La Argentina, en estado de ficción
En el ámbito empresarial están convencidos de que el drama del país no reside tanto en la naturaleza de los problemas como en la personalidad de quienes deben resolverlos
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El entusiasmo que la leve desaceleración de la inflación de mayo insufló dentro del Palacio de Hacienda, donde se llegó a hablar de “cambio de tendencia”, expone antes que nada las urgencias de Massa en medio del cierre de listas. Y lo que pueden valer hoy seis décimas menos de IPC para la Secretaría de Comercio, que administra los tiempos del plan Precios Justos con sugestiva obsesión y les pidió, por ejemplo, a empresas de alimentos que no aplicaran aumentos durante la primera quincena de junio, sino a partir del 16. En el Indec dicen que eso tiene un doble efecto: baja el promedio del mes y deja un arrastre más alto para julio. Es decir, neutro. Pero 30 días son 100 años en un país que, ya sin reservas, gasta casi 100 millones de dólares diarios para contener el tipo de cambio.
La Argentina tuvo la peor inflación de mayo en 30 años. Como escribió el economista Juan Ignacio Paolicchi, para encontrar una más alta hay que remontarse al mismo mes de 1990, cuando se registró 13,6%. Pero Massa mantiene aún la expectativa de ser candidato y habría quedado definitivamente fuera de carrera si, como esperaban algunos analistas, se llegaba ahora a dos dígitos. Su test continuará esta semana ante el Fondo Monetario Internacional, del que espera recibir al menos un adelanto de fondos para evitar nuevas corridas.
El ministro debe convencer primero a Cristina Kirchner, pero también a una parte del oficialismo que no termina de digerirlo como propio y espera que la designación exprese más la identidad del espacio. Algunos se ilusionaron a mitad de esta semana cuando oyeron a Máximo Kirchner insistir en un reparto que lo incluye: él podría ir como candidato a gobernador bonaerense si Kicillof aceptara postularse para presidente; Massa, a senador, y Eduardo de Pedro, a primer diputado nacional. Por ahora son dibujos en el aire. Nadie sabe si el diputado interpreta cabalmente a su madre o repite un libreto propio, pero de eso se habla desde entonces en el Instituto Patria.
En realidad, es casi toda la dirigencia la que está pendiente del tema. Los empresarios, por ejemplo, convencidos de que el drama argentino no reside tanto en la naturaleza de los problemas como en la personalidad de quienes deben resolverlos. El miércoles, en el Palacio Duhau, durante el encuentro de la Asociación Empresaria Argentina con Patricia Bullrich, Paolo Rocca y Cristiano Rattazzi le plantearon a la candidata preocupación por la posibilidad de que los tironeos por Schiaretti partieran definitivamente a Juntos por el Cambio. Bullrich, que estaba acompañada por Luciano Laspina, le restó relevancia futura al conflicto, pero explicó sus razones: dijo que la propuesta de Rodríguez Larreta la había sorprendido y alterado la dosis necesaria de respeto que requiere toda interna. “Córdoba no es cualquier distrito para nosotros”, dijo, y recordó que haber sacado ahí 60% de los votos le había permitido a Macri ganar en 2015, y cuatro años más tarde, en 2019, remontar después del desastre en las primarias. Jorge Aufiero, de Medicus, quiso entonces saber qué actitud iba a tener con el jefe de gobierno porteño si lo derrotaba. “Al día siguiente lo invito a desayunar y le pido a Luciano que se ponga en contacto con su equipo”, dijo ella. Venía de discutir con Rodríguez Larreta hasta la una de la madrugada del martes sobre las reglas de competencia. El tenor de esas conversaciones telefónicas muestra que se desconfían mutuamente más que antes y que probablemente hagan falta varios desayunos.
En el oficialismo pasa algo parecido, y acaso más virulento: hace rato que en el Gobierno se borró, pese al nombre electoral nuevo, la noción de que pertenecen a un mismo espacio. Anteayer, cuando hablaba en Río Gallegos, Cristina Kirchner se refirió a la Casa Rosada como “los que están en el gobierno”. No fue su único rapto de bilocación. Minutos después señaló a la oposición como “politiqueros caros que le han costado mucho al país” y agregó: “Son en dólares, además… ¡quién los tuviera!” Ese suspiro de ahorrista pesificada va en sintonía con el lugar en que se autopercibe frente la administración de Alberto Fernández: casi sin cargo en el organigrama y, cuando piensa la elección, el rol de adversaria.
En el kirchnerismo ubican ahora ese quiebre en perspectiva: empezó hace más de un año, mientras discutían con Martín Guzmán por el pago al Fondo y Máximo abandonó la jefatura del bloque de diputados. Que Guzmán esté ahora cerca de Scioli no hace más que confirmar las posturas. Desde entonces, todo lo que se hizo para disimular las diferencias fue un esfuerzo de sobreactuación. Por ejemplo, aquella “mesa electoral” conformada por 33 dirigentes en la sede de Matheu. Teresa García, presidenta del bloque oficialista en el Senado bonaerense, suele recordarla como algo infecundo que solo la remite al rescate de los mineros chilenos en 2010: “Estamos bien los 33″, ironiza.
Es probable entonces que esta semana recrudezca la presión del Instituto Patria sobre Scioli. Ya procuran, por ejemplo, que los intendentes no acepten ir con ambas boletas ni, mucho menos, armen con el embajador en Brasil listas de concejales en conjunto. ¿Cumplirán lo que prometan? Difícil. “Ellos lo hicieron toda la vida, mirá si no lo van a hacer ahora”, se resignó alguien que cada tanto se reúne con varios ellos en la mesa de Ensenada.
Como casi nadie en el peronismo espera un triunfo en octubre, los rencores se anticipan duraderos. Hasta el Presidente, principal impulsor de la candidatura de Scioli, parece a gusto con el conflicto. “Lo está disfrutando: es su revancha”, dicen a su lado. La oportunidad lo ubica además junto al socio ideal: imperturbable, y aunque lo niegue en público, Scioli tampoco olvidó jamás el destrato que sintió durante la campaña presidencial de 2015. “Ni lo nombraban, decían: ‘El candidato es el proyecto’”, recuerda alguien que habla seguido con el exgobernador. Más de una vez, durante estos años, cuando se sentía atacado por Cristina Kirchner, Alberto Fernández encontró en Scioli un confidente.
La existencia de dos listas termina de confirmar algo que había empezado a insinuarse después de las legislativas de 2021: la expresidenta ha perdido parte de su autoridad como electora. El politólogo Ignacio Labaqui lo explica en la caída de adhesiones en distritos relevantes del conurbano. Por ejemplo, en La Matanza, donde el peronismo, que había llegado al 71,50% en agosto de 2019 si se incluye a Randazzo, obtuvo dos años después 49,88%, apenas corregidos a 52,30% en las generales de 2021.
La catástrofe deriva de un fracaso económico del que tampoco puede desentenderse la oposición. Por eso los sondeos consignan objeciones a casi toda la dirigencia. “No es la política, son los políticos”, suele corregir en privado Cristina Kirchner, otra vez autoexcluida. Pero es probable que esos mismos vientos hayan llevado a Guillermo Moreno, candidato a presidente, a elegir como postulante en la Capital Federal a Eduardo Graham, párroco de la iglesia de San Telmo. “Ante candidatos amorales, puse un cura –se entusiasmó esta semana–. ¿Te los imaginás con él en un debate: no tienen ni para empezar”.
La encerrona involucra a todos más que nada por lo que tienen por delante: es imposible que la Argentina erradique la inflación sin dejar de emitir, algo solo alcanzable con medidas impopulares. En el cóctel del Día del periodista, Javier Bolzico, presidente de la asociación de bancos, insistió en la urgencia de bajar el gasto. Es, curiosamente, lo que pregonan varios candidatos. Patricia Bullrich y Rodríguez Larreta, por lo pronto, que además coinciden hasta en la magnitud de la baja requerida: unos 5 puntos del PBI, casi repartidos en los mismos segmentos: subsidios a la energía, jubilaciones, empresas públicas y transferencias a la provincias. La cuestión es quién podrá hacerlo en un país habituado a demandar bastante más de lo que produce. Si no se logra, habrá que seguir en la ficción. Creer, por ejemplo, que demorar 15 días el aumento en el arroz equivale a no aplicarlo y buscarle un buen nombre al programa. “Precios lentos” y que sea lo que Dios quiera.