La batalla por la Argentina
Por Ricardo Caballero y Rudi Dornbusch Para LA NACION
CAMBRIDGE, Massachusetts. - Las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional ofrecen una oportunidad de crear una cabeza de playa para la estabilización, pero también el riesgo de que cada una de las partes se centre en sus preocupaciones políticas y no responda a la crisis argentina en toda su dimensión. Las cuestiones centrales están claras: ambas partes obviamente desean una recuperación de la Argentina. Pero dicho eso, el presidente Eduardo Duhalde quiere el dinero que pueda aportar el FMI, mucho y rápido, por favor, pero es renuente a realizar reformas profundas o no puede concretarlas; tiene que resistir a gobernadores que se enfrentan a los mismos problemas que él. Por el otro lado, el FMI tiene un gran dilema. No puede darse el lujo de ser intransigente hasta el punto de que caiga Duhalde. Pero, como durante muchos años ha aportado fondos para programas argentinos que fracasaron, no puede cerrar los ojos y poner el dinero sobre la mesa. Quizá termine poniendo exigencias máximas de un feroz recorte hooveriano en medio de una depresión.
Si gana la estrategia máxima, la economía argentina se volverá ingobernable. Si gana la estrategia mínima, nada habrá cambiado, excepto que desaparece un elemento esperanzador más. Pero este debate no toma en cuenta un elemento crítico. Los fondos del FMI y las reformas que deben acompañarlos no son un fin en sí mismos. Sólo son la palanca para hacer volver el capital, argentino y extranjero. El papel clave en la reconstrucción de la Argentina lo tiene que cumplir el capital privado, no el FMI.
Entonces, ¿cómo pueden llevarse las negociaciones a una salida en la que todos ganen? Está claro que deben lograr más que definir algunas metas presupuestarias de corto plazo. Deben incluir reformas abarcadoras con pasos específicos cuya implementación dé confianza y permita ver que no se trata de otro programa que pronto será dejado de lado por las prioridades que imponen las elecciones.
Hace unos días presentamos un plan para proveer el ingrediente preciso que se necesita para este acuerdo: un programa por el que la Argentina acepta e incluso solicita una comisión de estabilización extranjera que conduzca el Banco Central y, a cambio del desembolso de un importante préstamo de estabilización, tome control de la implementación del presupuesto.
Desde su publicación, nuestra propuesta ha atraído mucha discusión y no toda favorable. Pero es un dato importante que dos encuestas de opinión en la Argentina han revelado que cuenta con el apoyo de cerca del 50 por ciento de la poblacion. Esto representa un apoyo sorprendente y munición política para un plan que crearía las bases para una fuerte recuperación de la credibilidad del país. Una mayor credibilidad trae como premio una menor necesidad de medidas heroicas en materia fiscal, cuestión que el presidente Duhalde no dejará de ver.
Identidad y orgullo nacional
Volvamos al plan y las reacciones. Dijimos que esta crisis es peor y más peligrosa que cualquier cosa que la Argentina o cualquier otra economía emergente grande haya visto en las últimas décadas. Están siendo destruidos los cimientos mismos de una sociedad moderna. Lamentablemente muchos argentinos pudieron reconocer los síntomas que describimos. Los que no lo vieron se están convenciendo con el avance de los hechos.
Nuestra receta de que se renuncie a la soberanía financiera y económica de la Argentina por unos años no fue recibida con el mismo consenso. Los que la objetan ven en ella un ataque al orgullo nacional. Esta percepción es equivocada: un país es mucho más que un conjunto de normas monetarias, financieras y fiscales. No se renuncia a la identidad y el orgullo nacionales al aceptar que unos cuantos extranjeros controlen la implementación de un conjunto de normas cuidadosamente diseñadas para no interferir con la soberanía política, y aprobadas por el Congreso argentino. Dejemos la retórica y el orgullo de lado. La situación es demasiado grave. Pedimos disculpas a quienes hayamos ofendido. Este es otro intento de abordar un problema y su solución que tomamos muy seriamente.
El problema de la Argentina va mucho más allá de una crisis de liquidez común. La solución no es una inyección temporaria de recursos por sí sola. Debe comenzar por una visión clara de cómo arreglar lo que viene después, el mediano y el largo plazos. Hay acuerdo significativo respecto de algunos de los ingredientes clave de la reforma estructural, y gran parte de éstos se pueden empezar a aplicar sin demora: una campaña contra la corrupción, sin piedad para jueces, parlamentarios, funcionarios públicos y otros; una reforma de los sistemas impositivo y de coparticipación que vaya mucho más allá de la discusión pequeña de estos días; protección de los derechos de propiedad y estabilización definitiva de las reglas de juego; una reforma laboral más de acuerdo con las características del ciclo económico argentino. Empiecen ahora y elijan en 2003 al candidato que haga de esta propuesta su bandera.
Aunque lo anterior es una condición necesaria para llegar a algún lado, no bastará para contener la caída libre de la Argentina. No hay esperanzas de tocar fondo, o siquiera implementar muchas de las medidas urgentes necesarias para volver a poner en marcha el sistema financiero y de pagos, hasta que se recupere la confianza. Deben volver los capitales privados para encontrar una salida a la crisis. En este momento, el flujo va en sentido contrario. No hay fondos del FMI que puedan cubrir esta brecha. Por desgracia, para recuperar la confianza no bastará el mero anuncio de una estrategia de largo plazo sólida: tiene que ser creíble. Lograr esto último es difícil para cualquiera que tenga el récord de la Argentina, y más aún para un gobierno de transición, por buenas intenciones que tenga.
Dos caminos
El punto es simple, pero el debate se confunde con propuestas para salir del paso que sólo postergan el comienzo de la reforma. El problema es terriblemente real y hay que enfrentarlo. Y para esto hay sólo dos opciones:
- Opción 1: la variante del ajuste brutal (tradicional). No hay mejor manera de crear confianza en la implementación de un plan de largo plazo que comenzar de inmediato, incluso pasarse de raya en el corto plazo para dejar las cosas claras. En muchos casos, ésta es una estrategia adecuada, pero la Argentina ya está demasiado enferma como para tomar esta medicina. Es difícil creer que la Argentina puede reducir su déficit fiscal lo suficientemente rápido como para alcanzar la tan necesaria meta de la credibilidad sin provocar una explosión social. Una promesa de tal ajuste simplemente no es creíble. Es aún más difícil creer que el Banco Central puede encontrar una política monetaria lo suficientemente contractiva, que no sea eliminar el peso, que pueda convencer a alguien de que se ha encontrado un ancla nominal.
- Opción 2: la variante de la credibilidad importada (el puente). Si el problema no es la falta de convicción de la necesidad de una estrategia viable de largo plazo, sino de falta de confianza durante la transición, la manera más barata de conseguirla es alquilarla. Este principio es la base de nuestra propuesta. Si la Argentina quiere tener acceso a una política monetaria sólida, hay que traer a un banquero central internacional reconocido para que la conduzca con un juego de normas estrictas acordadas entre la Argentina y sus asesores. Si la Argentina quiere aumentar su credibilidad sobre la base de una buena política fiscal, puede prometer un ajuste menos pesado que en la opción uno, pero con un supervisor internacional como testigo de las transacciones clave, que quizás incluso esté a cargo de librar los cheques más gordos y que la chequera sea de información pública junto con el acuerdo. Si la Argentina quiere tener sistema financiero, necesita normas claras, permanentes y respetadas, fiscalizadas por un regulador internacional, quizás alguien del Banco de Conciliaciones Internacional. En todas estas áreas deben cumplir un rol muy activo los expertos argentinos, que tienen que estar preparados para tomar la batuta una vez que, pasados algunos años, la intervención ya no sea necesaria.
Que no haya ilusiones: incluso la opción 2 tendrá costos y habrá tiempos difíciles. El que diga lo contrario habla con deshonestidad o está profundamente confundido. Tiene que haber algo positivo -el cumplimiento de un programa estricto- que los supervisores extranjeros puedan informar al resto del mundo y a los argentinos por igual. Tiene que haber algo de ajuste, simplemente menos brutal que el de la opción 1.
Usar la oportunidad de construir instituciones y emplear expertos externos respetados para sentar los cimientos y asegurar un éxito temprano y sostenido reduce los costos económicos y políticos de la reconstrucción y claramente mejora las posibilidades de alcanzar los objetivos. No es un sustituto para Duhalde y quien venga después. De hecho puede ser la única opción de Duhalde para mantenerse en el poder y para que la transición al próximo gobierno se dé en un ambiente democrático y ordenado. Por supuesto que los políticos pueden llegar a despilfarrar los logros: aparentar que aceptan un programa serio buscando utilizar los recursos adicionales para su propia satisfacción. Pero eso será más difícil, porque el público tendrá un modo más efectivo de controlar qué es lo que se hace con su vida económica. Esperemos que, dada una opción permanente para salir de esta terrible crisis, los políticos finalmente se pongan a la altura de la ocasión.