La Argentina, frente al desafío de un nuevo orden mundial
El mundo asiste a cambios drásticos y nuevas megatendencias que marcan el comienzo de una nueva etapa en las relaciones internacionales. Asistimos al fin de la globalización tal como se la concibió en la década del noventa, para dar paso a un mundo bipolar, donde emergen nuevos regionalismos bajo diferentes parámetros. Surgen así los temas de la agenda global: la seguridad energética, los desastres climáticos, la transición hacia economías “verdes”, los ciberataques, las nuevas guerras comerciales y tecnológicas, sumado a los inéditos enfrentamientos bélicos, por sólo mencionar a los principales. Este nuevo estadio nos plantea desafíos múltiples a nuestra América Latina y en particular a la Argentina.
Frente a estos acontecimientos, aferrarse a una política internacional tradicional sólo puede llevarnos a repetir fracasos del pasado. Resulta necesario pues, repensar la estrategia de inserción de nuestro país y la región en los nuevos flujos de inversión y en las recientes cadenas mundiales de suministro, en particular, como proveedor de energía global. La invasión de Rusia a Ucrania cambió el equilibrio entre las potencias mundiales. La volatilidad ha comenzado a dominar la política, la economía y la seguridad, mientras se transita la reconfiguración del régimen planetario. Aún más, el sistema energético global mostró ser incapaz de sostener el abastecimiento necesario durante la transición hacia un mundo de emisiones cero de dióxido de carbono. En este marco, la Argentina tiene una oportunidad única, de dar forma a un proceso de integración productiva con el mundo, que permita proyectar un nuevo desarrollo exportador con productos innovadores que pongan en valor el trabajo y la creatividad de los argentinos.
Nuestro país debe plantearse un esquema basado en un enfoque integral, conjugando nuestros valores e intereses. Esta agenda debe desarrollar nuevos proyectos de infraestructura, inversión, financiamiento, comercio y producción para que nuestra política exterior tenga un objetivo superador: generar empleos de calidad.
En este contexto, resulta imperioso reevaluar la integración en América del Sur, sobre la base de la relación que, por volumen, representan la Argentina y Brasil. Ambos países se necesitan mutuamente para enfrentar estos desafíos globales con una agenda de futuro basada en cinco vectores que se retroalimentan entre sí: la convergencia macroeconómica, la eliminación de las barreras comerciales, la política científico-tecnológica, las obras públicas necesarias para la consolidación de un “anillo” energético Mercosur y la inserción económica en terceros países.
Más allá de nuestra relación estratégica con nuestro principal vecino, resulta imprescindible examinar la exposición a países que han demostrado vulnerabilidad en el sistema de provisión de insumos, con faltantes, cortes en las líneas de producción, cuellos de botella más persistentes de lo esperado e incrementos en costos de logística y de precios de commodities energéticos y agrícolas. Cerca de treinta países restringieron el comercio de productos alimenticios o energéticos desde la guerra en Ucrania.
Así, el intercambio comercial tenderá a fortalecerse entre socios confiables y con los que se compartan valores en común. Como respuesta para fortalecer nuestro sector privado y hacerlo más resiliente frente a futuros shocks, surge esta nueva era del regionalismo, con particular énfasis en la proximidad de los países, como así también el grado de afinidad. Si bien esta nueva megatendencia puede incrementar los costos operativos respecto de otras localizaciones, estos se compensan al brindarle una mayor previsibilidad a la producción doméstica. A modo de ejemplo, en Asia Pacífico, ya se advierte un comportamiento regional distinto, que privilegia al comercio intra regional, que representa el 74% del intercambio entre los países. Más aún, la firma de la Asociación Económica Integral Regional resulta una fuerte señal a favor de una mayor integración. Para nuestra región esto implica que será clave el requerimiento de contenido regional en los acuerdos comerciales futuros para promover y estimular los bloques económicos que compitan en el mundo.
Para nuestro país, este contexto requiere la inserción de una más amplia canasta de productos y servicios como la tecnología, los alimentos, la energía, la minería y los servicios del conocimiento, así como también turismo y entretenimiento. En efecto, la Argentina necesita explotar sus capacidades positivas: menores costos de transporte e inventario, menor diferencia horaria, menores barreras culturales y de idioma, resguardo de la propiedad intelectual y materias primas agrícolas y energéticas, junto a la necesidad de inversión en infraestructura de comercio, conectividad, transporte y logística.
Nuestro país, en ausencia de tensiones geopolíticas, y por contar con amplias complementariedades productivas con otros países emergentes, debe aprovechar este nuevo tablero de oportunidades. Brasil y la Argentina deben ser referencias obligadas en el escenario internacional, si sabemos jugar este nuevo partido. La mirada debe ser amplia y en búsqueda de socios en países tales como Vietnam, Malasia, Indonesia, India y Sudáfrica, por sólo mencionar algunos países del sur donde debemos focalizar nuestros esfuerzos.
En definitiva, hay espacio para elegir nuestros socios políticos y económicos en función de un proyecto nacional que convoque a todos los argentinos. En particular, hay una oportunidad única en la provisión de energía a la Unión Europea, tanto en petróleo como en gas no convencional. Para lograrlo se requiere una ley nacional de desarrollo energético que genere las garantías necesarias para atraer fondos del “Viejo Mundo” que permitan la construcción del gasoducto Tratayen-Bahía Blanca y la planta de licuefacción correspondiente, para generar exportaciones de al menos diez mil millones de dólares anuales. Esta es la mejor forma como nuestro relacionamiento externo puede contribuir al bienestar de los argentinos.
Con una política exterior moderna, ágil, pragmática y bien calibrada se pueden aprovechar oportunidades de proyección hacia el mundo, a través de una integración productiva que mejore la calidad de vida de los argentinos mediante la exportación de productos con empleo de calidad. Para ello, deben plantearse políticas públicas respaldadas por leyes que le brinden la previsibilidad y la permanencia necesaria, y de esta forma “no dejar pasar el tren” de la historia que una vez más se detiene en un andén llamado Argentina.