La agenda exterior del cambio
Como nunca antes en nuestra joven democracia, el gobierno que asuma la conducción del país tras las elecciones de octubre deberá afrontar el monumental desafío de reinsertar política, comercial y financieramente a la Argentina en el mundo. Es inimaginable que podamos iniciar el hasta ahora esquivo camino del desarrollo sin que antes nuestra república y sus autoridades vuelvan a ser creíbles y confiables, dentro y fuera de casa.
En una reciente gira por el Viejo Mundo en la que tuve la oportunidad de entrevistarme con altas autoridades españolas y europeas, el clamor en todos esos encuentros fue el mismo: el mundo está demasiado alborotado como para que la Argentina siga regodeándose en su irrelevancia.
No pueden caber dudas: la recuperación de las relaciones internacionales por medio de los resortes diplomáticos del Estado debe ser una prioridad ineludible en la agenda. El inicio de un plan de desarrollo productivo alineado estratégicamente con la región y con el mundo, y la puesta en marcha de un ambicioso plan de infraestructura de corte frondicista que devuelva competitividad a las economías regionales, mejore la calidad de vida de las personas y transforme a la Argentina en una potencia energética así lo requieren. Aisladas, desacopladas de la agenda externa y sin el necesario acompañamiento del sistema internacional, todas estas políticas de Estado verán menguadas sus probabilidades de éxito.
La restauración de los lazos con el sistema mundial no puede quedar en manos de otra repartición que el Ministerio de Relaciones Exteriores. Esto, que parece una obviedad, lamentablemente no lo es: las atribuciones y competencias de la Cancillería han sido arrebatadas por la mentada "diplomacia paralela". Y en ese arrebato también se ha perdido la brújula de las decisiones estratégicas. ¿Es Venezuela un verdadero socio estratégico para la Argentina? ¿Resulta oportuno ofrecer condiciones diferenciales a Rusia y China para sus inversiones, generando inequidades y tensiones con otros aliados históricos? ¿Debe la Argentina restringir en el Mercosur toda posibilidad de acuerdos comerciales extra bloque? ¿Es aceptable tener relaciones comerciales con un Estado acusado de realizar el atentado terrorista más espeluznante contra nuestro país? ¿Tiene la Argentina un rol estratégico en los organismos internacionales de los que forma parte o son estos ámbitos apenas una tribuna más para las diatribas electoralistas de nuestros gobernantes? ¿Conviene afrontar este mundo multipolar con categorías y amistades más propias de aquel de la Guerra Fría?
Esas preguntas, entre muchas otras, no encuentran respuestas en el Palacio San Martín desde hace años, sencillamente porque la generación y administración de los vínculos estratégicos fueron cooptadas por los ministerios de Economía y de Planificación Federal de manera exclusiva y excluyente. Por eso para reencauzar la agenda externa, las áreas del Comercio Exterior que han sido absorbidas por otras reparticiones del Estado deben regresar al Palacio San Martín. Las gestiones de las relaciones bilaterales y multilaterales deben, igualmente, pasar a manos de los expertos que el país forma para estos propósitos en el Servicio Exterior. Y la gestión de los vínculos de la Argentina con el mundo debe abandonar la lógica de los intereses inescrupulosos y la visión de corto plazo de intereses políticos individuales, para dejar paso a la defensa y el posicionamiento de los verdaderos intereses nacionales. Que el presidente defina la política exterior no implica que la gestión de las relaciones exteriores no deba ser profesional. En Itamaratí, por ejemplo, nunca se confundió una cosa con la otra.
Hay que devolverle la política exterior a la Cancillería y restaurar dentro de ella al servicio diplomático profesional. Asistimos en estos días a un escandaloso proceso interno que pretende perpetuar a un conjunto de militantes políticos de dudosa formación y escasa experiencia en la estructura permanente del organismo que, por tradición y por misión, alberga los cuadros más formados del Estado. Las posiciones que la politiquería intenta retener en el Palacio San Martín deberán ser puestas bajo la lupa, sin concesiones. Y luego, un concurso transparente debe disponer que las responsabilidades queden en las manos más idóneas.
Debe recuperar su integridad y relevancia la Junta Calificadora que dispone los ascensos del Servicio Exterior, y debe ser revisada, asimismo, la jubilación anticipada de unos 70 embajadores de carrera con más de 20 años de experiencia, un activo del que no debemos prescindir, menos aún frente a la magnitud de los desafíos que tenemos por delante. En síntesis, debemos comenzar por recuperar el prestigio y la profesionalidad del Palacio San Martín.
Cuando el mes pasado la Presidenta decidió a último momento esquivar la Cumbre Celac-UE, que reunió a más de 40 mandatarios de Europa y América latina en Bruselas, nos ofreció una postal incontrastable del momento crítico que vive nuestra política exterior. Si fue por miedo a los embargos que asedian a nuestra embajada allí o, en cambio, para ocultar las diferencias con nuestros socios del Mercosur (obsérvese que las otras dos notorias ausencias fueron las de Nicolás Maduro y Raúl Castro) jamás lo sabremos. Lo que sí sabemos quienes creemos que hace falta un cambio copernicano es que la agenda exterior de la Argentina no puede ser rehén ni de los buitres, ni de la irracionalidad de populistas autocráticos, ni de "imberbes" camporistas encandilados por la revolución? de la estabilidad del empleo público.
Economista, fue diputado nacional y presidente del Banco Central