La agenda del crecimiento
A diferencia de los cacerolazos de 2001, que tenían casi como única consigna el "que se vayan todos", el movimiento de la normalmente "mayoría silenciosa" del jueves pasado, desde las distintas expresiones vertidas por los participantes tanto en la marcha como en la agrupación y el alineamiento de los trend-topics de los días subsiguientes en las redes sociales, abre un camino de esperanza para generar un consenso adecuado para el crecimiento y el bienestar futuro de la Argentina. A pesar de la sucesión de errores en la actual política económica, que nos condenan a un futuro de pobreza, los manifestantes plasmaron los puntos clave de una agenda que asombraría a los más avanzados exponentes de la teoría y práctica del crecimiento económico actual.
Tanto la literatura como la evidencia empírica más reciente señalan que la tasa de crecimiento deviene de la acumulación de factores de producción (capital y trabajo) y del progreso tecnológico (ligado éste al capital humano) y no de cebar la demanda con políticas monetarias o fiscales expansivas. Esto es, el crecimiento del ingreso es lo que aumenta las posibilidades de consumo y no al revés. No es posible gastar sin ingreso. Es más, el Gobierno cuando financia el déficit fiscal emitiendo dinero diluye nuestros ingresos vía impuesto inflacionario. No se crea riqueza de la nada. El despilfarro permanente no es sostenible. No hay crecimiento sin inversión, y ésta no es posible sin ahorro. Puede que resulte poco romántico, pero la restricción presupuestaria manda y la multiplicación de los panes pertenece al terreno de lo divino.
Sin embargo, lo novedoso es que el proceso de acumulación de factores sólo explica un tercio del crecimiento. La experiencia internacional muestra que la mejora en el nivel de vida de las naciones está complementado por el respeto de la ley, la protección de los derechos de propiedad, la innovación tecnológica, la apertura comercial, la existencia de precios libres que guían la asignación de recursos y el diseño de una política económica que preserve el equilibrio fiscal junto a una política monetaria que defienda el valor de la moneda. Así, la manifestación ha resultado en una lección de crecimiento económico: se reclamó por una agenda que conduce a un mayor bienestar general. Los datos dicen que la gente tiene razón. Economías con baja inflación crecen 3 puntos del PBI por encima de las inflacionarias. Los mercados negros les cuestan a las economías 2 puntos. El déficit fiscal cuesta 1,5 puntos y cerrar la economía reduce el crecimiento de largo plazo en 1,5 puntos.
Entonces, uno debería preguntarse qué hay de cierto del crecimiento económico a tasas chinas. Lamentablemente, esto también forma parte del relato. Así, cuando el crecimiento se mide en términos reales corrigiendo por precios acordes con la inflación verdadera, la tasa promedio del período es 6,2% anual, que no es mala, pero se ubica por debajo de las tasas chinas; mirada desde la tendencia de largo plazo, lo ocurrido no es más que una recuperación cíclica desde la caída que precedió y acompañó los tramos iniciales de la salida de la convertibilidad. Ahora bien, entonces todo no ha sido tan malo, ya que, por lo menos, regresamos a la tendencia de largo plazo. Lamentablemente, no es así. Si se toma la tasa de crecimiento de la productividad argentina de largo plazo (2,5%), el crecimiento de la población (1%), la recuperación que muestra una economía en los diez años posteriores a una depresión (2,5%), la convergencia (2,5%) y la mejora en los términos de intercambio (2%), el ingreso por habitante debería haber crecido de forma continua a una tasa del 10% anual. Por lo tanto, hoy deberíamos tener un PIB per cápita 43% más alto.
Ahora podemos preguntarnos dónde están las buenas noticias, para lo cual hay que volver a los trend-topics. La primera es que los argentinos hemos asimilado cómo funciona la economía en el largo plazo, por lo que la agenda no podría ser cualquiera. En segundo lugar, la dirección tomada por el Gobierno desde el inicio del tercer período generó niveles de riesgo país crecientes, que conspiran contra el crecimiento. Así, en un horizonte de 50 años, nuestro PIB per cápita pasaría de ser el 21% del de Estados Unidos a ser el 7%, lo que nos haría un país pobre. Por último, si la sociedad logra imponer esta agenda, "la agenda del crecimiento", sería posible reproducir el milagro de fines del siglo XIX, cuando llegamos a ser el 5º país del mundo con un PIB per cápita relativo al de la gran potencia del Norte del 97 por ciento.
De hecho, dados los parámetros fundamentales del país y puestos en un modelo de crecimiento, la Argentina alcanzaría a los Estados Unidos en un lapso que oscila entre 50 y 75 años. Ahora bien, si a usted este período para lograr la convergencia no le parece una gran noticia, sugiero echarle un vistazo a la escandalosa decadencia que caracterizó a nuestro país durante el siglo XX. Por lo tanto, no sólo se dará cuenta de que con esfuerzo y una política focalizada en el largo plazo sería testigo de una recuperación casi milagrosa, sino que tendría fundamento para creer que Dios es argentino.
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Javier Milei