La banalización del Holocausto
Holocausto, nazis, Goebbels, exterminio, antisemitas, cámaras de gas. Las palabras que alguna vez apenas alcanzaron para describir el horror del Tercer Reich y sus millones de muertos suenan hoy vacías en frases de irresponsables dirigentes que, en una absurda escalada de violencia verbal, apenas surfearon en la historia para encontrar un adjetivo más fuerte con el que descalificar al otro. Y sepultar de paso cualquier intento de debate, porque, ¿quién quiere discutir con un nazi?
Comparar la Alemania de Adolf Hitler y sus métodos para perpetuarse en el poder con la Argentina de 2012 no sólo es estúpido y falaz. Es peligroso. Y lo es más cuando los que sueltan estas ideas con una liviandad sorprendente son hombres y mujeres públicos cuyos discursos tienen una amplificación que los obliga a ser doblemente responsables. Dos estudiantes de secundario que eligieron McDonald's para su recreo se ríen de un "profe nazi. Pero renazi" (sólo las escuché yo). Un tachero nostálgico comparte sin que nadie le pregunte su añoranza por la democracia alfonsinista, "cuando no salían las fuerzas de la SS a la calle como ahora". Pero cuando en los últimos meses de 2010 y en el marco de la megarreunión conjunta entre el BID y el Banco Mundial el entonces ministro de economía, Amado Boudou, comparó a dos periodistas con los que "limpiaban las cámaras de gas del nazismo", las cosas cambian. Lo que él mismo disculpó como una "metáfora inapropiada", lo dijo en Washington DC. Tal vez, especulación tardía, de haber tenido algo de tiempo el actual vicepresidente hubiese podido recorrer el Museo del Holocausto, réplica del que existe en Israel y donde están expuestas sin necesidad de más las fotos de las víctimas de Auschwitz-Birkenau, el centro de exterminio nazi más grande. Y hubiese visto las reproducciones a escalas de las cámaras de gas. Y sin necesidad de estudiar nada podría haber entendido mucho. Dos periodistas escribieron algo que no le gustó. Los verdugos alemanes no daban abasto para sacar los cuerpos seleccionados como no aptos, famélicos, arrancados de sus familias, ahogados, y los llevaban a los hornos no sólo para deshacerse de la evidencia, sino para tener más espacio para seguir ejecutando la solución final. No hay por dónde establecer algo siquiera parecido a una analogía entre ambas cosas.
Este año, otra vez, dos periodistas acusados de nazis y antisemitas. Lo hizo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, disgustada por los artículos que Osvaldo Pepe había publicado en el diario Clarín y Carlos Pagni, en LA NACION. De uno dijo: "Me pareció muy nazi". Del otro, que tenía "cierto tufillo antisemita". Más allá de la reveladora gradación del nazismo (¿cómo se es muy, un poco o demasiado nazi?) la Presidenta comparó el análisis sobre la gestión en Aerolíneas Argentinas con el régimen que dominó Alemania entre el 33 y el 45. ¿Qué tiene que ver el cuestionamiento a la administración de Mariano Recalde con, por ejemplo, Heinrich Himmler, uno de los ideólogos del horror histórico? Escuchando a la máxima autoridad del país algún desprevenido podría llegar a creer que el nazismo se trató de una pésima gestión económica, donde la solución final en pos de la imposición de la raza pura fue sólo una anécdota.
Tildar de nazis a Pepe, Pagni o a cualquiera no cumple el objetivo de desacreditarlos. Sólo devuelve una imagen mucho más benévola de los asesinos cuya crueldad innegable queda reducida a poco más que una crítica mordaz. Y los nazis hicieron mucho más que criticar: ante la crítica, no disintieron. No se tomaron la molestia de polemizar: pulverizaron a sus enemigos hasta hacerlos, literalmente, humo. Hoy, la banalización del Holocausto tiene rostros conocidos, elegidos, votados y acompañados por gran parte de la sociedad, como Cristina Fernández de Kirchner o Amado Boudou. Hace diez años, otra voz legitimada no en las urnas sino en sus obras desataba una polémica similar, al comparar la situación de los palestinos en Gaza y Ramallah con los campos de Auschwitz. José Saramago, Nobel de Literatura, le ponía su firma a otro intento de analogía imprudente al que, desde Página 12, el escritor Marcelo Birmajer le contestaba: "¿Comparó Gaza y Ramallah con Auschwitz para llamar la atención, sin una rigurosa valoración de los hechos concretos? Esa clase de técnicas para atraer la atención de los medios son de por sí degradantes cuando se trata de vender mayonesas o autos, pero resultan malignamente perniciosas para un debate político. ¿Qué clase de irresponsabilidad es ésa de llamar la atención por medio de mencionar el peor centro de matanza que conoció el siglo XX? ¿Estamos frente a un caso patéticamente agrandado de prensa amarilla, de publicidad enfermiza o de simple falta de inteligencia? Saramago mismo reconoce que, más que puntualizar hechos, quiso llamar la atención. Y no pide disculpas por su reconocida mentira. «Lo dicho, dicho está», reafirma como un niño caprichoso cuyas palabras, una vez dichas, no pueden ser rectificadas. Pero no es un niño."
Sin ser ni un niño ni un Nobel, el dirigente de la Federación Agraria de Entre Ríos, Alfredo de Angelis, intentó hacer algo parecido y cuando tomó conciencia tampoco pidió disculpas. Comparó a la agrupación kirchnerista La Cámpora con el ejército nazi: "Lo único que falta es que empiecen a matar gente". ¿Qué pueden tener que ver Eduardo "Wado" de Pedro, Andrés "el Cuervo" Larroque o José Ottavis con el nazismo? ¿Desde dónde podría empezar De Angelis la trasnochada comparación de cualquiera de los integrantes de La Cámpora con Reinhard Heydrich, conocido como "el carnicero de Praga" e ideólogo de la solución final? ¿O con otro de los arquitectos del horror, Adolf Eichmann, encargado de la logística que permitió transportar a los prisioneros hasta los campos de concentración? ¿Alguien puede creer que cualquier gesto de violencia ejercida por una agrupación política en el marco de una democracia puede compararse con la decisión consensuada de un gobierno de borrar del mapa a la población de un mundo del que querían adueñarse? Sí. Alguien puede creerlo. Y ahí radica el peligro de la banalización que se instala de manera inversamente proporcional a la tibieza de las condenas. Particularmente, de la dirigencia comunitaria.
La DAIA primero condenó los dichos de la Presidenta respecto de la nota de Pagni en este diario. Pero después dijo que no dijo lo que dijo y aclaró verbalmente lo que había escrito en un comunicado, para confundirlo todo un poco más. Grandes referentes de la opinión pública por su parte compararon a 6,7,8 con Goebbels. Pero Joseph Goebbels no fue el productor o guionista de un programa oficialista por excelencia. Hizo tanto más que manipular a la prensa y la propaganda oficial al servicio del proyecto. Goebbels se ensangrentó las manos con perversas construcciones tendientes a convencer a un pueblo alemán ya convencido. El "miente, miente" es sólo la versión más simplista de su biografía.
Negar la Shoá genera reacciones contundentes. Hay países donde directamente se lo considera un delito. Banalizarla, no. Por eso el dibujante de Página 12 Gustavo Sala sintió que había margen para hacer una historieta como la de David "Gueto", donde un DJ pasa música en los campos de concentración. Hacer creer que la Argentina de 2012 es comparable con la Alemania de la Segunda Guerra es convertir al nazismo en Disneylandia y promover que "nazi" pase a ser un insulto que arrojamos al pasar cuando nos chocan el auto o alguien se nos cuela en la cola del supermercado. O, como creían las chicas de la hamburguesa, que sirva para aplicar de adjetivo a un profesor exigente o a un periodista díscolo.
© La Nacion