La amenaza global del ruido y la furia atómicos
La escalada entre Trump y el presidente de Corea del Norte causa estupor a un mundo que asiste a una retirada de la diplomacia tradicional
PARÍS.- En Europa se vive la perplejidad que suscita el enfrentamiento de dos dirigentes que actúan como si dirimiesen una pelea de esquina, pero con la dimensión inédita y sorprendente de que ambos esgrimen no floretes ni puñales criollos, sino arsenales nucleares capaces de eliminar ciudades y millones de seres, sin excluir la sobrevivencia humana. El ruido y la furia, el título de la inolvidable novela de William Faulkner, describe claramente el intercambio de insultos y amenazas de fuegos apocalípticos, proferidos ante el estupor de un mundo incapaz de creer que los dos dirigentes en litigio sean los únicos tenedores de las claves para activar esas demoníacas fuerzas nucleares.
Casi tímidamente, los jefes de estado Xi Jinping, Angela Merkel y Emmanuel Macron reclamaron calma a los iracundos. La diplomacia tradicional quedó de lado. Y lo desconcertante y gravísimo es que tanto el jefe norcoreano como el presidente Donald Trump actuaron aparentemente sin dudas ni consultas, ni con la temperancia ancestral que impone la diplomacia, desafiando un abismo de horror fácil de imaginar. Hay que señalar que, en el momento más peligroso, Xi Jinping dio un paso importante más bien dirigido a Trump: "Es necesario suspender la escalada de declaraciones". Eso significaba que intentaría actuar eficazmente ante Kim Jong-un. El poder de China y la dependencia económica de Corea del Norte de ella (90% de comercio exterior) es una defensa para los chinos, porque un agravamiento militar los involucraría geopolíticamente sin escape.
Rusia también sabe que el peligro la compromete geopolíticamente. Esto explica que dos países con veto, China y Rusia, no lo hayan usado en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, donde se expresó otra inocua (y metafísica) recomendación de paz. China no quiere tener un bombardeo nuclear en sus fronteras ni aguantar a Kim con su agresividad, y tal vez su gestión diplomática sea la decisiva. Sin embargo, las maniobras militares conjuntas que Estados Unidos y Corea del Sur despliegan en este último país volvieron a desatar la ira de Pyongyang, que anteayer las calificó de "provocación". Y la tensión volvió a escalar con la amenaza de una réplica "despiadada".
No debemos olvidar que desde Berlín en los 50 y la crisis de Cuba en 1962, nunca se vivió una situación semejante de peligro nuclear. Ahora se ha ido más lejos: no es una crisis de países, sino un absurdo. Porque en aquellos casos las potencias enfrentadas temían que la escalada pudiera terminar con sus avances de superpotencias exitosas y hasta con la vida humana de sus pueblos o del mismo planeta. Kruschev y Kennedy sentían que era absurdo llegar a una demolición mutua por una imprudencia o tentación táctica-militar. El miedo lógico lleva a la prudencia a quienes juegan con algo más agresivo que el fuego.
En el caso de Cuba, en 1962, una alternativa diplomática salvó la situación cuando Robert Kennedy se encontró, con nocturnidad y secreto, con el embajador soviético en Washington, el famoso Anatoli Dobrynin. Tal vez éste arriesgó la idea que salvó del drama: el politburó soviético y Kruschev retirarían los misiles de Cuba siempre que los norteamericanos se comprometiesen a retirar, sin mucha publicidad, los misiles Hércules que habían establecido en Turquía y que para los rusos era la más fuerte y cercana amenaza en su defensa estratégica. Eso fue la solución y los protagonistas pudieron más o menos salvar la cara, aunque Kruschev perdió el poder poco después, en 1964.
Está puesta a prueba la capacidad de la dirigencia norteamericana para llevar a su presidente a la prudencia (si algo faltaba en este momento fue prometer una intervención militar de EE.UU. en Venezuela).
La solución estuvo desde el comienzo al alcance de la mano por la vía más noble, el lado del fair play, tan inusual en la política de poder. En el momento álgido, después del 4 de julio y del lanzamiento del misil intercontinental, dos hombres de ciencia, con valentía y honestidad, expresaron la solución del libre juego: "Hoy ya no tenemos ningún poder para negociar el fin del programa nuclear de Corea del Norte", dijo William Perry. Por su parte, Vipin Narang, profesor del MIT, afirmó: "Llegados a esta situación, Estados Unidos debería negociar aceptando explícitamente el estatus real de Corea del Norte como potencia militar nuclear. Esto es aprender a vivir con Corea del Norte como un país misilístico nuclear y negociar la convivencia". Reconocer el hecho cumplido (como se hizo con otros países) es posible. Una guerra nuclear involucraría a toda Asia y más. Algo absolutamente inadmisible.
Europa siente como irreal el absurdo vivido. ¿De qué valieron las Naciones Unidas y el derecho internacional? Dos hombres en la cumbre del Everest empiezan a intercambiar amenazas, incluso aludiendo a pueblos y ciudades donde los muertos se contarían por millones. ¿Podrá la opinión del pueblo y de los políticos y militares contener esta escalada en curso? El poeta Horacio hoy hubiese reescrito: "¿Quién custodia al custodio?"
Hace tiempo que politólogos europeos clasifican los mayores peligros que pueden amenazar nuestra vida en el planeta Tierra. Casi invariablemente ponen en primer término el desarrollo del poder nuclear-misilístico y la temidísima guerra bacteriológica.
El problema es filosófico: en nombre de la técnica y su degeneración tecnolátrica, el mundo se ve enfrentado a una destrucción de origen humano: tanto en el caso que hoy comentamos como en el drama del calentamiento terrestre, que en este verano alcanzó las máximas temperaturas europeas y globales desde que se tenga memoria.
El último gran filósofo occidental centralizó muchos de sus trabajos en la esencia de la técnica. En su testamento publicado años después de su muerte, Heidegger legó dos dramáticos anuncios: "El empeño esencial de la política debe ser hoy retomar el comando de la tecnología", escribió. "Ahora sólo un dios podrá salvarnos."
Heidegger se despidió con una plegaria. Desde 1945 tuvimos la comodidad pacificadora de dos gigantes que se tenían miedo, aunque no respeto. Ahora todo cambió. Una multipolarización logró el récord de que un país más que pobre, con el PBI de Birmingham (pero de Alabama), haya podido amenazar con la "destrucción de Alaska, la costa oeste y seguramente también de Nueva York..."
La comunidad mundial está desamparada ante tres gravísimos problemas heredados del siglo pasado: el irrefrenado calentamiento del planeta; la estupidez subculturizadora multiplicada por la mal llamada "revolución comunicacional", y sobresaltos como el reciente, que nos recuerda el pesimismo de creernos una civilización en agonía.
En realidad, la batalla decisiva es todavía más secreta: el economicismo-tecnológico, con su arrollador poder financista, usurpa la soberanía política de países y pueblos. Ese capitalismo financista, que no es visible, no se hace cargo del contrato social ni de la tradición política. Vacía a los pueblos de sus culturas y de su expresión existencial, que es la política y el derecho a las divergencias que enriquecen el panorama gris del mundo.
Escritor y diplomático