La Argentina en los circuitos internacionales del narcotráfico
Es difícil formular un diagnóstico preciso de la situación real del país, pero lo cierto es que nuestra antigua situación marginal en el mercado global ha quedado muy atrás
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La inserción del país en los circuitos del narcotráfico internacional es reciente y paradojal. Primero, porque no lleva más de cuarenta años en no fortuita coincidencia con el fin de nuestra excepcionalidad regional como nación socialmente integrada. Luego, porque durante los últimos veinte devinimos uno de los consumidores per cápita más importantes a escala planetaria. Una situación que abre interrogantes acechantes, porque el ideal político del narco es el “Estado fallido”, con las consecuencias concomitantes para la integridad nacional.
El narcotráfico constituye un delito organizado a escala global cuyo combate requiere de una comprensión exhaustiva, pues posee diversas caras: económicas, políticas, sociales, culturales y geopolíticas. El término “cartel” para definir su unidad operativa resulta, hoy por hoy, un anacronismo. Se trata más bien de corporaciones multinacionales con su cadena de valor y sus eslabones. Satisface patológicamente la ansiedad que caracteriza al mundo moderno, y arraiga en las zonas dejadas al descubierto por el capitalismo clásico y el Estado. Constituye diferentes subculturas y describe mercados de consumo y producción vertebrados por una densa red de rutas.
La Argentina se inscribe en el circuito de América Latina que cobró una relevancia como gran productor de cocaína desde el ingreso en el consumo de masas. Durante los 60 y los 70, los grandes productores eran Bolivia y Perú, pero en los 80, tres grandes carteles colombianos coparon la demanda de Estados Unidos y Europa desplazando a los países pioneros. Su auge duró hasta mediados de los 90, cuando esas estructuras fueron pulverizadas por la acción conjunta del gobierno colombiano y fuerzas de especiales de apoyo norteamericanas como la DEA. Simultáneamente, se cortocircuitaron los accesos hacia Europa desde el Caribe. Los sucesores de los grandes capos colombianos desplazaron entonces tanto la producción como la logística exportadora hacia el sur: de nuevo a Perú y Bolivia, y a la Argentina como ruta alternativa de distribución con destino al Viejo Mundo con una estación intermedia en África.
Los colombianos –y luego también los mexicanos– hallaron en el país condiciones óptimas para diseñar su nuevo rol en la división internacional del negocio. Afortunadamente, no poseemos condiciones ecológicas para producir materias primas en gran escala. Como contrapartida, ofrecemos ventajas como la proximidad limítrofe con los grandes productores; fronteras “porosas” fáciles de sortear por vía aérea o terrestre; una red vial que la cocaína recorre con facilidad hacia los puertos medianos de Santa Fe y el norte de Buenos Aires, y la inexistencia de organizaciones afines previas exigentes de costosos peajes como las los tres grandes carteles brasileños. Contamos desde los años 60 con una industria de precursores químicos estratégicos para la producción del clorhidrato y una aduana permeable a la importación de insumos como la efedrina para la elaboración de metanfetaminas, negocio copado por las organizaciones mexicanas. Y dos ventajas adicionales: un país rico en recursos profesionales y una macroeconomía desquiciada que habilita las operaciones de lavado. Por último, un lugar seguro para el resguardo de los capos, sus familias y sus consignatarios encargados de monitorear el negocio internacional.
Las rutas del narco en la Argentina configuran dos grandes ramas: la de la cocaína, procedente del noroeste, y las de la marihuana, desde el nordeste. Por la primera ingresan traficantes desde Salta y Jujuy para acopiar la producción en Orán y Santiago del Estero. Allí, la pasta básica, que mayormente luego se destila para el abastecimiento interno, confluye con el clorhidrato depurado en Santa Cruz de la Sierra introducida por vía aérea y arrojada en pistas clandestinas. Esta última se dirige hacia los puertos santafesinos para su embarque a Europa.
La de la marihuana procede del corazón del Paraguay y desciende por vía acuática hasta la Triple Frontera. Desde allí, se transporta por tierra atravesando Formosa, Chaco, Santa Fe y Buenos Aires, o bien circula por la Hidrovía con el mismo destino, desembarcándose en algunos puntos hacia el mercado interno. En ambos circuitos se han insinuado rastros del temible Primer Comando Capital de San Pablo desde sus sucursales de Paraguay y Bolivia. Temeraria por su violencia superlativa de secuestros seguidos de mutilaciones recordatorias: algo así como la firma de la “hermandad” cuyos capos manejan desde las cárceles brasileñas y paraguayas.
Las organizaciones criminales colombianas y mexicanas tercerizan la logística en empresarios locales, pero supervisan el tráfico en puntos cruciales como Orán, Santiago del Estero y los puertos de embarque. Poco influyen en el mercado interno, salvo el pago en especie a ciertos elementos corruptos de las fuerzas policiales santafesinas por la cobertura de su ingreso en los puertos. Estos la revenden a grandes mayoristas que la distribuyen a minoristas asociados a las barras bravas de los clubes rosarinos. Hemos ahí la explicación de la complicada situación por la que atraviesa esa ciudad desde hace una década.
En los grandes conurbanos, mayoristas y minoristas suelen parasitar las colonias de inmigrantes bolivianos, peruanos y paraguayos configurando minicarteles como los de las villas 1.11.14, Zavaleta, 20 y 31 en el sur de la CABA, o algunas zonas del GBA como los enclaves de San Martín, Lomas de Zamora, La Matanza, Florencio Varela o La Plata. A nivel capilar, la unidad de provisión son los territorios barriales que exhiben complejas estructuras de distribuidores y comercializadores. Las clases altas y medias altas se proveen más bien de drogas sintéticas, analógicas o de diseño elaboradas en “cocinas” instaladas en barrios cerrados o departamentos en sus zonas residenciales, luego distribuidas en grandes fiestas legales o clandestinas.
Es difícil formular un diagnóstico preciso de la situación real del país fuera de algunos datos ofrecidos por estudios satelitales, información sobre el ingreso de precursores como la efedrina o la provista por instituciones sanitarias. Pero lo cierto es que nuestra antigua situación marginal en el mercado global ha quedado muy atrás. A esta altura, ya es inocultable el grado de penetración parasitaria en algunas jurisdicciones colocándolas en una zona gris entre la etapa predatoria y la parasitaria, o entre esta última y la simbiótica, puerta de entrada al Estado fallido.
De ahí, la atención que debería suscitar en la actual coyuntura nacional e internacional. Porque el narco evalúa todas estas condiciones y procura transformarlas en valor. Resulta inútil procurar “derrotarlo” según la fórmula de “lucha” lanzada desde los 70, pues no se trata de un enemigo convencional. Más productivo sería atacarlo en sus zonas frágiles, que en nuestro caso son las fronteras, la logística y las estructuras de lavado. Aunque no habrá arma más efectiva que la final consecución de un patrón de crecimiento que reduzca la informalidad, la desigualdad y la pobreza, caldo de cultivo en donde el narco germina.
Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos