La astucia filosófica de Slavoj Zizek
FAMA. Nuevos libros y reediciones del filósofo best seller renuevan la pregunta por el éxito en el mercado de las ideas ,fama.Nuevos libros y reediciones del filósofo best seller renuevan la pregunta por el éxito en el mercado de las ideas
Una clave del éxito de Slavoj Zizek, a quien alguna vez llamaron "el Elvis de la teoría cultural", es que, a la hora de pensar, se ubica al ras de las versiones más inmediatas del mundo. ¿De qué otra manera podría publicar más de cuatro decenas de libros y protagonizar al menos tres documentales? Eso significa que para aclimatarse a las ideas generales de Zizek sobre la cultura y el edificio ideológico que les da forma, basta apenas con prestar atención, por ejemplo, a lo que se ve en las redes sociales.
Así es como en una época donde la palabra "narcisismo" funciona como una acusación torpe que descalifica la belleza de quienes son bellos, pero también relativiza la fealdad de quienes son feos, la astucia zizekiana emerge al señalar que lo que constituye hoy el objeto de estudio predilecto del psicoanálisis son las "consecuencias inesperadas de la desintegración de las estructuras tradicionales que regulan la vida libidinal". Lo cual quiere decir que el verdadero trabajo a la hora de examinar nuestra psiquis no está en festejar esa aparente integración entre lo bello y lo feo por encima de los siempre condenados "estándares tradicionales de belleza", sino en entender por qué lo que posibilita esa integración, que es el debilitamiento de la autoridad patriarcal y la desestabilización de los roles sociales y sexuales, "genera nuevas angustias en vez de dar paso a un nuevo mundo feliz".
Desde ya, eso no significa que Facebook o Instagram se interesen en reflejar ese conflicto subterráneo, ni mucho menos en dejarlo a la vista (algo malo para su negocio, por otro lado). Pero sí significa que los límites del amor al prójimo existen en la medida en que la "permisividad hedonista" que domina buena parte del discurso social y económico contemporáneo pasa por alto el lado oscuro de la propuesta de convertir la Tierra en "un espacio unificado de comunicación que ha de unir a toda la humanidad".
En definitiva, y por mucho que decepcione a las almas bellas, no todos somos (ni valemos) lo mismo. Y es así como Zizek, que se formó como filósofo en la vieja Liubliana comunista y como psicoanalista lacaniano en la Universidad de París VIII -y que tuvo un paso por la política como candidato a presidente de Eslovenia en 1990-, se las arregla entonces para trasladar los conflictos que orbitan sobre cualquier smartphone a una versión más cruda y menos abstracta del mismo problema: el drama de los inmigrantes y los refugiados que se escapan de la guerra en Medio Oriente y luchan por instalarse en Europa. Porque ¿no representan ellos el más reciente upgrade de ese "intruso traumático" con el que Freud analizaba el rol del prójimo, aquellos cuyos goces misteriosos y celados desestabilizan el modo de vida habitual y disparan fantasías de apocalipsis e integración entre todos los arcos políticos?
En esencia, ése el asunto de La nueva lucha de clases (Anagrama), el último libro de ?i?ek publicado en la Argentina este año -aunque nunca se sabe si será el último- y que está en librerías apenas semanas después de las reediciones de clásicos zizekianos como La permanencia en lo negativo y El resto indivisible (Godot) y de la llegada del monumental Menos que nada (Akal), con más de mil páginas sobre Hegel y "las sombras del materialismo dialéctico".
La multiplicación de los libros
Hasta qué punto esa promiscuidad editorial es un reflejo de lo que significa ser un best seller mundial de la filosofía contemporánea -categoría que hoy apenas incluiría a Byung-Chul Han o Peter Sloterdijk- o un síntoma de que en una de las ciudades con más psicoanalistas del mundo, como Buenos Aires, las oportunidades para leer al hombre que reinterpreta a Hegel a través de Lacan (y a Lacan a través de casi todo lo demás) están lejos de agotarse, podría merecer otro análisis.
Pero lo que sin duda cumple esa multiplicación bibliográfica -que tiene de repetición tanto como de perfeccionamiento- es el correlato directo entre lo que ?i?ek es capaz de escribir (y publicar) y los temas sobre los cuales es capaz de hacerlo. Y esa lista, en versión abreviada, podría incluir todos los asuntos centrales ligados a Hegel, Schelling, Freud, Lacan, Marx, Hitchcock, Wagner, Hitler, Stalin, Lenin, Laclau, Badiou, Assange, Soros y Dios.
La verdadera astucia de Zizek, sin embargo, está en argumentar de qué manera esos nombres, entre otros, rigen a través de lo que son capaces de habilitar (y lo que son capaces de prohibir) sobre la compleja constelación simbólica que le da sentido a la experiencia de nacer, habitar, pensar, consumir, temer, amar, multiplicarse y morir en Occidente. Y Zizek lo hace sin tampoco dejar de subrayar la paradoja de que, aun cuando todos elegimos ver lo que queremos ver y soportar la vida como podemos -y, en ese sentido, es un intelectual sin miedo al codazo en las costillas del lector para decirle qué pensar-, la más impenetrable de las preguntas todavía sigue siendo quiénes somos.
Por otro lado, plantear preguntas y perfilar respuestas, clarificar el sentido de las palabras, de las proposiciones y de las secuencias de proposiciones que pueden expresarse cuando quiere decirse algo verdadero, define la tarea misma de pensar. Y eso permite replantear, también, la parte más tangible de la cuestión. Porque ¿cómo hace nada menos que Slavoj Zizek para sostener y gestionar con éxito su propia ubicación privilegiada no sólo en el mercado internacional de la oferta y la demanda de ideas -al que suele llamarse, con elegancia, vida académica- sino también entre quienes aseguran vislumbrar ahora más que nunca un lenguaje para expresar nuestra falta de libertad? ¿Existe un "marketing" de los intelectuales?
La pregunta suena menos impertinente si se observa que, dentro de ese rubro, califica muy bien en lo que Sloterdijk, que suele burlarse de la lógica que nutre a los visiting scholars, llama con ironía "la insuperable ventaja de ser uno mismo". Para Zygmunt Bauman, por ejemplo, ¿la "liquidez" no dejó de ser un concepto interesante después de que su celebrado "hit académico" Modernidad líquida se transformó en un concepto adosado a libros sucesivos sobre la liquidez del amor, la vida, el miedo, el tiempo y el arte, hasta que casi no hubo nada más que pasar por agua?
Por supuesto, la caducidad de los conceptos a veces cotiza a la par de la caducidad de las palabras, y por eso sostener una novedad exitosa es delicado. No es difícil percibir que lo que Noam Chomsky tuvo para decir sobre la globalización en los años noventa, y que perdura bajo Naomi Klein o Antonio Negri, hoy apenas sobrevive bajo la forma de entrevistas refritadas, de igual manera que la radicalidad de las ideas de Judith Butler sobre la libre construcción de los géneros -y ésta es una crítica hecha por Zizek- ya no es más que una descripción estándar y consensuada del actual statu quo (que fomenta más libertades que prohibiciones).
Daños colaterales
En cuanto a las estrategias mediáticas del "Elvis de la teoría cultural", la cultura pop y el humor -sobre el que publicó un libro que recolecta sus propios chistes- e incluso el cine de Hollywood -a partir del cual recicló la frase de Fredric Jameson acerca de que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo- son "daños colaterales". Es decir, elementos para explicar por qué aquellos "nuevos clichés" que Samuel Goldwyn solía reclamar a sus guionistas en Hollywood no son más que eso que todavía buscan hoy quienes, agobiados por sus vidas y sus trabajos, se sumergen en capacitaciones psicológicas que aseguran "liberar el verdadero ser", tras lo cual repiten "nuevos clichés" que sólo refrescan el efecto automático que tenían los "viejos".
Y en este punto Zizek alcanza su versión más irritante entre los terratenientes del credo neoliberal, precisamente porque señala que la realidad es indistinguible de las ficciones ideológicas que la sostienen. Por lo tanto, el terreno de las ficciones no es menor a la hora de cambiar el mundo. De hecho, Terry Eagleton también señaló algo evidente al desnudar el modo en que hoy, entre los defensores de las peores iniquidades del libre mercado, la palabra optimismo define una actitud general que "se resiste a ser refutada por los hechos" y la palabra futuro disfraza algo que no es un valor en sí mismo "salvo, quizás, para los especuladores de Wall Street".
Bajo su personaje de acento exótico, Zizek coloca eso en forma de pregunta permeable a la sensibilidad de lo que resta del viejo progresismo humanista. ¿Hemos de respaldar la aceptación del capitalismo como un hecho de la naturaleza (humana) o acaso el capitalismo global actual contiene antagonismos lo bastante fuertes para impedir su reproducción indefinida?
LA NUEVA LUCHA DE CLASES. Slavoj Zizek, Anagrama
MENOS QUE NADA. Slavoj Zizek, Akal