La Argentina que a los europeos les cuesta entender
A los ciudadanos del mundo les resulta difícil comprendernos, y no porque sus sociedades sean perfectas; ser exóticos no nos dio resultado: ¿y si probamos con el sentido común?
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Por buenas o malas razones, la Argentina vuelve a estar en el radar del mundo. Tal vez por la extravagancia de Milei, o por la curiosidad que genera el experimento “libertario”, lo cierto es que cualquiera que viaje por Europa percibirá cierto interés por lo que ha ocurrido y lo que ocurre en nuestro país. En esas conversaciones surgen algunas particularidades argentinas que al europeo medio le cuesta entender.
• Para un ciudadano italiano, español o francés, por ejemplo, que la Argentina recién haya estrenado un protocolo antipiquetes es poco menos que inconcebible. ¿Pero antes cómo era? ¿Cualquier grupo podía cortar una autopista o una ruta y la policía no hacía nada? Muchos países europeos tienen, por supuesto, una fuerte tradición de movilizaciones y protestas callejeras. Pero siempre hay que pedir autorizaciones, y cuando desbordan el marco normativo, como ocurrió en Francia con los chalecos amarillos, la policía actúa de manera enérgica, con un despliegue de fuerza muy ostensible. Para las democracias occidentales, el orden público no es “de derecha”. Puede cambiar la orientación ideológica de los gobiernos, incluso de una manera drástica, sin que eso implique ninguna modificación en las normas de actuación policial. Las fuerzas de seguridad inspiran respeto. La norma, desde la más pequeña, marca un límite y está para ser cumplida.
• La ocupación del espacio público, que en la Argentina está naturalizada y se impone con prepotencia, es una anomalía en cualquier ciudad europea. Existe la venta clandestina en las calles, pero es focalizada y está todo el tiempo expuesta a la intervención policial y el decomiso de mercadería. Fenómenos como el de La Salada, o postales como las que se ven en la capital de la provincia de Buenos Aires, donde la plaza ubicada entre la Gobernación y la Legislatura ha sido colonizada por una enorme feria de venta ilegal, resultan directamente impensables en una ciudad de Europa. La policía controla hasta detalles que acá provocarían asombro: en Roma, por ejemplo, agentes uniformados se ocupan, con un silbato, de que la gente no se siente en los bordes de la fuente ubicada en la Plaza España o de que no coma ni beba en las escalinatas de ese lugar emblemático de la ciudad. Son postales de otra cultura, donde el cuidado del patrimonio común es un valor fundamental.
• La inseguridad, por supuesto, no es un problema únicamente argentino, pero en Europa no entienden qué es un “motochorro”. De hecho, es un término que no tiene traducción a otros idiomas y que tampoco se comprende en España. Alertan sobre el riesgo de los carteristas, sobre todo en espacios de grandes aglomeraciones, como el metro o las estaciones ferroviarias, pero en las ciudades se vive sin miedo. Los chicos y los adultos mayores recorren parques y caminan de noche sin la mínima preocupación. Las “entraderas” son otra figura completamente ajena para el habitante de cualquier ciudad europea. La corrupción policial existe, pero en una proporción marginal, no estructural. Italia, por ejemplo, tiene seis fuerzas policiales distintas, una de raíz militar, otra de alcance nacional, otras locales o regionales: todas gozan de prestigio y profesionalismo. Todas garantizan un estándar de alta formación. Y el uniforme policial, en varios países de Europa, goza de un reconocimiento equivalente al de rango militar. En el desfile de Roma del 2 de junio (por el aniversario del referéndum del 46 que abolió la monarquía), además de los soldados desfilan los bomberos, los enfermeros y también los policías, que –para el asombro argentino– cosechan el aplauso espontáneo de los ciudadanos de a pie.
• La exigencia y la calidad formativa son valores inherentes a la cultura europea. Cuesta explicar en cualquiera de esos países que en la Argentina, por ejemplo, no existe el examen de ingreso a la universidad. Los ciudadanos informados, que han visto referencias en la prensa a la inmensa movilización universitaria contra Milei, preguntan por ese conflicto y no logran entender que la Argentina tenga un sistema de ingreso irrestricto, sin condiciones para la elección de carreras y de gratuidad absoluta. En Italia, Francia o España, con sistemas universitarios públicos de altísima calidad, ese modelo resulta extraño: el ingreso a la universidad es muy exigente. Para acceder a las carreras más demandadas se requieren altas calificaciones del secundario y, en general, existen mecanismos por los cuales los estudiantes hacen una contribución al financiamiento universitario, con sistemas de becas muy amplios, pero también muy estrictos en sus condiciones de acceso. La calidad y la exigencia tampoco son cuestiones ideológicas. Están por encima de izquierdas o derechas.
• Explicarle a un francés o a un italiano que en la Argentina llegó a prohibirse, de hecho, la repitencia escolar, y que la escuela media ha bajado la exigencia al extremo de obtener penosos resultados en las pruebas PISA, es una tarea al menos ardua. ¿Por qué pasó eso si la Argentina se enorgullecía de una escuela pública de excelencia? Italia, por ejemplo, tiene un sistema que se conoce como la prueba de “la maturitá” (de “la madurez”): es un ciclo de exámenes integradores, con evaluadores externos, al que deben someterse los estudiantes que terminan el secundario para poder obtener el título y acceder a la universidad. Las familias lo viven con mucha ansiedad, porque son exámenes muy rigurosos, en los que se mide todo lo que aprendieron en el secundario. Se creó en la época de Mussolini, pero a ningún gobierno se le ocurrió abolirlo, porque es una garantía de calidad. Francia tiene un sistema similar.
• Si les cuesta entender el deterioro educativo de la Argentina, la economía les resulta directamente un misterio. ¿Cómo viven con una inflación anual de tres dígitos? ¿Los precios cambian todas las semanas? Les cuesta hasta imaginarlo. Hay detalles que les resultan incomprensibles: en la Argentina prácticamente han desaparecido las monedas. Pagar en efectivo una comida, por ejemplo, implica poner sobre la mesa una pila gigante de billetes. Con una moneda de 1 peso no se compra absolutamente nada, mientras que una moneda de 1 euro tiene su peso en el bolsillo: permite desde un viaje en transporte público hasta la compra de una bebida o una baguette. Los precios de la Argentina resultan indescifrables para un europeo medio. ¿Cómo que el aceite de oliva cuesta más en la Argentina que en Italia? ¿Por qué los autos son hasta tres veces más caros? ¿Y cómo puede ser que en una misma tienda internacional un jean o una camisa cuesten en Buenos Aires hasta cuatro veces más que en Milán? La carga impositiva de la Argentina es otra excentricidad.
• Si esas distorsiones llaman la atención a cualquier ciudadano europeo, también resulta extraña la cultura del subsidio que institucionalizó el kirchnerismo en la Argentina. ¿Es cierto que la factura de luz llegó a costar menos que una pizza? ¿Y que el boleto de tren o colectivo era prácticamente regalado en la ciudad de Buenos Aires? ¿Cómo puede ser que el Estado no cobre nada para ir a ver una ópera o un ballet a un teatro oficial como el Argentino de La Plata? ¿Y por qué museos como el Nacional de Bellas Artes ni siquiera tienen la opción para que el visitante haga una contribución? En Europa, es normal que hasta las iglesias y los baños públicos exijan un aporte monetario. El concepto es que las cosas valen, que “lo gratuito” no existe y que lo que no se paga por un lado se paga más caro por el otro. Los museos, por ejemplo, tienen un día por mes o por semana con acceso libre, además de descuentos y abonos accesibles para distintos segmentos. Pero a nadie se le ocurre que para que la cultura sea “inclusiva” nadie debe pagar nada. Rige la ideología del sentido común, que está por encima de las ideologías políticas.
• A cualquier ciudadano europeo que llegue hoy a Buenos Aires y encienda el televisor le costaría entender, por ejemplo, quién es Grabois o qué papel juega en la escena pública un señor llamado Belliboni. ¿Cómo que “administran” planes sociales desde organizaciones paraestatales? Aun para el Estado de bienestar europeo, la asistencia por desempleo está fuertemente regulada, con plazos y requisitos que se controlan de manera muy estricta. ¿Es cierto que hay lugares de la Argentina donde no se consigue mano de obra porque la gente se acostumbró a vivir del subsidio del Estado? La respuesta asombra hasta a la izquierda francesa, que ha hecho de la protección del Estado una bandera histórica.
Un resumen semanal de noticias con humor que hace el talentoso periodista Joaquín Garau en las redes de La Nación se titula “Argentina, no lo entenderías”. Es eso, exactamente, lo que les pasa a los ciudadanos del mundo cuando intentan mirarnos de cerca: les cuesta comprender muchas cosas, y no precisamente porque sus sociedades sean perfectas o estén exentas de angustias e incertidumbres. A nosotros, ser exóticos no nos ha dado buenos resultados. ¿Y si probamos con la ideología del sentido común?