La agenda de la gente
Paradójicamente, a medida que se aproximan las elecciones y se hacen cada vez más evidentes el fracaso del superministro y la inoperancia del Gobierno, las críticas a la oposición se hacen más fuertes. La primera acusación que se le hace es la de no dedicarse a “la agenda de la gente”, preocupada por miles de problemas cotidianos que le dificultan la vida y le impiden llegar a fin de mes. Tienen razón. El gobierno que llegó prometiendo asado les dio polenta, y ahora se terminó la polenta. Pero para revertir este desastroso combo de inflación, recesión, cepos múltiples y bomba a punto de explotar por falta de dólares sería necesario tomar medidas que la oposición no puede tomar; al menos, desde que la Constitución puso la política económica en manos del Ejecutivo y reservó al Legislativo atribuciones limitadas, desde las cuales es imposible manejar la economía.
Los problemas de “la agenda de la gente” que muchos exigen que la oposición solucione no están en manos de la oposición, sino del gobierno que votó la gente, que aprobó con aquel 48% la llegada al poder del cuarto gobierno kirchnerista y dejó en minoría a la oposición en ambas cámaras. Si en vez de hacer demagogia ciertos analistas políticos se dedicaran a hacer docencia, explicarían a la famosa gente los límites constitucionales de la acción parlamentaria, las responsabilidades de los ejecutivos y la importancia del voto ciudadano. Quizás así obtendríamos un voto más ilustrado y mejores gobiernos.
¿Falta de autocrítica? Es cierto que el Congreso sesiona poco, que se discuten cosas absurdas y que se aprueban leyes de bajo impacto; pero eso también es el resultado de lo que votó la gente. Si el oficialismo, que dispone de los mayores bloques en ambas cámaras, emplea todo su poder para impulsar un juicio político a la Corte Suprema, la oposición no tiene otro remedio que oponerse y discutir ese tema, y no “la agenda de la gente”. Y si hay pocas sesiones y las leyes que se aprueban son de importancia menor es porque en todos los asuntos importantes existen dos grandes bloques cuyas visiones son opuestas. Pedir a oposición y oficialismo que se pongan de acuerdo por el bien del país suena muy lindo, pero es imposible en las actuales condiciones, en las que una parte de la sociedad argentina quisiera que nos pareciéramos a Europa, Estados Unidos o Uruguay, al menos, y a la otra le encantaría ser Cuba o Venezuela.
Como es obvio, las leyes que conducen en una u otra dirección son opuestas. ¿Cómo podríamos ponernos de acuerdo? Y no, no es la política la que está partida al medio, sino la propia sociedad argentina. La grieta que la divide no es un capricho de “los políticos”, sino el producto de una división que se expresa en todas partes y está a la vista de quien quiera verla. Por lo tanto, la división en el Congreso no es producto del alejamiento entre “la gente” y “la política”, sino exactamente lo contrario: es la representación parlamentaria de una grieta que ha expresado el voto y surge de la propia ciudadanía.
El segundo pedido imposible que se le hace a la oposición es que tenga un programa preciso sobre cómo salir de la crisis. Es como si un paciente le dijera a su médico: “Doctor, fumé toda mi vida, tengo 30 kg de sobrepeso y me la paso tomando cerveza frente al televisor. ¿Podría recetarme un medicamento para el 10 de diciembre?”. Cualquier médico razonable dirá lo elemental: “Señor: deje de fumar y de aumentar el gasto fiscal; baje de peso y los impuestos; haga ejercicio y dele un rol central a su sistema muscular privado. Los excesos y las trasnochadas no pueden seguir, como no pueden seguir los planes sociales, las empresas estatales deficitarias y los regímenes especiales para capitalistas amigos”. Punto. Cualquier otra cosa que diga el doctor y se parezca a un plan preciso es simplemente venta de humo, ya que nadie sabe cuál será el valor del dólar al 10 de diciembre, ni la cantidad de cepos y de reservas que vamos a tener, ni si la soja va a seguir valiendo 564 dólares. Y sin embargo, los fundamentalistas de la precisión imposible exigen magia a la oposición mientras aplauden los conejos que Sergio Massa va sacando de la galera. Vara de África para el peronismo y de Suiza para los opositores, como en 2019. Y con los mismos opinionistas y actores.
Finalmente, se equiparan hoy las divisiones en el Gobierno con las de la oposición, y se le exigen unidad de opinión y liderazgo único. Quienes lo hacen exhiben también aquí su ignorancia constitucional. La obligación de todo gobierno es la unidad, ya que está a cargo de tomar las decisiones. Para eso el peronismo dispone del Poder Ejecutivo, los bloques parlamentarios más grandes y la mayoría de los gobernadores. A cargo del país, los insultos públicos entre sus fracciones hacen imposible adoptar políticas estables, generan una desconfianza que perjudica la economía y hacen temer el estallido. No es este el caso de la oposición, cuyas obligaciones son otras. En un país presidencial, la primera es oponerse a los excesos del gobierno y la segunda es elaborar una alternativa válida para el futuro. Con errores y limitaciones, es lo que se está haciendo. Lejos de los terrores que genera el desamparo gubernamental en que vivimos, la oposición acaba de ofrecer dos señales fuertes de unidad en estas semanas: la decisión de no dar quorum hasta que cese el vergonzoso ataque a la Corte Suprema y el comunicado de la Mesa Directiva advirtiendo los peligros a los que lleva el plan bomba de Massa. Defensa de las instituciones e intento de freno a una situación económico-social desastrosa y sus perspectivas aún peores. No sé si son temas de “la agenda de la gente”, pero si no lo son, estamos en problemas.
En cuanto a la exigencia de un liderazgo que se defina ya mismo, va en contra de la lógica y de las leyes. Juntos por el Cambio es una coalición lo suficientemente amplia como para disputar el poder al peronismo, y como tal, debe incluir actores diversos con programas diferentes. Que cada uno de ellos los enuncie y critique los de sus rivales no es “internismo”, sino la única manera de que “la gente” pueda decidir informadamente qué oposición prefiere en las próximas PASO. Por el contrario, exigir un liderazgo unificado antes de ellas remite a la exigencia de un único caudillo bajo cuya figura se desplieguen la verticalidad y la obsecuencia. Los dictadores del Partido Militar. Los autócratas del peronismo. Un hombre fuerte, y todo se arregla. No nos ha ido bien con esa idea y está muy bien que Juntos por el Cambio se ocupe de expresar sus diferencias internas. No digo que lo haga bien. Digo que las dificultades forman parte de una construcción republicana del poder y que lo contrario es populismo. Y digo que las ambiciones de poder de nuestros candidatos son bienvenidas. Quienes los acusan por ellas ¿en qué país han vivido? No en la Argentina, un país destruido por el peronismo, esa minoría intensa con una ambición de poder bien desarrollada que le ha permitido gobernar casi permanentemente mientras la oposición se conformaba con ser eso.
Es probable que Juntos por el Cambio sea gobierno a fin de año, pero no está garantizado. Subestimar al peronismo sería un grave error. Pero las discusiones internas, el debate de ideas y el posicionamiento de nuestros candidatos no son un capricho. Forman parte de un proceso de construcción del poder sin el cual será imposible cambiar lo mucho que habrá que cambiar a partir del año que viene. Tenemos muchos defectos, pero no son los que nos critican. Si ciertos distinguidos analistas lograran enfocarse en lo que tenemos de criticable y no en el chusmerío que invade las ferias y replican las pantallas, le harían un gran servicio al país. Lo demás es demagogia, madre y partera del populismo.