La ausencia del Estado y las nuevas mafias
En los últimos tiempos, al amparo de gobiernos que se desentienden de funciones esenciales, han proliferado organizaciones delictivas de toda clase
Las familias argentinas no tienen una cultura mafiosa ni integran la Camorra. Sin embargo, conocen expresiones que sus abuelos ignoraban: "códigos" en lugar de ética; "sicarios" por bandidos y "tumberos" por presos. Oyen de "cocinas" y "búnkeres" mientras sufren coletazos de esa nueva realidad en su vida cotidiana.
Hay padres paralizados de impotencia ante la violencia de sus hijos, atrapados en el mundo de las drogas. Hay comerciantes que no pueden abrir sus negocios sin ser asaltados, precisamente, por aquellos. O que son visitados por policías para cobrar el precio de una protección que, en realidad, es amenaza. O de presos, liberados por mafias del servicio penitenciario, quienes luego comparten el botín obtenido.
Nos hemos habituado a llamar "mafias" a quienes ganan dinero mediante un accionar concertado para ejercer presión o violencia, sellado con un pacto de silencio y garantizado por miedo a la represalia. Corrupción habrá siempre, como ilícitos puntuales. El proceder mafioso, en cambio, implica una organización compleja, capaz de desplazar al Estado o apropiarse de él, a través de una red de dádivas para ganar voluntades, reemplazando el bien común por el acatamiento a la orden facinerosa.
No todas las mafias son iguales. Unas actúan fuera de la ley, creando zonas liberadas para traficar, robar y matar por ausencia del Estado. Son las nuevas mafias: armadas, del submundo criminal. Otras mafias, desde antaño, utilizan al Estado en su provecho. En apariencia actúan dentro de la ley, pero la tuercen con licitaciones amañadas, contratos fraudulentos y sentencias compradas. Son las mafias arraigadas que ahora salen a la luz, a pesar del riesgo de "vendetta" y la promesa de "omertá".
La expansión del narcotráfico es relativamente reciente; del mero tránsito, a la elaboración y el consumo. Fue posible por el deterioro del capital social y la apropiación privada de lo público. Los negocios con el poder y el desvío de recursos hacia bolsillos non sanctos rompieron las reglas del pacto republicano. Cuando se toma como natural que funcionarios oculten bolsas en el baño, las arrojen en conventos, declaren fortunas a nombre de sus esposas, tengan cédulas verdes de autos de alta gama, actúen como dueños de haras de purasangre o trafiquen influencias, el Estado se ausenta. De ese modo, en la Argentina se abandonó el espacio que hoy ocupan narcos y delincuentes.
En la vida cotidiana, la "mafia del narcotráfico" se manifiesta a través de la inseguridad. Muertes a balazos, en asaltos, arrebatos o entraderas. Víctimas de balas perdidas o de atropellos en ejecuciones o persecuciones. Robos de autos, impulsados por la "mafia de los desarmaderos"; robo de recién nacidos, por la "mafia de los bebés"; desaparición de jóvenes, por la "mafia del tráfico de personas". La llamada "mafia policial" cuyo ejemplo más destacado está en la "bonaerense", desprotege al ciudadano, disponiendo zonas liberadas, apañando el narcotráfico y cobrando para los superiores. En Rosario, la banda Los Monos continúa operando desde la cárcel, por la complicidad policial y política.
Las mafias son expertas en no dejar rastros, con muertes "que parecen un suicidio". Como ocurrió con Lourdes Di Natale, exsecretaria de Emir Yoma; con Rodolfo Echegoyen, exadministrador de la Aduana que husmeaba los negocios de Alfredo Yabrán; con Marcelo Cattáneo, del caso IBM-Banco Nación; con el capitán Horacio Estrada, por la venta de armas a Ecuador, o con el fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, por su investigación del pacto con Irán. La "mafia del tráfico de armas" en el caso de Río Tercero fue menos meticulosa, con la terrible explosión que provocó muertes, heridos y destrucción de viviendas.
Muchas familias venidas de Fujian se esfuerzan en supermercados barriales, pero la "mafia china" las extorsiona para cobrarles "vacunas" y utilizar los fondos en el narcotráfico. Decenas de homicidios atestiguan la sanción a quienes no aceptan el chantaje. Detrás del silencio está el miedo a la venganza, ya que los chinos no confían en la Justicia argentina, siempre laxa al tiempo de liberar delincuentes.
En los barrios precarios de la ciudad, bolivianos y paraguayos son expulsados de sus viviendas a punta de pistola por "mafias de las villas", para luego revenderlas. Cuando ocupan casitas de una planta, los mafiosos les construyen, sin permiso, otra habitación encima para ofrecerla a terceros. En el conurbano, hay mafias de funcionarios y "porongas" que impulsan las tomas de tierras, utilizando personas vulnerables como escudos humanos, para luego cercarlas y lotearlas.
Las "mafias del tráfico de personas" reducen a la servidumbre en talleres clandestinos a quienes ingresan al país, con engaño, en busca de un futuro mejor. Las "mafias de los bebés" realizan un tráfico más inmoral y cruel, robando recién nacidos o comprándolos a sus madres. Si bien la mayoría son acogidos por familias, otros terminan en manos de pederastas o víctimas del negocio de la pornografía infantil.
La "mafia aeroportuaria" de sindicatos variopintos suele paralizar los aeropuertos en los feriados largos, frustrando a quienes carecen de mafia propia para defenderse. Los viajeros descubren sus maletas violadas por "mafias abrevalijas" en el aeropuerto de Ezeiza. Otros las pierden cuando el taxi ilegal o el remise trucho huyen del destino sin sacar el equipaje del baúl. Frente a una mayoría de conductores honrados, la "mafia de los taxistas" excluye a los demás de las "paradas" bajo su control. O la "mafia caza Uber", que usa la violencia para impedir que la tecnología mejore la vida de la gente.
La "mafia del juego" se ha expandido en forma paralela al lavado de dinero o impulsando el flagelo de la ludopatía. Su irrupción más llamativa fue el "casino flotante", invento mafioso para sortear la prohibición de instalarlo en tierra. También fue mafiosa la intimación del gobierno nacional a la empresa de Cristóbal López para que multiplique las tragamonedas del Hipódromo de Palermo "atento a las necesidades del mercado lúdico". Absurda cortina de humo para una prórroga de la concesión por 15 años más de los previstos.
El fútbol, como pasión de multitudes, se presta a los negocios mafiosos, apañados por muchos directivos y sus contactos políticos. Los barrabravas obtienen dinero de los "trapitos", de la reventa de entradas gratuitas y de cupos cobrados a vendedores de merchandising o alimentos. Para no mencionar las mafias a nivel superior, que operan en "pases" de jugadores por sumas millonarias no declaradas al fisco.
El tejido económico de la Argentina está afectado por múltiples distorsiones comúnmente calificadas de mafias. Las hay de todo tipo y color. Hay mafias de la Aduana, de los contenedores, de los juicios laborales, de los accidentes ferroviarios y del juego. Hay mafias empresariales, sindicales y municipales. De los taxistas, de los colectivos, del fútbol y de los barrabravas. De los medicamentos, los troqueles, las obras sociales y los comedores escolares. De los planes sociales, de las viviendas populares y de los subsidios oficiales. Hay mafias de Ezeiza y de La Salada. Mafias de la carne y del oro. De la basura y los cementerios. De las bailantas, de los cuidacoches, de los limpiavidrios y los extras. Y el calificativo también se ha extendido a rubros empresarios donde el accionar concertado ha sido llamativo, como la construcción, los peajes, los promocionados y los protegidos.
De estos nos ocuparemos en el editorial de mañana, cuando analicemos las mafias tradicionales, aquellas sedimentadas por el tiempo y que impiden el crecimiento de la Argentina, condenando a la pobreza con buenos modales y conductas cortesanas.