La Argentina, desde la otra ribera
Desde su inicio republicano y a lo largo de sus dos siglos, la Argentina ha vivido una constante tensión entre liberales y nacionalistas, librecambistas y proteccionistas, en una historia cíclicamente refundacional, en que no han faltado las invocaciones a la decadencia argentina en el espejo de una extrañada grandeza. De esos avatares originales fuimos parte los hoy uruguayos que –como orientales entonces– imaginamos un destino común que no fue posible, consagrándose definitivamente en 1828 la bifurcación de los caminos.
Pese a todos los pesares, la geografía manda y la cultura avecinda, de modo que la vida rioplatense se entrelaza constantemente, más allá de trayectorias políticas particularmente disímiles. Argentinos y uruguayos vamos y venimos todo el tiempo cruzando nuestros ríos, en un clima de convivencia que ha sido mucho mayor que la sintonía de nuestros gobiernos. Sin ir más lejos, en estos tiempos ha habido dos concepciones muy opuestas en cuanto al Mercosur, con un Uruguay reclamando una apertura al mundo no aceptada por los vecinos. Un primer reflejo de la elección de Milei es que ya el gobierno del doctor Lacalle Pou no estará solo en esa mirada.
Un lamentable desvío en las formas de convivencia internacional se ha reiterado en esta campaña, con presidentes en ejercicio, como el de España o el de Cuba, manifestando preferencias electorales, en abierta violación del principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados. Ya había pasado en nuestra última elección, con Alberto Fernández aconsejando votar al candidato del Frente Amplio uruguayo y Jair Bolsonaro a Lacalle Pou. Los criticamos entonces y lo reiteramos ahora, porque es un pésimo precedente, un deslizamiento que se va haciendo costumbre, desvaneciendo procedimientos que en otro tiempo llevaban hasta la ruptura de relaciones diplomáticas.
En un plano más amplio, la idea de una oleada de izquierda liderada por el gobierno de Lula que venía instalándose desde Brasilia se deshilacha. La elección de Ecuador y esta de la Argentina parecen decir que, más que vientos ideológicos, soplan los desasosiegos producidos por el cambio de la economía industrial a la digital, que genera descontentos e incertidumbres. A lo que se añade, en la Argentina, un descomunal desequilibrio financiero, una inflación galopante, una pobreza inédita y un uso abusivo del poder por el kirchnerismo, que ha provocado una fuerte reacción antipolítica. Esto es peligroso, porque la prédica contra “la casta” del hoy presidente Milei se parece mucho al “que se vayan todos” de diciembre de 2001 y de estos votos de rechazo nada bueno sale. Deslizarse a una sociedad de eternos opositores, como decía Sabato, no es el camino de la construcción.
La cuestión es que el nuevo presidente es un auténtico outsider, sin partido organizado, ni gobernadores afines ni una bancada parlamentaria relevante. Su elección es una tormenta que ha tirado abajo varios mitos, como el de la importancia de los debates de televisión, el de los números de las encuestas, la invulnerabilidad de las máquinas electorales peronistas, el valor de las actitudes extravagantes de un candidato y hasta la lejanía del interior a los candidatos porteños de moda…
Le guste o no, ahora el nuevo presidente tendrá que buscar espacios de cooperación. Hoy solo cuenta con el apoyo de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que le fue electoralmente fundamental. Aun con ellos, no le será fácil la gobernabilidad con un programa de campaña que no es un cambio reformista sino una verdadera revolución. También hay, sin embargo, un desafío para la incipiente oposición, que no puede ignorar el 56% de votos de Milei, el rechazo profundo a la vieja política y un sentido de republicanismo que les impone a todos darle un mínimo espacio al gobernante electo para desactivar la bomba a punto de estallar que deja como legado el gobierno de Fernández, Cristina y Massa.
La realidad económica muestra hoy dos dimensiones gigantescas del desafío: el de corto plazo, con un Banco Central exhausto y un desorden generalizado; el de mediano plazo, con la ya impostergable necesidad de ordenar una economía distorsionada por subsidios cruzados, tarifas artificiales y gastos desbordados, que generan desconfianza, alejan inversiones y lastran las posibilidades de crecimiento.
Nosotros mismos, en Uruguay, estamos sufriendo un desajuste de precios tan radical que está arruinando nuestro comercio del litoral y no le vemos solución a corto plazo porque se está dando algo impensado: que el PBI per cápita del Uruguay haya crecido un 30% más que el argentino, en una anomalía que nos hace caros porque seríamos más ricos…
Milei inaugura otra etapa en la vida argentina. Hay una recomposición del espectro político. Se abre un nuevo intento liberal, como fue el de Menem, que arrancó con la privatización de Entel y siguió por Aerolíneas Argentinas, Obras Sanitarias, Gas del Estado e YPF. Recuerdo que nos visitó en la presidencia cuando fue recién electo y nos anunció este tsunami que proyectaba. “Te van a matar, Carlos”, le dije. “Te votaron por peronista y estás privatizando lo que nacionalizó el General…”. “No, Julio”, me respondió con su gracia habitual. “Yo solo les pedí que me siguieran… y hoy voy a hacer lo que haría ahora el General. Eso sí, como los peronistas sabemos más de intervenir que de privatizar les pediré ayuda a los Alsogaray…”. Realmente aquello fue una revolución, como la convertibilidad de Cavallo, que desgraciadamente se frustró más tarde cuando el gobierno se enamoró de la estabilidad y la estiró hasta la artificialidad que se la llevó como una inundación.
No vemos hoy la posibilidad de algo tan revolucionario como lo de Menem. Este contaba con la enorme fuerza política de un peronismo intacto, pero aun así la mayor parte de sus reformas no permanecieron. Milei ha tenido una oleada de apoyo popular. Ella difícilmente mantendrá su cresta cuando tenga que tomar medidas que no cosechen aplausos y le falte la espalda de un parlamento afín. Sin embargo, si logra llevar a la Argentina a un punto de equilibrio y le quita al desbordado Estado la mayor parte de la hinchazón que hoy le impide recuperar un clima de crecimiento, habrá cumplido. Como en su tiempo respondió Felipe González, primer presidente socialista, preguntado sobre cuál era su sueño: “Que España funcione”. De eso se trata.
Más histórico que caer terca y heroicamente, aferrado a un sueño imposible, es hundir en la realidad los cimientos sólidos de un futuro mejor.
Como dijo Rubén Darío: “Aún guarda la esperanza la Caja de Pandora”.
Expresidente de Uruguay