“La Argentina, bendito y hospitalario país”
Hace cien años se le otorgaba el Premio Nobel de Física 1921 a Albert Einstein. Este galardón le cambió la vida para siempre. De modesto empleado de una oficina de patentes y casi desconocido profesor universitario, pasó a ser el hombre de ciencia más famoso del siglo XX.
El científico había publicado, con solo 26 años, la Teoría de la Relatividad Especial y escritos sobre la transmisión de la luz y diez años después presentó la Teoría de la Relatividad General.
La imagen popular que permanece es la de su excéntrica cabellera y sus pantuflas, escribiendo en un pizarrón la famosa fórmula E=mc2 o tocando un violín. Pero fue muchísimo más que este estereotipo, tanto en lo científico como en lo humano.
Una de las tantas paradojas desafortunadas de la historia asoció su nombre al de la bomba atómica, siendo justamente él un acérrimo pacifista.
Aun cuando se crea que sus teorías no tienen vínculo con nuestra vida cotidiana, la realidad es distinta. Son numerosas sus contribuciones, aunque prácticamente desconocidas. Si bien no inventó ningún aparato (la heladera sin electricidad que diseñó casi no se utilizó), sus aportes teóricos han mejorado nuestra vida en forma notoria. Sin sus descubrimientos no tendríamos ni los rayos láser ni la energía nuclear. Sin sus observaciones acerca de que el tiempo transcurre distinto en la Tierra respecto del espacio, no habría satélites ni tendríamos el GPS. Incluso la televisión, el horno de microondas, las cámaras digitales y los paneles solares son consecuencia de su teoría del efecto fotoeléctrico.
Su historia también está asociada con nuestro país. Albert Einstein vivió durante un mes en la Argentina, en 1925. Había sido invitado a dar conferencias por la Universidad de Buenos Aires y por la Sociedad Hebraica Argentina. Según sus propias palabras, “vino a silbar el canto de la relatividad”. Su promotor había sido el escritor Leopoldo Lugones, quien lo había conocido en Europa, y pensaba que, quizás, la Argentina podría ser un buen refugio para el científico, dado el antisemitismo creciente en Alemania.
Einstein pasó aquí a ser una especie de rockstar. Incluso una publicidad de la época lo mencionaba jocosamente: “Einstein tenía razón. Todo es relativo. Guarde su ropa de un año para el otro en Albion House”.
Einstein creyó en nuestro potencial. Llamó a la Argentina “bendito país” y le pronosticó “un gran porvenir económico y cultural”. Lo consideró “uno de los países más hospitalarios del mundo” por haber dado refugio a numerosos inmigrantes de la comunidad judía.
El día de su llegada publicó, en La Prensa, su famoso artículo titulado “Pan-Europa”. En ese momento, cuando pululaban los nacionalismos extremos, se animó a proponer una Europa unificada. Decía el científico: “Europa forma, no obstante sus dimensiones políticas desde la antigüedad, una unidad espiritual”. Se anticipaba, en muchas décadas, a lo que se llamaría la Unión Europea, nacida luego de la dolorosa Segunda Guerra Mundial.
En síntesis, su legado principal no se halla solo en el plano científico. Fue un férreo defensor de la libertad individual, del pacifismo, del socialismo democrático y del sionismo. Se lo recuerda como uno de los fundadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde hoy se encuentran sus archivos. ¡Un idealista en un momento de odios exacerbados!
El apellido Einstein significa “una piedra”. En realidad fue una “piedra” que se trasformó en energía para toda la humanidad. “Uno” de los diez hombres justos capaces de salvar a una sociedad.
Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí