La autoridad del futuro presidente
A medida que se acercan las elecciones presidenciales del 25 de octubre hay temas inquietantes que, cada vez con mayor fuerza, asoman en el horizonte para instalarse protagónicamente en la campaña. Uno de ellos es, sin duda, la autoridad, y su papel en la marcha del gobierno y la paz social.
¿Quién ejerce hoy la autoridad? Como es obvio y como debe ser en nuestro sistema de Poder Ejecutivo fuerte, la presidenta Cristina Kirchner. Podrá discutirse su estilo para hacerlo, podremos no acordar con su poco interés por el Congreso o su falta de diálogo con la oposición y los medios de prensa críticos, pero resulta innegable que la autoridad está en sus manos, no sólo porque la sostiene el 54% de los votos conseguidos en su reelección de 2011, sino también por su personalidad e impronta partidaria.
Max Weber, como se sabe, describe tres tipos de autoridad: la tradicional (sustentada en una dinastía, casta o herencia familiar); la legal (que depende de un marco jurídico acatado por la mayoría) y la carismática (que se afirma en una persona dotada de atributos y virtudes especiales que le permiten conducir a las masas).
Nuestra presidenta, exagerando un poco y con casi nada de ironía, constituye en cierto modo un caso excepcional, que abarca los tres tipos weberianos: es tradicional porque pertenece a una monarquía política de carácter hereditario; es legal porque ha sido elegida y consagrada según las reglas de la democracia republicana, y es carismática porque se construye a sí misma con los protocolos de un caudillo populista.
No hay que asustarse ante esta autoridad sobreabundante. Ningún dirigente político vivo puede aspirar a semejante derroche. Lo que se requiere es la reconstrucción de una autoridad legal/republicana, lamentablemente poco común en nuestra orilla del Río de la Plata. Deberá tener cuidado, eso sí, de no parecer débil y errática ante el cercanísimo recuerdo del triple blindaje de Cristina Kirchner.
¿Quién puede ser el mejor intérprete y depositario de esta (no transitada) forma de autoridad? ¿Quién será capaz de mantener un diálogo creativo incluso con un Congreso fragmentado y rebelde? La lógica indica que el mago o prestidigitador reclamado debería salir de la terna de candidatos presidenciales que se vienen perfilando desde hace muchos meses y que no han podido sacarse ventajas definitivas ni siquiera en la encuesta obligatoria de las PASO.
Veamos qué nos ofrecen estos tres candidatos, y en dónde residen sus fuerzas y, más que nada, sus debilidades, en medio de una campaña que debería avergonzarnos a todos, caracterizada por descalificaciones, denuncias y contradenuncias mucho más que por un constructivo debate programático.
El candidato oficial, Daniel Scioli, ganó en las primarias, pese a todo, y es el favorito para la elección presidencial. Sus equipos (pueden mencionarse colaboradores de buen desempeño, como Gustavo Marangoni y Jorge Telerman) son básicamente los que lo acompañaron en su gestión de dos períodos como gobernador, muy discutida y criticada. Lo perjudica su absoluta indefinición en temas centrales, como el cepo cambiario, la posición argentina en la región y en el mundo, y -muy especialmente- su relación con la actual presidenta, que no lo mira con demasiado afecto y que podría disputar con él precisamente el ejercicio de la autoridad, después del 1º de diciembre, ella como jefa del justicialismo y él como presidente recién llegado y débil. Por otra parte, a pesar de gestos ampulosos de adhesión y confianza, el "progresismo" kirchnerista descree de su ideología (o falta de ideología) y lo votará tapándose la nariz.
Sergio Massa, después de un resonante triunfo en 2013 en la provincia de Buenos Aires y la aparente consolidación posterior que por un tiempo lo tuvo a la cabeza de los postulantes a la presidencia, fue mermando en su intención de voto y hoy es el tercero de tres. Sus posibilidades de crecer son pocas, aunque no descartables. En este último tramo de la campaña, si bien fue tan áspero como sus adversarios, presentó interesantes propuestas en los diferentes terrenos de la gestión pública, en algunos de los cuales se adivina la mano de su más calificado asesor, Roberto Lavagna. Su principal debilidad parece residir en la falta de un "paraguas" territorial que abarque todo el país, por carecer de partidos nacionales que lo apoyen.
Mauricio Macri, el único rival que podría vencer a Scioli (siempre y cuando se llegara a un eventual ballottage), articula su candidatura con el respaldo a su gestión en la ciudad autónoma de Buenos Aires, estimada positivamente, y con la voluntad frentista demostrada con la creación de la coalición Cambiemos, cuyo principal socio es la UCR. Hay que aplaudirlo porque se atrevió a colocar a dos valiosas mujeres en puestos clave: Gabriela Michetti, como candidata a la vicepresidencia, y María Eugenia Vidal, como candidata a la gobernación de Buenos Aires. En cambio, falló en presentarse adecuadamente a sí mismo, sin falsos temores ni prejuicios.
Se ve ahora adónde queríamos llegar. Ningún candidato, por sí solo, podrá convertirse en el titular de la autoridad, por más que gane las elecciones.
Si se concreta el ballottage, se tratará de una opción, no de una elección. Por eso, es necesario un acuerdo previo al acto electoral. Lo ideal, aunque improbable, sería un pacto sostenido por los tres candidatos, que al fin y al cabo comparten la moderación política y cierta orientación desarrollista en economía. Como ello no ocurrirá, nos permitimos colocar nuestra esperanza en un consenso de dos, no el imposible de tres. Podría llegar a hablarse de un cogobierno si la situación lo exigiera.
Sólo Macri y Massa pueden firmar ese acuerdo (del que hoy parecen estar lejos) que quizá debería implicar actos de confianza mutua y sacrificios personales. Sería una alternativa diferente, el establecimiento de una autoridad renovada para un proceso electoral que amenaza con arrastrarnos otra vez al caos y a la debilidad institucional.