La ancianidad en el magisterio de Francisco
El envejecimiento de la población mundial, que afecta también a nuestro país, es una de las principales consecuencias de lo que se denomina la Segunda Transición Demográfica originada en la década del 80 del siglo XX. Esta megatendencia demográfica surgida en los países desarrollados, está ocasionando junto con el cambio climático y la revolución tecnológica, la mayor transformación social, política y económica de nuestras sociedades contemporáneas desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Este envejecimiento poblacional parece ser consecuencia del aumento en la esperanza de vida, de la caída de la fecundidad y, consecuentemente, de la existencia de un mayor número de ancianos en las familias y en las comunidades en general.
El papa Francisco, en las “Catequesis sobre la ancianidad”, señala que desde hace algunos decenios, esta etapa de la vida concierne a un auténtico “nuevo pueblo” que son los ancianos, quienes nunca han sido tan numerosos en la historia humana. Precisamente por ello, el riesgo de ser descartados es aún más frecuente, pues los ancianos son vistos a menudo como “un peso” o como un gasto inútil.
El Santo Padre insiste que mejorar el cuidado de nuestros mayores es una de las cuestiones más urgentes que la familia humana está llamada a afrontar en este tiempo. Nos advierte a su vez que la exaltación de la juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, unida al desprecio de la vejez vista como fragilidad, como degradación o discapacidad, ha sido el ícono dominante de los totalitarismos del siglo XX. Es que la vejez, lejos de ser una carga, es un don para todas las edades de la vida: Es una gracia de madurez y de sabiduría. Nos recuerda Francisco que en la cultura tanto familiar como social, los ancianos son como las raíces del árbol: tienen toda su historia ahí, y los jóvenes son como las flores y los frutos. Para graficar esta imagen cita la célebre frase del poeta Francisco Luis Bernárdez: “Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” y concluye que todo lo hermoso que tiene una sociedad está en relación con las raíces de los ancianos.
En la mirada de Francisco, la alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida -los niños y los ancianos- ayuda también a las otras dos -los jóvenes y los adultos- a vincularse mutuamente para hacer la existencia de todos más rica en humanidad. Esta alianza armoniza los tiempos y los ritmos y nos devuelve la esperanza de no vivir la vida en vano, el amor por nuestra vida vulnerable, cerrándole el paso a la obsesión por la velocidad que simplemente la consume.
El de Francisco es un discurso que destaca el valor intrínseco de la ancianidad en medio de una extendida cultura del descarte, que prioriza la juventud y la lozanía por sobre la experiencia y la sabiduría. Donde se corre el riesgo de invertir muchos recursos para ofrecerles planes de asistencia, sin ayudarlos a sostener sus proyectos de existencia. En muchas ocasiones las personas mayores suelen sentirse minusvaloradas, infantilizadas, despreciadas, solas, aisladas, y con un profundo sentimiento de abandono y de soledad. En otras palabras, discriminados por el mero hecho de su edad, fenómeno social que se conoce como “edadismo”.
Una herramienta para enfrentar este desafío es la “Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores” que nuestro país aprobó por medio de la Ley 27.360 en mayo de 2017. Sin embargo, la cuestión de la ancianidad demanda de los Estados y de las sociedades, respuestas de fondo, no solo desde el derecho, sino principalmente desde la política. Necesitamos (entre otras muchas acciones) repensar el sistema de seguridad social, las políticas de salud y así promover un envejecimiento activo, ayudando a que las personas de edad avanzada participen, de acuerdo con sus posibilidades, de una activa vida social. Pero ni la política ni el derecho podrán mejorar la vida de los ancianos sin nuestro compromiso personal y comunitario, que asuma conscientemente que los ancianos son un tesoro antes que una carga para sus familias y la comunidad.
Docentes e investigadores en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador