La Argentina en la crisis global
La evolución de la crisis global, que muestra movimientos zigzagueantes en el plano financiero, parece ya no dejar dudas respecto del rumbo de estancamiento o recesión en las economías centrales (Europa, Estados Unidos y Japón). Eso pone de relieve el contagio por el canal real hacia los países emergentes bajo la forma de menor demanda mundial por nuestros productos.
Con evidente falta de coordinación institucional y de liderazgo político en el Primer Mundo, crece también el temor por los efectos del proteccionismo y la guerra de monedas. Muchos países, asustados por la ausencia de mecanismos cooperativos, buscan incentivar la demanda efectiva en sus mercados y proteger el mercado laboral dejando depreciar sus monedas. El resultado es un mayor incentivo para seguir alimentando esta carrera entre las monedas y un aumento de la descoordinación en la economía internacional.
La repercusión de esta coyuntura sobre nuestro país realza el debate respecto de la evolución de nuestra competitividad y del ritmo del comercio exterior (especialmente el rumbo de las exportaciones de manufacturas de origen industrial). Si bien resultaría imprudente afirmar que la Argentina permanecerá ajena a los impactos negativos de estas turbulencias globales y regionales, es oportuno poner en valor "algunas certezas" que tenemos gracias a la construcción colectiva que impulsa el Gobierno junto con los sectores productivos y del trabajo. Afortunadamente, hoy está en el centro del debate ideológico la necesidad de la reindustrialización y el cambio estructural en el aparato productivo, algo que -vale recordar- se resignó en décadas pasadas en manos de sectores y gobiernos que promovían privatizaciones, achicamiento del Estado y apertura irrestricta al capital financiero internacional.
El desendeudamiento público y privado, junto con la política monetaria y cambiaria de prudencia y acumulación de reservas internacionales, nos ha permitido aislarnos del canal de contagio financiero (que actualmente vapulea a las economías desarrolladas sobreendeudadas). Mientras que el liderazgo político desde 2003 ha alentado un proyecto productivo, con inversión y consumo, que vigoriza el mercado interno sobre la base de más trabajo y mayor salario en nuestra sociedad.
Por eso, nuestra producción industrial sigue creciendo a muy buen ritmo (por encima del 8% anual), mientras que en nuestra canasta de exportaciones ganan peso las ventas de MOI (manufacturas de origen industrial), cediendo participación los productos primarios (tendencia opuesta a la reprimarización de exportaciones que se da en toda la región). También el empleo industrial mantiene un crecimiento del 3% en la comparación interanual.
Existen otras "certezas" que tienen que ver con las respuestas de la política frente a la crisis de 2009. Con este aprendizaje, hoy las empresas y trabajadores saben que ante una agudización de las turbulencias actuales (que aún son mucho menos nocivas que dos años atrás) las respuestas serán a favor de instrumentos contracíclicos que fortalezcan y preserven la demanda local y la capacidad de consumo de los sectores más vulnerables. Justamente, la previsibilidad del apoyo a la demanda efectiva es lo que mantiene dinámica la inversión y el consumo, y por ende, un mercado de trabajo robusto con cifras muy bajas de desempleo (situadas en mínimos históricos). Lo mismo puede decirse de la vocación actual por preservar los puestos de trabajo de calidad que brinda la industria, poniendo a su favor instrumentos de política comercial en sectores sensibles (como cupos y licencias no automáticas) y de política financiera (créditos subsidiados).
Por primera vez en muchas décadas logramos mantener casi nueve años de crecimiento económico sin caer en episodios de estrangulamiento externo por la aparición de déficit comercial y de cuenta corriente. Esto es, logramos crecer sin depender del volátil financiamiento externo. Y fue posible gracias a un tipo de cambio competitivo, muy buenos términos de intercambio, fuerte demanda de nuestros productos y fundamentalmente el apuntalamiento del mercado interno con estímulos a la demanda.
Tenemos el desafío de responder en un mundo turbulento y cambiante planteándonos nuevos objetivos en el camino de la industrialización y el desarrollo. Descansar sólo en un tipo de cambio competitivo no resulta suficiente para lograr avances estructurales en el proceso de sustitución de importaciones. Se requiere avanzar en una agenda de competitividad sistémica trabajando al interior de cada cadena de valor para superar restricciones, aumentar la productividad e integrar eslabones para que el aumento de la demanda se pueda atender con mayor producción y mano de obra local, reemplazando el componente de bienes importados. Esto es especialmente necesario en bienes intermedios, de capital, piezas y partes (con elevado contenido tecnológico). Con ello además se ahorrarán divisas y se fortalecerán la demanda doméstica y el empleo calificado.
El lanzamiento reciente del Plan Estratégico Industrial 2020, con objetivos y políticas concretas en once cadenas predominantes en la estructura industrial, resulta una respuesta estratégica para promover más inversión, más puestos de trabajo y sustituir 45% de las compras al exterior en los próximos años.
Al ser el 50% del tejido industrial del país, al generar un 48% del sector autopartistas, un 60% del metalmecánico y con un protagonismo excluyente en el sector de agroalimentos, la provincia de Buenos Aires tiene la obligación de acompañar con instrumentos y políticas complementarias (de orden provincial y municipal) este impulso estratégico y el compromiso de la Nación con el desarrollo.
El enfoque del gobernador Scioli para contribuir con una estructura productiva más homogénea, que favorezca el equilibrio territorial y la cohesión social, se basa en la regionalización de la provincia de Buenos Aires. Con infraestructura, educación de calidad e instrumentos para el desarrollo productivo, pretendemos complementar las ventajas naturales de nuestro sector agrícola con innovación tecnológica y valor agregado. Industrializar el campo no es otra cosa que sembrar de oportunidades y mayor igualdad el interior del territorio provincial. En tanto, el desafío para las regiones más industriales del Gran Buenos Aires radica en favorecer la productividad y sustitución de importaciones en muchos sectores pymes que son fuertes demandantes de empleo.
Promover la industrialización de manera armónica con el crecimiento de sectores de servicios, la banca, el turismo y la construcción es un objetivo fundamental de nuestras políticas. Con esta visión y un Estado social activo cerca de las necesidades de la población, aspiramos a lograr una distribución equilibrada, de la mano de mayores oportunidades para todos ciudadanos de la provincia.
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El autor es vicepresidente del Banco Provincia