La Argentina de Alberto Fernández, ante la prolongación de su agonía
No es difícil entender por qué existen tantas dudas sobre el grado de acatamiento real que alcanzará en la sociedad argentina la inminente vuelta a una cuarentena estricta. El hartazgo social no solo guarda relación con un aislamiento social obligatorio que se ha extendido por un centenar de días y que es récord mundial, sino también con la percepción de que nuestra economía será una de las más destruidas en todo el planeta tras la pandemia de coronavirus.
En términos futbolísticos, la posición del gobierno nacional podría equipararse a la de un equipo que está perdiendo 2 a 0 a 15 minutos del final del partido. No obstante, en lugar de buscar el gol de descuento para encarar el último tramo del match con la esperanza de lograr la épica igualdad, sus jugadores siguen tocando la pelota hacia atrás hasta que uno de sus zagueros centrales o su propio arquero pateen fuerte, alto y lejos, con el único propósito de alejar el peligro para su arco, sin mayores ideas ni vocación ofensiva.
Así parece estar jugando el equipo de Alberto Fernández. Dejando que corran los minutos, prolongando su propia agonía; sin inyectar confianza en los potenciales sponsors con espaldas anchas; amagando con meterse goles en contra, como con el proyecto de expropiación de Vicentin, y aumentando la impaciencia de su hinchada, que lentamente comienza a abandonar el estadio, decepcionada.
El principal foco de resistencia a la prolongación de la cuarentena encuentra una explicación en la respuesta a una pregunta que contiene la última encuesta de Giacobbe & Asociados, concluida el 17 de junio entre 2500 personas consultadas a través de dispositivos digitales. El 56,4% de ellos reconoció que su economía no soportaría un mes más de cuarentena.
Hay claramente un mayor miedo de la población a las consecuencias económicas de la cuarentena que a ver afectada su salud por la pandemia. Según el citado sondeo de opinión pública, la proporción de personas que sienten "mucho temor" frente a la idea del coronavirus bajó desde abril hasta mediados de junio del 35% al 24,7% y la proporción de quienes no tienen "nada de temor" subió del 14,8% al 24,5%.
La estrategia comunicacional del Gobierno para que la población acate su convocatoria a mantenerse encerrada ha pasado por infundir más miedo a los argentinos, apelando a las terribles imágenes provenientes de Italia y España sobre el colapso de los hospitales producido un par de meses atrás. Se insistirá, como viene afirmando el viceministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, que no es racional abandonar un sistema que ha permitido salvar miles de vidas. O, como el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en que "el problema no es la cuarentena, sino la pandemia", en alusión a que países que flexibilizaron sus políticas de aislamiento social también están sufriendo serias dificultades económicas.
Sin embargo, el problema para el gobierno de Alberto Fernández no pasa tanto por persuadir a la sociedad sobre el nivel de peligrosidad del coronavirus, sino por llevarle confianza en que el deterioro de la situación económica no alcanzará niveles terroríficos. Su desafío es transmitir esperanza a todos aquellos que están convencidos de que no morirán de coronavirus pero habrán perdido su capital y sus ingresos, si no lo han perdido ya. Y esa confianza no se recuperará simplemente con medidas paliativas como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) o con subsidios para empresas forzadas a bajar las persianas.
No se advierte una estrategia de salida de los problemas. La actual estrategia apenas sirve para convivir con los problemas.
Es seguro que la llegada de una vacuna contra el Covid-19 seguirá haciéndose esperar por bastante tiempo más. Entretanto, la economía sigue golpeando cada vez más a los argentinos, al tiempo que crece la angustia y la depresión. Y las cifras sobre la caída de la actividad económica profundizan día tras día la desesperanza.
Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), desde el inicio de la cuarentena hasta fines de mayo, se perdieron unos 860.000 puestos de trabajo, tanto en el sector formal como en el informal; la tasa de desocupación crecería indefectiblemente hacia niveles que consultoras privadas estiman entre el 15% y el 20% y el nivel de pobreza se acercaría al 50%, un porcentaje semejante al de la crisis de 2001/2002. Una encuesta de la Unión Industrial Argentina (UIA) entre empresas da cuenta de que el 20,5% de ellas no está produciendo, al tiempo que el 38% considera que, si la situación no cambia en los próximos tres meses, su actividad se verá seriamente comprometida.
¿Qué puede hacer el equipo de Alberto Fernández en este contexto, fuera de lo que está haciendo en el campo sanitario, para torcer la desconfianza en materia económica? Tiene a mano una alternativa para marcar un gol que pueda provocar un cambio en las expectativas. No es otro que el arreglo de la deuda pública, que evite el para muchos inevitable noveno default y una crisis de proporciones mayores incluso a la de fines de 2001.
No será el gol salvador, porque a la renegociación de la deuda deberá seguir el anuncio de un plan económico integral en materia de crecimiento y de política fiscal y monetaria, que deje atrás las "ideas locas" que el propio Presidente critica pero a veces parece llevar a cabo y los privilegios de algunos. Aun así, ayudaría a un cambio de clima, a aventar temores más grandes y a no terminar perdiendo por goleada.