Reseña: Deslinde, de Debret Viana
La vorágine que emana de los múltiples tentáculos del presente viene causando algo curioso en la literatura: de un tiempo a esta parte el objetivo de los nuevos narradores no parece ser ya la búsqueda de la tan mentada y poco definida "voz propia" sino más bien una adecuada ubicación a los tiempos que corren, algo que atañe a cuestiones estéticas pero también políticas y hasta sociales, como si el desafío estuviera, más que en el estilo, en saber hacer pie sobre esas arenas movedizas.
Deslinde, la primera novela de Debret Viana (Buenos Aires, 1981), librero y "autor" de una divertida cuenta de Facebook, es un excelente ejemplo de contemporaneidad. Porque saber ubicarse en el presente tal vez no sea correr detrás de las modas sino más bien mantener un buen ritmo sin perder de vista alguna tradición. Aunque huele a experimentación –su estructura descentrada, novedosa, admite casi un intercambio absoluto del orden de los capítulos–, se disfruta con una nitidez clásica y, si bien nunca cae en imitaciones, parece pararse sobre los hombros de Rayuela y una película como Annie Hall.
Un director de teatro viene de separarse de su novia actriz, y lo invitan a la adaptación de una obra que poco tiene que ver con su texto. El argumento no es lo de menos pero se potencia con todo lo demás: respuestas poéticas a preguntas estúpidas como esa de "¿leíste todos estos libros?", ironías sobre el amor en tiempos de apps y una serie de mantras que se dicen a los gritos: "¿Van a culparme a mí? ¿A la víctima? ¡Es la época! ¡Soy una víctima de la época!". Sobre ese presente es que tan bien se pliega Deslinde.
Deslinde
Por Debret Viana
Hojas del Sur. 330 páginas. $ 350