La Argentina, bien posicionada en la economía del conocimiento
Pese a su difícil presente, el país tiene el segundo mayor número de unicornios en América Latina; junto con el campo, es el sector más competitivo
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En nuestro contexto de pobreza y pandemia, la inteligencia artificial parece una discusión lejana para la Argentina, pero no lo es. Nuestras discusiones podrán ser las del siglo XX, pero vivimos en el siglo XXI. Eso quiere decir que, a nuestros problemas y desafíos irresueltos del siglo pasado, se le suman los del mundo actual. La inteligencia artificial genera mil debates y contrapuntos, pero nadie discute que su aplicación en distintos rubros va ser determinante para definir el futuro de la humanidad en las próximas décadas. La IA ya esta reconfigurando la geopolítica a través de la creciente competencia tecnológica entre Estados Unidos y China, la organización de la economía global con empresas cuya valoración excede el PBI de muchos países, y, a través del poder de las redes sociales, el funcionamiento de los medios y hasta de la misma democracia.
La Argentina no esta mal posicionada para este futuro. Gozamos del segundo mayor número de unicornios de América Latina en términos absolutos y el primero medido per cápita. Nuestra economía del conocimiento es, con el campo, nuestro sector y complejo exportador más competitivo a nivel internacional. Tenemos un sistema universitario que atrae estudiantes de toda América Latina y el gobierno anterior impulsó robótica y programación en las escuelas primarias, cambió la manera de enseñar matemática para ponerla en contacto con la experiencia vívida de los alumnos y trabajó, en conversación con el mundo académico, empresarial, la sociedad civil y países líderes, en un plan nacional de inteligencia artificial.
William Gibson, el escritor estadounidense, alguna vez escribió que “el futuro ya esta aquí, pero no esta distribuido de forma uniforme”. El primer paso para empezar a construir y distribuir este futuro es darnos cuenta –en nuestras discusiones, nuestras políticas, y nuestros políticos– que ya llegó.
Lo que no es
También, es necesario que la sociedad tome clara conciencia de lo que es la inteligencia artificial y de sus posibles alcances. Hoy circulan en los medios muchas noticias sobre la IA que no siempre ayudan a comprender bien de que trata el fenómeno. Por eso, para limpiar un poco el terreno, vale la pena aclarar qué no es la inteligencia artificial.
No es, por ejemplo, las maravillas que ya existen y las que vendrán: mapas que reconocen nuestra ubicación, que interactúan con nuestro entorno y que nos permiten movernos en ciudades desconocidas sin perdernos, algoritmos que traducen de manera simultánea texto y voz logrando que podamos comunicarnos con quienes no compartimos idioma, drones para delivery, autos y camiones que se manejan solos y tantas otras manifestaciones de su potencial.
Tampoco es las amenazas o riesgos que conlleva. Hay economistas que creen que la inteligencia artificial causará un tsunami de desempleo. Otros temen el fin de la privacidad y del anonimato. Por ejemplo, la empresa estadounidense Clearview desarrolló una aplicación donde se toma una foto de un desconocido, se sube y se obtienen las fotos públicas de esa persona, junto con los enlaces donde aparecieron. Imaginen esta herramienta en manos de un acosador.
Parte de las noticias que consumimos ponen el énfasis en la competencia entre seres humanos y máquinas. Para el excanciller estadounidense Henry Kissinger, el antes y después en la puja entre seres humanos y la inteligencia artificial se dio en los años 2016 y 2017. En 2016, el algoritmo de Google AlphaGo derrotó al 18 veces campeón mundial de Go, Lee Sedol. “Jamás vi un ser humano intentar esa jugada; no es una jugada humana. Tan hermosa”, reflexionó asombrado el campeón mundial europeo mientras asistía a la partida. Un año después, en 2017, en cambio, un nuevo algoritmo de Google, AlphaGo Zero, le gano a AlphaGo 100 a 0. Aun más humillante, Alpha Go Zero aprendió jugando contra sí mismo.
Otra parte de las noticias se enfoca en sus errores. Un ejemplo es el sistema de reconocimiento facial de Google, que creía que personas de tez negra eran gorilas. También lo es el algoritmo de Amazon para filtrar aplicaciones de trabajo que discriminaba sistemáticamente a postulantes mujeres, o los algoritmos que hoy se usan en Estados Unidos para determinar quién debería salir en libertad condicional, que exigen condiciones más estrictas para un afroamericana que para un blanco, incluso si el crimen cometido por este último fuera más grave. La lista es larga. Por ahora, no todo uso de la inteligencia artificial tiene la misma eficacia que AlphaGo Zero.
La inteligencia artificial tampoco es la hermosa metáfora de “la nube”, ese lugar tranquilo, etéreo, intangible, donde se dice que están guardados nuestros datos e información.
Las maravillas posibles, las amenazas reales y los errores son productos o derivaciones de la inteligencia artificial, pero no son ella misma. Este desarrollo tecnológico que está cambiando el mundo tampoco tiene nada de etéreo ni intangible. La idea de la “nube” no nos ayuda a pensar el fenómeno. Más bien, esconde lo que hay detrás.