La antidiplomacia presidencial
La diplomacia presidencial es una poderosa herramienta de política exterior. Pero puede ser un arma de doble filo si se convierte en antidiplomacia presidencial, es decir, si los mandatarios actúan en forma descortés, altiva e impulsiva. Aunque esta conducta es parte del ejercicio diplomático, su uso frecuente no es aconsejable, dadas las reacciones que genera en otras naciones –a las que no se controla–, y por cuestiones de prestigio internacional. Pero a veces su uso puede tener consecuencias provechosas, o servir para señalar situaciones contrarias al interés nacional.
Quien se destacó por su antidiplomacia presidencial fue Néstor Kirchner. Él tenía en mente un modelo productivo con componentes aislacionistas y autárquicos, contrario al modelo internacionalista de los 90. En este contexto de autosuficiencia, su estilo sería particularmente duro. Estaba acostumbrado en Santa Cruz a tratar enérgicamente con el gobierno nacional y con las compañías petroleras, en negociaciones de “suma cero”. Trasladaría este estilo a lo internacional y siendo poco efecto a la cortesía, sorprendería a diplomáticos y cancillerías extranjeras. Ejemplos notables fueron el maltrato al presidente George W. Bush en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005, el dejar esperando al presidente Putin en un aeropuerto durante horas, y el no recibir o dejar esperando a embajadores extranjeros.
La Argentina no tiene el monopolio de la antidiplomacia presidencial. Un caso memorable fue la crítica de Donald Trump en 2018 en la OTAN contra Alemania, que señaló una situación contraria al interés de EE.UU. Ante la construcción del gasoducto Nordstream 2, que llevaría gas de Rusia a Alemania, Trump afirmó: “Alemania está totalmente controlada por Rusia”, ya que 70% de su energía vendría de Rusia, con Berlín transfiriendo billones de dólares a Moscú. Mientras tanto EE.UU. gastaba billones de dólares en proteger a Alemania –de Rusia–, siendo el gasto militar alemán solo el 1% de su PBI . “Esto no debería haber pasado”, bramó Trump.
Otro ejemplo de antidiplomacia presidencial fue el de la presidenta italiana Meloni contra Francia por temas inmigratorios. A fines de 2022, París criticó que Italia no dejara bajar a 237 inmigrantes africanos del barco francés Ocean Viking, y descontinuó un acuerdo donde aceptaba 3500 inmigrantes africanos provenientes de Italia. Meloni reaccionó diciendo que Italia no podía ser el único país que recibiera inmigrantes africanos en Europa y que debía haber una acción europea común. Y criticó fuertemente a Francia, acusándola de explotar a varias naciones africanas, causando un consecuente flujo de inmigrantes hacia Europa. Para luego afirmar: “El problema no es liberar la entrada de africanos a Europa, sino liberar a África de algunos europeos”.
Ha habido casos de antidiplomacia presidencial con consecuencias solo negativas, fruto de la imprudencia o de la inexperiencia. Ejemplo de imprudencia fueron los ataques personales del presidente brasileño Bolsonaro al presidente francés Macron y su esposa, dañándose la relación bilateral. Ejemplo de inexperiencia es el que relata el destacado diplomático peruano Alfredo Ramos Suero, cuando el presidente Alan García invitó a su admirado expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez a su ceremonia de asunción en 1985. Esto hizo que el presidente venezolano en ejercicio Jaime Lusinchi se indignara y no fuera a Lima, provocándose así un innecesario enfriamiento mutuo.