La batalla que le robó un año al Gobierno
De entre sus tantas llamadas para el reclutamiento de voluntades, Juan Manuel Abal Medina, jefe de Gabinete, se comunicó hace diez días con Daniel Scioli. Pretendía sumarlo, si era posible mediante declaraciones públicas, a la causa contra Clarín. Scioli contestó a lo Scioli. Sí, claro, cómo no, es importante velar por las leyes y que se cumplan, y tener todas las voces y libertad de expresión e instituciones, con fuerza, con optimismo. El gobernador tiene esa destreza. Podría pararse de pronto en Belfast o Jerusalén, y pronunciar discursos que resultaran igualmente atendibles a protestantes y a católicos, a judíos y a musulmanes.
El respaldo bonaerense nunca llegó. Pero tampoco el Gobierno recibió una adhesión masiva y elocuente de las provincias. Ni de los intendentes del conurbano, algunos de los cuales decidirán en estas horas si envían espectadores al festival de mañana en Plaza de Mayo. En realidad, nadie esperaba que la encrucijada llegara tan pronto: ¿nutrir un acto para socorrer a Martín Sabbatella, el hombre imaginado alguna vez en el cristinismo para reemplazar al PJ en las listas?
Siempre hay margen para las piruetas o el equilibrio. Pero ninguno de ellos olvida sus prioridades movilizantes. Hay una, por lo pronto, el sábado próximo, en el Estadio Único de La Plata, donde Scioli espera cerrar el año con 40.000 personas de los programas Envión y Manzaneras, y sus celebrities preferidas: Pimpinela, Cacho Castaña, Los Auténticos Decadentes y la princesita de la cumbia, Karina Jesica Tejeda. "Es verdad, nos falta un progre, un roquero de Palermo", admiten en La Plata, cuando se apunta el contraste con Fito Páez, presencia estelar de mañana.
La convivencia de ambos recitales marca el ritmo de los vientos políticos: quien moviliza es quien tiene el poder. Pero también deja en evidencia una perturbación creciente entre los empresarios. Lo que los militantes llaman "la política" ha resultado hasta ahora un malgasto de energías y recursos para un país que todavía no dejó atrás la desaceleración económica y cuya reactivación asoma bastante más débil de lo que se preveía. El jueves, en un cóctel organizado por compañías mineras en el Circolo Italiano, un empresario de la construcción que había recibido dos semanas antes a Cristina Kirchner en el foro anual del sector levantó su copa, satírico. Acababa de enterarse de la extensión de la medida cautelar que favoreció a Clarín y brindaba, ante la risa de sus pares.
Es cierto que la magnitud de lo que definen como una pérdida de tiempo infrecuente en el mundo -un gobierno entero y los fondos públicos abocados durante todo un año a una contienda contra una sola empresa-los involucra también a todos ellos. De otro modo, la Asociación Empresaria Argentina, poderosa entidad que conducen Héctor Magnetto y Paolo Rocca, no le habría destinado al tema casi toda su última reunión, la semana pasada en el Palacio Duhau.
Hubo que encontrar la forma de reclamar y plasmarlo después en un comunicado que se difundió el sábado. ¿Qué sentido tenía, como proponían algunos hombres de negocios, reunirse con la Corte Suprema? ¿No predispondría eso mal al tribunal? ¿No es lo que hace el Gobierno? Se optó entonces por un texto que evitara la sobreactuación y toda apariencia de querer llevarse el mundo por delante. Se buscaba hablarle, antes que a la Corte, al Poder Judicial, que, según quedó por escrito en el comunicado: "Tiene un rol decisivo para el desarrollo del país y su independencia es condición necesaria para establecer la previsibilidad que requerimos los empresarios para realizar inversiones y generar los empleos de calidad que promuevan el bienestar de toda la sociedad".
Todo lo que ni Scioli ni los empresarios se atreven a decir en público lo planteó el jueves en TN Alberto Fernández, alguien de buen diálogo con ambos sectores, en el programa de Nelson Castro. Si la Presidenta hubiera combatido la inflación con el mismo énfasis que utilizó para el 7-D, ya la habría derrotado, razonó el ex jefe de Gabinete.
El testimonio tiene un doble valor. Expresa lo que piensa parte del peronismo y, a la vez, un lote cada vez más resonante de ex kirchneristas poco dispuestos a ser, en metáforas de la Presidenta, salmones inmolados contra la corriente en la desesperación por ovar. El político ahora inquieto por la inflación acompañó el 7 de mayo de 2008 en el Sheraton de Pilar a Guillermo Moreno, Beatriz Paglieri y Ana María Edwin en la presentación de un nuevo índice de precios del Indec, una especie de relanzamiento del organismo tras las denuncias de manipulación.
Fue una conferencia memorable. "Siento que después de un año de discusión estamos poniendo las cosas en orden y quiero decir que, en materia de innovación, fuimos conservadores", dijo Fernández, y agregó que la reforma corregía "distorsiones". En el libro Indec: historia íntima de una estafa , Gustavo Noriega cuenta que ese día 200 militantes de UPCN ovacionaron la presentación metodológica como si se tratara de un partido de fútbol. Y que Hernán Brahim, el hombre de Moreno en el Mercado de Liniers, controlaba el ingreso de los periodistas.
Pero cuatro años son un siglo aquí. Y el cambio de humor no sólo se percibe en la clase política o empresarial. Lo acredita un sondeo que un encuestador que trabaja para el Gobierno entregó en noviembre. ¿Está de acuerdo o en desacuerdo con la ley de medios?, se preguntó. El 55% que en julio de 2011 había contestado "de acuerdo" cayó al 45% el mes pasado, mientras el 31% "en desacuerdo" subía al 36%. "Si tuviera que optar entre Cristina Kirchner y Clarín, ¿qué elegiría?", se insistió. El 52% cosechado por la Presidenta en diciembre de 2011 descendió al 37%, mientras Clarín registraba el recorrido inverso: subió de 20 a 37%. ¿Qué significa el 7-D?, fue otra pregunta. El 47% dijo no saberlo; el 44%, sí, y un 9% no contestó.
Los empresarios siguieron casi el minuto a minuto de todo. Algunos fabricantes de insumos de la UIA, por ejemplo, atribuyen al 7-D cierta baja en la demanda de estos días. Toda incertidumbre política provoca, dicen, precaución, incluso en operaciones tan elementales como la compra de material.
Son problemas momentáneos, todavía independientes de la recuperación que se demora. Y más banales que la desconfianza estructural que llevó a que, a pesar del control de cambios e importaciones, la Argentina haya sido, con Venezuela, el único país de la región cuyas reservas cayeron entre 2007 y 2012. Una baja de 46,2 a 43 millones de dólares (-6,9%) que la ubican lejos de Perú, que tiene 62 millones y logró aumentarlas un 124% en el mismo lapso. Según un informe de M&S Consultores sobre datos del Banco Central, sin su flagelo de la fuga de capitales, la Argentina podría tener hoy reservas por 123.000 millones de dólares.
Remontar semejante descrédito llevará tiempo y gestión. Requisitos, hay que admitirlo, bastante menos cautivantes que las campañas propagandísticas de Fútbol para Todos, declaraciones de respaldo peronista o el elenco entero de Sadaic cantando en la Plaza a favor del modelo nacional y popular.
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