" aparecen en una frase sin sentido de su última novela, Finnegans Wake: "Three quarks for Muster Mark!". Y ahora resulta que los quarks existen y, como escribe Rovelli en su cuarta lección sobre las partículas, "todas las cosas que tocamos están hechas, pues, de electrones y de estos quarks."
Ya la primera lección se ofrece bellamente como "La teoría más hermosa" y corresponde a la de la relatividad general de Albert Einstein. "Hay obras maestras absolutas que nos emocionan intensamente: el Requiem de Mozart, La Odisea, la Capilla Sixtina, el Rey Lear... Para captar todo su esplendor quizá debamos realizar cierto aprendizaje. La relatividad, la joya de Albert Einstein, es una de ellas. Recuerdo la emoción cuando empecé a entender algo."
Una emoción parecida es la que recibe el lector apenas empieza este libro y sobre todo, quien suscribe, al llegar a la segunda lección, "Los cuantos". Por fin algo tangible, al menos desde el punto de vista semántico, lo que el hermano de Henry James -citado por Borges y Macedonio Fernández-, William, llamaba "ese sentimiento de orientación agradable en la verificación de una verdad". Experimenté esa sensación agradable con la lectura de Rovelli, en su referencia a Heisenberg. "El jovencísimo genio alemán, Werner Heisenberg, imagina que los electrones no existen siempre: existen sólo cuando alguien los mira, o mejor dicho, cuando interaccionan con alguna otra cosa. Se materializan en un lugar, con una probabilidad calculable, cuando chocan contra alguna cosa." Así, los famosos "saltos cuánticos", tan citados en distintas disciplinas, más por afán de vértigo que por verdadera comprensión, serían modos azarosos de ser y no ser (o yo lo entendí hamletianamente así). Me aferro a una interrogación asertiva del autor: "¿Debemos aceptar la idea de que la realidad sólo es interacción?", y a una frase del siguiente capítulo, "lo que existe nunca es estable: es sólo un salto de una interacción a otra." La conclusión es maravillosa (¡similar a El país de las maravillas!): vivimos "en un mundo de acontecimientos, no de cosas". Y sigue: "El mundo parece ser relación, antes que objetos."
En la lección sexta, "La probabilidad, el tiempo y el calor de los agujeros negros", aparece una frase desconcertante que, sin embargo produce esa sensación agradable que menciona James en la verificación de una verdad (la verdad como belleza, o viceversa). Dice Rovelli: "La diferencia entre pasado y futuro sólo existe cuando hay calor." ¡Realmente fantástico! ¿Y el presente entonces? "Físicos y filósofos han llegado a la conclusión de que la idea de un presente común a todo el universo es una ilusión".
El último capítulo, quizá el menos "agradable", es el que se refiere a "nosotros", a la existencia. Así como el presente puede ser subjetivo, la subjetividad misma parece insondable.
En abril Rovelli estará en nuestro país. Si lo leemos antes y luego vamos a escucharlo, quizá pasemos de saber que no sabemos nada a saber algo más sobre la nada; de confirmar cotidianamente nuestra ignorancia, a emocionarnos frente a la belleza del pensar.
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