La Argentina y España, dos siglos de diálogo a través del Atlántico
Al intensificar el conflicto con nuestro principal aliado europeo, Milei parece interesado en promover una agenda asociada a su rol como referente de la extrema derecha, que no tiene nada que ver con el interés nacional
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La relación entre España y la Argentina atraviesa uno de los puntos más bajos del último siglo. Intromisión del presidente del gobierno español en las elecciones argentinas, críticas del presidente Milei a su par español, insultos cruzados, lanzados tanto desde Madrid como desde Buenos Aires, crean un clima enrarecido que tensiona el vínculo histórico que une a las dos naciones.
A ambos lados del Atlántico, la actitud de los jefes de Estado es un reflejo del cambio político de nuestra era, signada por el imperio de una política agonal que busca movilizar la agresividad del ciudadano y hace prevalecer objetivos mezquinos y de corto plazo por sobre el interés nacional. El daño que esta política produce es enorme, sobre todo porque afecta nuestra relación con el país europeo que sentimos más próximo.
Construir un lazo con España no fue sencillo. La herida abierta en mayo de 1810, cuando Buenos Aires comenzó a caminar hacia el gobierno propio, tardó en cicatrizar. Mientras Portugal reconoció la independencia de las Provincias del Río de la Plata en 1821, Estados Unidos en 1822 y Gran Bretaña en 1824, el reino de España se tomó otros cuarenta años, hasta 1863, para admitir que la pérdida de su antigua colonia no tenía vuelta atrás.
Todo esto sucedía cuando la Argentina liberal se estaba convirtiendo en un imán para la inmigración europea. Al calor de la gran expansión que la economía exportadora experimentó en las décadas del cambio de siglo, una enorme colectividad peninsular se afincó en el Plata. Vino en busca de mejores horizontes, y conformó la segunda en importancia de esta nación de inmigrantes. Su inserción, eminentemente urbana, dio su tono peculiar a nuestro eje cívico, la avenida que une el Congreso y la Casa Rosada.
La presencia española agregó riqueza y diversidad a nuestro patrimonio cultural, y además acrecentó el capital humano a disposición del país. Nos acercamos. El mejor ejemplo de eso es que, con el fin de dejar atrás viejos agravios, en 1900 el Himno Nacional fue reformado, eliminando las estrofas que ofendían a los que antes habían sido dominadores y enemigos y ahora se reconocían como hermanos mayores y como parte integrante de una cultura común.
El Centenario de la Independencia marcó uno de los puntos más altos del encuentro entre lo que entonces se veía como una nación del pasado y una del futuro. La delegación española estuvo encabezada por la infanta Isabel de Borbón, la figura extranjera de más relieve entre las que asistieron a los festejos con que la elite dirigente liberal quiso exhibir ante el mundo la modernidad de la nueva nación. El gesto español fue recompensado: el barco que traía a la hija del rey fue recibido en el puerto por una multitud que rondaba las 200.000 personas, algo así como un sexto de la población de la Capital.
La armonía se resquebrajó en la década de 1930, cuando España se hundió en una sangrienta y prolongada guerra civil. Los ecos del enfrentamiento entre la España monárquica, católica y conservadora y la España republicana, liberal y de izquierda se hicieron sentir en nuestro suelo. La disputa española fue vivida por muchos argentinos como un conflicto propio, seguido con tanta intensidad como la guerra mundial que comenzó unos años más tarde.
Luego de doblegar la resistencia de la república, el general Franco hizo pagar un alto precio a los vencidos y se propuso convertir a la empobrecida España en el faro mundial de la espada y la cruz. Su luz no tuvo brillo. Aislado internacionalmente tras el derrumbe del fascismo y del nazismo, ese país autoritario y católico recibió con los brazos abiertos a Eva Perón, que lo recorrió en su viaje triunfal de 1947. En años posteriores, ese país intolerante y reaccionario fue la meca a la que muchos peronistas peregrinaban para recibir la bendición y las instrucciones de Perón, el ilustre exiliado de Puerta de Hierro.
El capítulo más luminoso de nuestra relación con España comenzó a escribirse a comienzos de la década de 1980. Fue producto de la sintonía entre una España que, habiendo dejado atrás el duro régimen de Franco, modernizaba su economía, liberalizaba sus costumbres y se integraba en la constelación socialdemócrata europea, y una Argentina que despertaba de la pesadilla de su última dictadura (1976-83) y se convertía, con Raúl Alfonsín, en un referente internacional de los derechos humanos. El común destino democrático volvió a unirnos. Y el despertar creativo de la sociedad española de los años del destape fue una referencia fundamental para construir, de este lado del Atlántico, una cultura abierta y plural. De allí también vinieron aires de libertad.
En la era exportadora, la pujante Argentina había constituido el polo más dinámico en el vínculo entre ambas naciones, tal como lo revela el enorme movimiento inmigratorio, estimado en dos millones de personas, que se encaminó hacia el Plata. Todavía a mediados del siglo XX, cuando Eva Perón visitó Madrid, nuestras ventas subsidiadas de trigo abrían puertas en una España hambrienta y atrasada, cuyos habitantes rurales, decían muchos visitantes, vestían y vivían como campesinos de la Edad Media.
En el último medio siglo, los roles se invirtieron. La Argentina se hundió en un pantano. España, en cambio, progresó. Conoció la prosperidad gracias a su incorporación a Europa y, durante la larga presidencia del socialista Felipe González (1982-1996), se convirtió en el actor más gravitante en la relación económica entre ambas naciones. La pujanza de su capitalismo hizo que, gracias a los vientos promercado que soplaban en la década de 1990, muchas empresas peninsulares desembarcaran en el Plata, convirtiendo a España, después de Estados Unidos, en el segundo país inversor en la Argentina.
Hoy, los españoles son, en promedio, dos veces más ricos que los argentinos. Su sociedad atrae como ninguna a muchos argentinos que, frustrados y cansados de esperar, abandonan nuestro país. Este panorama migratorio habla del éxito español, pero, sobre todo, de nuestros fracasos.
Para dejar atrás este presente de penurias, la Argentina necesita expandir su economía y distribuir de la manera más amplia posible los frutos del crecimiento. Eso no puede lograrse sin estabilidad e inversión, sin un Estado más capaz y sin una inserción internacional activa e inteligente, puesta al servicio de los intereses nacionales. Para todo eso, una buena relación con España es fundamental: es una nación con la que tenemos enormes afinidades culturales, un fuerte inversor en nuestro país y un actor de relieve del orden económico internacional.
Al elevar la intensidad del conflicto con España, el presidente Milei parece interesado en promover otra agenda, asociada a su rol como referente global de la extrema derecha. Ese proyecto no tiene nada que ver con la promoción del interés nacional. Es una agenda egoísta que, al lesionar la relación con nuestro principal aliado europeo, nos daña a nosotros mismos.