La bella, la bestia y las finanzas de la personalidad
La economía de los creadores vive semanas intensas; valuaciones millonarias, conflictos con las plataformas y dilemas con la fama
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Esta semana, la cantante Taylor Swift batió varios récords con el lanzamiento de su nuevo álbum: por un lado, por las ventas de discos físicos y en vinilo en 2022; por otro, como informó la empresa Spotify, por las cifras de reproducción digital de su música en un mismo día. Desde adolescente, con canciones en primera persona, Swift ganó adhesión sobre la base de melodías y letras en tono confesional. Pero también viene dando una batalla profunda con el negocio alrededor de su trabajo, al punto de volver a grabar años atrás todas sus canciones para recuperar los millonarios derechos fonográficos sobre ellas. Parte de la batalla fue, curiosamente, por retirarlos de la plataforma en la que ahora mismo se consagra...
El asunto puede seguirse con detalles y en modo ficción en la serie Playlist, de producción sueca, en la que se registra la historia de Spotify y de su creador Daniel Ek: una década que va desde la omnipresente piratería hasta la consagración global como la app de streaming musical más importante, la que redefine el consumo y la popularidad de los artistas.
La cuestión Taylor Swift muestra un punto dramático: la tensión entre el perfil de los dos accionistas, la inflexibilidad de ese modelo que paga centavos por reproducción a todos los artistas por igual, las pretensiones del representante de la artista que reclama condiciones especiales...
La discusión es desesperante por el tono y la poca flexibilidad de los participantes, pero sobre todo porque representa un aspecto central del giro de la economía cultural de este siglo. El éxito de estos días de Taylor Swift es la prueba del estado actual de las cosas.
La compensación por el talento creativo en el entorno digital viene inquietando a la industria cultural desde los comienzos de Internet. ¿Cómo mantener el valor en la era de la superabundancia de información, de archivos copiables, de acceso inmediato, de consumo permanente?
Ya en un célebre ensayo sobre la gratuidad en la red, Kevin Kelly, pensador, tecnólogo y fundador de la revista Wired, proponía algunas pistas sobre qué cualidades resistirían mejor el fin de la escasez, cuáles quedarían más a salvo del efecto de la copia y la circulación ilimitada. La personalidad (autenticidad, confianza) era un atributo que surgía como condición necesaria, según Kelly.
Actualmente, la llamada economía de los creadores (el universo en el que se cruzan streamers, influencers, tiktokers, youtubers y estrellas populares en Spotify) no solo hace referencia a la evolución de las redes sociales, o a la más reciente expresión “capitalismo de plataformas”. También parece reflejar la evolución del mercado de la fama individual transformada en el negocio de la personalidad. De la creator economy a las finanzas de la identidad.
Esta misma semana otra criatura de la economía digital, acaso una de las más representativas, Mr. Beast (Jimmy Donaldson, veinticuatro años), fue el protagonista de varios análisis económicos y financieros: construyó su imperio alrededor de videos en YouTube (tiene más de cien millones de suscriptores a sus canales y es el que más recauda por esa vía: cincuenta millones de dólares anuales), pero ahora no solo posee cadenas de hamburguesas (abrió el mes pasado su primer local en New Jersey) o vende golosinas, sino que además está buscando fondos de inversión para recaudar unos 150 millones de dólares y desarrollar más negocios, como detalla el medio especializado Axios.
¿Puede una persona convertirse en un unicornio (podría valuarse en 1500 millones de dólares)? ¿Pueden abrirse a cotización pública las acciones no ya de una empresa sino de un individuo?
El tema ya es de escala mundial: hay start-ups enfocadas en la oferta bursátil de humanos o creadores (Human IPO) y merodean modelos financieros en los que los fanáticos se convierten en accionistas de su ídolo.
La empresa coreana que comercializa los derechos de los integrantes de BTS (cuyo solista Jim actúa en estos días en Buenos Aires junto a la banda británica Coldplay) goza de ese éxito. La ganancia parece clara, pero, ¿cuál es el costo?
El reflejo de la celebridad prematura y sus traumas, o al menos los contrastes entre los infiernos personales y la devoción pública, también puede verse en Netflix, con el nuevo film sobre Marilyn Monroe, que cuenta los días más intensos de la breve carrera de la actriz a mediados del siglo pasado, en el Hollywood más voraz de todos.
Esa hoguera de vanidades y exigencias tortuosas, hoy mismo se puede descubrir en los deportistas que sufren tanta presión que pueden desembocar en crisis de la salud mental. Actores, actrices, celebridades a los que la fama prematura y el manejo de popularidad y dinero, los transforma en seres sufrientes.
Los creadores de contenidos que desarrollan su identidad, primero, y su negocio, después, alrededor de las redes sociales parecen ser una expresión extrema de ese mismo fenómeno que de aquí en adelante podría, además, convertirlos o ya devinieron, además de en marcas personales, en curiosos experimentos financieros con valuaciones billonarias.