La Argentina, una tribu autodestructiva
John Chau, un misionero norteamericano de 27 años, creyó que compartiendo sus oraciones a Jesucristo podría lograr lo que ningún otro extranjero había conseguido en siglos: desembarcar en son de paz en la isla Sentinel del Norte, un enclave remoto ubicado en el océano Índico, donde perdura la que tal vez sea la única tribu neolítica del mundo. Perteneciente a un archipiélago de la India, sus 150 habitantes viven aislados, sustentándose con la caza, la pesca y la recolección, repeliendo sin concesiones a todo viajero que quiera romper con esa tradición.
Los isleños ni siquiera cambiaron de actitud cuando se abatió un tsunami, en 2004. Un helicóptero que sobrevoló entonces ese territorio zafó por poco de los flechazos que le apuntaron desde tierra. El que no se salvó ahora de ser atravesado mortalmente por certeras lanzas fue Chau, quien hizo honor a su apellido y partió hacia el más allá.
El trágico y curioso episodio podría parecer un espejo exagerado de las resistencias reales o imaginarias que levantan aquí la realización del ya inminente G-20 , la reunión de los superpoderosos del mundo en Buenos Aires.
Por un lado, los grupos de protesta preparan sus lanzas verbales -ojalá que solo sean discursos, cánticos, carteles y marchas pacíficas- para expresar su malestar frente al seleccionado de los dirigentes planetarios que el viernes y el sábado se concentrarán en Costa Salguero. Por el otro, voceros oficiales dan predominio casi excluyente en la comunicación a sus preparativos cuasibélicos con cortes de calles , puertos, aeropuertos, subtes, metrobús y barcos. A los porteños se les hace sentir que serán convidados de piedra y se los invita a aprovechar el fin de semana largo para que se marchen de la ciudad como si fuera obvio que todos ellos cuentan con el suficiente poder adquisitivo para hacerlo.
Los G-20 tradicionalmente se han prestado para disturbios bravos -recordar los de Hamburgo, el año pasado-, pero tanto hincapié obsesivo en ese punto, que se potencia en la multiplicación mediática, deja en un segundo plano la enorme proyección geopolítica que tienen esas cumbres. No solo eso: produce innecesaria preocupación y activa los desequilibrios dormidos en algunos seres de oscuras patologías que eligen trascender generando desastres con tal de saltar a los noticieros y a las primeras planas. Una cosa es tomar todos los recaudos que sean necesarios para garantizar el máximo de tranquilidad posible y otra muy distinta convertir en monotema una suerte de susto pueblerino a no estar a la altura de los acontecimientos porque vienen a casa demasiados invitados importantes al mismo tiempo. En algún punto son funcionales unos a otros los que van a protestar de un lado y los que, del otro, abren paraguas excesivos. Mientras tanto, las oportunidades que el G-20 presenta al país no forma parte intensa del debate público.
La más eficiente forma de supervivencia que tiene el ser humano es vivir en sociedad: así otros cubren nuestras deficiencias con sus propias habilidades y nosotros aportamos las nuestras. Sin embargo, lejos de ser idílico, ese esquema conlleva tironeos constantes entre intereses contrapuestos y el predominio de los más poderosos sobre los más débiles, que suelen generar distorsiones y situaciones de injusticia. Y se complica aún más cuando unas sociedades luchan contra otras por pulsiones expansionistas, avidez económica y hasta cortocircuitos raciales, religiosos, culturales o de otro tipo. Las dos guerras mundiales, que dejaron millones de muertos, incluidas sendas bombas atómicas que EE.UU. dejó caer sobre Japón en 1945, convierten casi en un juego de niños la limitada agresividad de los hoscos habitantes de la isla Sentinel.
Así, el reflejo que nos devuelve este episodio no nos resultaría tan ajeno. ¿Nos parecemos? En lo refractarios que somos a lo que viene de afuera -sean inmigrantes o un grupo de gobernantes poderosos- tal vez. Pero en algún punto somos bastante peores: hasta podemos ser feroces entre nosotros mismos -la política local acumula demasiados enfrentamientos trágicos-, aunque también nos alcanza con ser simples adversarios deportivos para arruinar una fiesta como la que debió ser ayer la del superclásico , que coronaría al nuevo campeón de la Copa Libertadores . Los graves incidentes en los alrededores del Monumental evidencian el desprecio por el prójimo del que somos capaces con los que no comulgan con nuestros colores. Para colmo, los operativos de seguridad diseñados tienen agujeros inconcebibles. En las redes sociales se burlan de eso y se multiplican los memes con los líderes mundiales proponiendo hacer el G-20 directamente por Skype y chistes sobre Mauricio Macri y Patricia Bullrich que en un principio habían soñado con el regreso de los visitantes a las canchas.
No es todo: los disturbios frente al Congreso o, en estos días, ante la legislatura porteña; los frustrados atentados anarquistas , la batalla campal entre la policía y los hinchas enfurecidos de All Boys tras la derrota frente a Atlanta o, antes, los incidentes que terminaron en las muertes de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel , en el sur; y la bala que mató al militante Rodolfo Orellana, de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), entre otros hechos de puro salvajismo, confirma que somos peligrosamente autodestructivos.
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